¿Han servido esas leyes contra los feminicidios que no paran?
lasillarota.com
Un día después del 8 de marzo me pregunto si todas las leyes que
han inventado los políticos han servido para romper la desigualdad que
vive la mujer. Si han servido para detener esta guerra que enfrentan
ellas contra un machismo desenfrenado, de vergüenza que las acorrala y
las intimida día a día.
Me pregunto si han servido esas leyes contra los feminicidios que no
paran. Esos secuestros que se dan sin tregua, esa violencia diaria,
esas violaciones cotidianas que terminan con ellas, con sus vidas, con
sus sueños, con su aliento de esperanza; ellas aparecen tiradas en un
barranco, en una calle sola, en un muladar como basura de la miserable
sociedad.
¿De qué han servido los discursos de los políticos para detener esta
barbarie? ¿Quién escucha esos gritos de un ¡ya basta! contra esos
feminicidios que no se persiguen y que quedan impunes? Ese terror de una
sociedad que parece indiferente ante la pérdida de vidas de mujeres que
no acaba.
¿Cómo responder ante los miles y miles de reclamos de mujeres que son
hostigadas, agredidas, aturdidas, molestadas en los transportes
públicos, en la calle, a plena luz del día, en las oficinas, en los
centros de trabajo, en todos lados?
¿Cómo enfrentar la “normalidad” de esa vergüenza de un machismo que se carcajea en la impunidad de las leyes?
Cada 8 de marzo aparece la hipocresía de un festejo a la mujer.
Discursos, abrazos, flores, obsequios o un simple “felicidades” para que
todo siga igual un día después y el siguiente y todos los días sin
parar.
Esos festejos farsantes parecen ocultar el recuerdo de esas mujeres
de una fábrica textilera de Nueva York, que salieron por cientos ese 8
de marzo de 1857 a reclamar los bajos salarios y que eran apenas la
mitad de los que percibían los hombres que realizaban la misma tarea.
Ese reclamo perverso que terminó en masacre contra 120 de ellas que
fueron asesinadas por la policía.
¿Quién se acuerda de ellas en esa realidad por la que se
inconformaron? Las trabajadoras de hoy en día siguen enfrentando la
discordancia salarial, la mayor explotación, la exigencia de una
productividad salvaje que rebasa las jornadas legales.
¿Qué tanto ha cambiado esa desigualdad para las mujeres? En nuestros
tiempos, son ellas quienes enfrentan, quienes sufren la mayor pobreza en
todo el planeta. En México son quienes asumen la mayoría de la
informalidad, la mayoría de carencia de seguridad social, de los bajos
salarios o de ninguno, de prestaciones legales o de ninguna, ni siquiera
el derecho de un simple contrato de trabajo. No tienen nada de eso que
se pregona en los discursos.
Desde niñas son objeto de mercado y abuso. El abandono social produce
embarazos precoces y ninguna acción gubernamental es capaz de detener
esta atrocidad contra las niñas. Políticos ingenuamente piensan acabar
esto prohibiendo el matrimonio para menores de 18 años, pero sin atender
las causas sociales que las origina.
De nada sirven esas leyes y esas instituciones que las miran con menosprecio en esa realidad diaria.
A muchas parece no importarles ese desdén de la sociedad. Están en
todas partes a pesar de que no existen en esa legalidad que no las
protege y si las persigue. Están en las esquinas, en las salidas del
metro, en los mercados, en cualquier lugar vendiendo comida, ropa, todo
lo que se puede.
Se les ve por todos lados. Son las madres solteras que no se
arredran, que no se rinden en una sociedad que las abandona, que las
ignora pero que tanto las necesita. Ellas se abren camino a pesar de la
persecución policiaca o violación a los reglamentos. Son las ilegales
del nuevo siglo que no conocen de esas leyes que dicen protegerlas.
Son esas mujeres que se levantan primero que nadie, que sienten la
soledad de la madrugada para ganar en el tiempo ese mundo que las
margina.
Son esas mujeres que el mundo las arrincona y que sacan la fuerza de
sus entrañas para tener un espacio de iguales. Ahora veo a trabajadoras
del hogar que se organizan ante una sociedad que no las ha considerado. A
maestras despedidas que sacan la casta para demandar dignidad y respeto
a sus derechos en su quehacer docente. A esas mujeres que salen a las
calles a decir ¡Ya Basta!
Son las mujeres que no se rinden, que defienden su esperanza y sus
sueños de igualdad, a pesar de esas leyes y políticos de la hipocresía.
Ellas que no pierden la sonrisa, el sentido de la letra de una
poesía, de una palabra de apoyo, de una melodía, de un abrazo solidario
que hace cimbrar nuestras conciencias.
Pero están ciertas que el 8 de marzo no es una poesía sino una manera
de hacer entender a la sociedad el compromiso de hombres y mujeres para
materializar estos sueños de igualdad y no violencia hacia las mujeres.
Son gritos inacabables de esperanza.
Correo: mfuentesmz@yahoo.com.mx
Twitter: @Manuel_FuentesM
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