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“Planeta 50-50 en 2030: Demos el paso por la igualdad de género”. El
tema del Día Internacional de la Mujer de este año sirve como un
recordatorio oportuno de que, a pesar del progreso de los últimos años y
la ambición de la nueva mundial agenda de desarrollo, debemos redoblar
los esfuerzos para lograr un mundo sustentado en la igualdad de género.
Todas las mujeres deben estar empoderadas para ejercer sus derechos
plenos e iguales. ¿Pero qué significa en realidad dar un paso por la
igualdad de género?
Para mí, esto requiere estrategias específicas destinadas a
garantizar que todas las mujeres tengan voz en la formulación de las
decisiones que afectan sus vidas. Esto es particularmente importante
cuando se trata de facilitar la participación de las mujeres de base.
Para hacer realidad el enfoque “que nadie se quede atrás” que pide la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible
y el compromiso “para alcanzar primero a los más rezagados”, las
mujeres de base deben ser reconocidas como actores clave en el
desarrollo sostenible del planeta.
En todo el mundo, ellas poseen una riqueza de conocimiento que vamos a
necesitar para gestionar los impactos del cambio climático y acelerar
el desarrollo sostenible.
Sin embargo, con el fin de valorar adecuadamente este conocimiento y
ponerlo en uso, se debe permitir que las mujeres participen de manera
significativa en el diseño, la planificación y la ejecución de políticas
y programas que incidan en sus vidas. Asegurar que se escuchen sus
voces y que se actúe para cubrir sus necesidades son puntos
fundamentales para el avance de la justicia climática.
Las consecuencias del cambio climático son diferentes para los hombres y para las mujeres.
Las mujeres de base son más propensas a soportar una mayor carga ante
el cambio climático, particularmente en situaciones de pobreza. El
cambio climático exacerba los patrones existentes de desigualdad,
incluida la desigualdad de género.
Las mujeres de base tienen un acceso limitado a los recursos
productivos, movilidad restringida y escasa voz en la toma de
decisiones, lo que las deja muy vulnerables al cambio climático.
La política climática, para ser eficaz, debe comprender estas
desigualdades subyacentes con el fin de hacer frente a las diferentes
formas en que el clima afecta a las mujeres de base.
Permitir la participación significativa de las mujeres no es solo es
lo correcto, sino que es lo más inteligente. Los programas concebidos
para las comunidades vulnerables, sin comprometerse con las mujeres de
la comunidad, rara vez alcanzan los resultados deseados.
Esta importante lección se refleja en el Objetivo de Desarrollo Sostenible
(ODS) 5 – Lograr la igualdad entre los géneros y empoderar a todas las
mujeres y las niñas – que incluye la meta de “velar por la participación
plena y efectiva de las mujeres y la igualdad de oportunidades de
liderazgo a todos los niveles de la adopción de decisiones en la vida
política, económica y pública”.
Esta necesidad es particularmente acuciante en el caso de las mujeres
de base. Lamentablemente, la importancia de incluir a las mujeres en la
toma de decisiones y la promoción del liderazgo femenino es menos
conocida por el sector climático. Sin embargo, la mayoría de las
personas que están en la primera línea de la pobreza y el cambio
climático son mujeres.
Se hicieron algunos avances con la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático
(CMNUCC). En 2012 las partes de la Convención adoptaron el llamado
Milagro de Doha (Decisión 23/CP.18), para mejorar la participación de
las mujeres en las negociaciones sobre el cambio climático.
En noviembre los Estados parte analizarán lo que se ha logrado en
virtud de esta Decisión en la 22 Conferencia de las Partes (COP22). Pero
cuando lo hagan verán que solo se lograron ligeros avances en términos
de igualdad de representación en las negociaciones.
Por ejemplo, el último informe de composición de género de la CMNUCC
destaca que solo 36 por ciento de los delegados eran mujeres en la COP20
celebrada en Lima en 2014, y la cifra se reduce a 26 por ciento cuando
se consideran los jefes de las delegaciones.
En Lima las partes acordaron iniciar el Programa de Trabajo sobre
Género, una exploración de dos años de duración sobre las dimensiones de
género del cambio climático, mientras que el Acuerdo de París sobre el
cambio climático (2015) reconoce la necesidad de la igualdad de género y
el empoderamiento de las mujeres.
Todas estas son señales de progreso, pero queda mucho por hacer para
que las voces de las mujeres se incluyan integralmente en la formación
de la acción climática. Un paso clave es la inversión en la formación y
el desarrollo de capacidades que permita la participación plena y
efectiva de las mujeres de base.
Esto se capta en el ODS 13
– Adoptar medidas urgentes para combatir el cambio climático y sus
efectos – que incluye una meta que insta a los Estados a promover
mecanismos para aumentar la capacidad de planificación de los países
menos adelantados y los pequeños Estados insulares en desarrollo para
ayudar a las mujeres, los jóvenes y las comunidades locales y marginadas
a tomar parte en la planificación y la gestión relacionadas con el
cambio climático.
La puesta en práctica de esta meta será fundamental para lograr un
enfoque armonizado y centrado en las personas tanto en la agenda del
desarrollo sostenible como en el nuevo acuerdo sobre el clima.
En 2015 la comunidad mundial sentó las bases sobre las cuales podemos
construir un mundo más seguro con oportunidades para todas y todos.
Al aprobar la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible y el Acuerdo
de París sobre el cambio climático los líderes mundiales exhibieron la
intención de cambiar de rumbo y de dejar atrás los modelos tradicionales
de desarrollo, desiguales e insostenibles, y de avanzar hacia un futuro
sin pobreza ni necesidad, con abundante energía limpia y un ambiente
sano.
En el año 2016 comenzamos a planificar e implementar estos dos
procesos internacionales, ambiciosos y universales. Debemos asegurar que
las voces de las mujeres y los derechos humanos informen nuestras
acciones. Las mujeres de base no deben ser vistas simplemente como
receptoras pasivas de la asistencia climática. Son protagonistas en la
consecución de su derecho al desarrollo.
Mediante el reconocimiento de las mujeres de base como agentes de
cambio en sus comunidades, la valoración de sus conocimientos y la
construcción de su capacidad de adaptación, quienes toman las decisiones
pueden desarrollar soluciones climáticas sostenibles a largo plazo a
nivel local que fortalecerán a comunidades enteras.
A medida que “damos un paso por la igualdad de género”, exhorto a
todas las personas en posiciones de influencia que les brinden a las
mujeres de base las plataformas para que puedan hablar por sí mismas.
Escuchar – y valorar – sus conocimientos y experiencia ayudará a formar
un progreso hacia 2030 que sea bueno para las personas, el planeta y la
igualdad de género.
Esta es una columna de Mary Robinson, quien fue presidenta de Irlanda (1990-1997) y Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos (1997-2002). Actualmente preside la Fundación Mary Robinson-Justicia Climática.
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