CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Donald Trump es un racista confeso que
ha descalificado a los mexicanos como “criminales” y “violadores”. El
precandidato presidencial ha anunciado que de ocupar la Casa Blanca
expulsaría a millones de connacionales de Estados Unidos y obligaría al
gobierno mexicano a construir una enorme muralla en la frontera entre
los dos países. Sus ataques a México y a los mexicanos se han convertido
en uno de los ejes principales de su campaña presidencial, junto con
sus posiciones igualmente retrógradas sobre los musulmanes y el Medio
Oriente.
En respuesta, el gobierno de Enrique Peña Nieto ha mantenido un
silencio cómplice y criminal. El ocupante de Los Pinos no ha emitido
pronunciamiento alguno sobre el tema, y sus voceros han hecho todo lo
posible por evitar cualquier cuestionamiento o confrontación. La semana
pasada, Francisco Guzmán, titular de la Oficina de la Presidencia,
declaró a la agencia Bloomberg que el gobierno de Peña Nieto trabajaría
de igual manera con Trump que con cualquier otro presidente del país
vecino (véase: http://ow.ly/YZzyF).
En otras palabras, el actual primer mandatario de México se pondría a
las órdenes de Trump, como lo ha venido haciendo con el gobierno de
Barack Obama. Por ejemplo, hace unos días el jefe del Ejecutivo se
rebajó al nivel del vicepresidente estadunidense, Joseph Biden, durante
su visita a la Ciudad de México para participar en una reunión con
empresarios y oligarcas de nuestro país. Peña Nieto se reunió en privado
con el segundo de Obama durante más de una hora, y posteriormente
dieron una conferencia de prensa conjunta.
Las reglas de la diplomacia exigen que haya una estricta igualdad con
respecto a las relaciones públicas entre dos países soberanos:
presidentes con presidentes, vicepresidentes con vicepresidentes, y
procuradores con procuradores. Sería ridículo imaginar, por ejemplo, la
celebración de una conferencia de prensa conjunta en la Casa Blanca
entre Obama y Miguel Ángel Osorio Chong o Arely Gómez. Al colocarse al
nivel de Biden, Peña exhibió públicamente lo que la mayoría ya teníamos
claro: el actual primer mandatario de la nación no trabaja para el
pueblo mexicano, sino que funge como un empleado más del gobierno de
Washington y de los empresarios de Wall Street y Silicon Valley.
Esta lamentable situación explica por qué Peña Nieto no se ha
atrevido a cuestionar frontalmente a Trump. Prefiere quedar bien con
quien podría llegar a ser su jefe, en lugar de complacer a los
ciudadanos a quienes supuestamente tendría que rendir cuentas.
Pero el servilismo de Peña Nieto hacia el norte no es lo único que
explica su desdeñable comportamiento frente a la amenaza clara y
presente que implica la candidatura de Trump. En realidad, el presidente
mexicano y el aspirante republicano comparten una visión similar del
mundo. Ambos desprecian profundamente la cultura y la educación y viven
en un mundo lleno de champaña, aduladores y guardaespaldas que los aísla
totalmente de los sufrimientos y las esperanzas del pueblo humilde.
Ambos políticos sirven al mismo amo: el dinero y el poder. Si bien
las fortunas de Peña y de Trump vienen de fuentes distintas –las arcas
gubernamentales para el primero y la explotación capitalista para el
segundo–, los dos personajes se sostienen como figuras públicas gracias
al saqueo de recursos ajenos.
Si bien Trump es más explícito con respecto a su desprecio para
México y los mexicanos, Peña en realidad comparte el mismo odio hacia la
historia y la cultura de los habitantes de su propio país. Tal y como
documentamos en el libro El mito de la transición democrática, desde el
primer día de su mandato Peña ha encabezado una ofensiva ideológica,
política y económica en contra de todas las tradiciones y los valores
humanistas de los mexicanos.
Hoy ya queda claro que el lema “Mover a México” en realidad significa
“Destruir a México”. La “reforma energética” ha llevado al
desmantelamiento de Petróleos Mexicanos (Pemex). La petrolera pública
sufre actualmente un enorme quebranto financiero y pocas posibilidades
para crecer en el futuro a causa de la entrega de sus yacimientos a
consorcios privados y extranjeros. Y la “reforma educativa” no ha sido
más que un ataque disfrazado en contra de todos los maestros, y en
particular de los más críticos, que defienden la tradición mexicana de
educación crítica y humanista. La semana pasada, esta reforma ya generó
sus primeros despidos masivos, con la separación de su cargo de más de 3
mil 400 profesores. Recordemos también que Peña Nieto se ha adelantado a
Trump con respecto a políticas anti-migrantes. México ahora expulsa a
más hermanos latinoamericanos de su territorio que el mismo gobierno de
Estados Unidos.
La entrega de nuestro oro negro a las trasnacionales, la aniquilación
de los maestros críticos y el acoso a los migrantes centroamericanos
constituyen la contracara de las políticas racistas y fascistas de
Trump. Peña y Trump juntos buscan acabar con cualquier resistencia
ciudadana o popular al predominio absoluto del dinero y la corrupción en
sus países.
Lamentablemente, Hillary Clinton no es mejor. Ella es la candidata
que cuenta con mayor respaldo de parte de la industria militar, de
acuerdo con la organización “Open Secrets”, con sede en Washington, D.C.
(véase: http://ow.ly/YZrxT). Las empresas militares han donado 20 veces
más a la campaña de Clinton que a la del mismo Trump.
La salvación entonces no vendrá del norte, ni desde las cúpulas del
poder financiero y político global. El camino hacia la justicia y la paz
lo tendremos que construir nosotros desde abajo y a la izquierda.
www.johnackerman.blogspot.com
Twitter: @JohnMAckerman
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