Controversiales como pocas veces, desconfiables como siempre, las
estadísticas que pretenden reflejar el abatimiento de pobreza, el
incremento en el ingreso de los mexicanos, así como otros indicadores de
desarrollo, resultan intrascendentes ante una realidad: el miedo a la
crisis.
Esta, la última semana de agosto y cinco días antes de que Enrique
Peña Nieto rinda su Quinto Informe, el Instituto Nacional de Geografía y
Estadística, emitió la Encuesta Nacional Ingreso-Gasto de los Hogares,
hundiéndose aún más en el fango del descrédito, por los cambios
metodológicos poco transparentes.
Pero no importa lo que el INEGI o Peña Nieto digan ante el miedo
persistente y lo tangible: que no alcanza para nada, que aumentan las
deudas, que amenaza el cierre de empresas y el desempleo.
Hace 25 años, los mismos que nos dijeron que todo sería mejor con el
Tratado de Libre Comercio y le apostaron todo a costa del
desmantelamiento de la industria nacional pública y privada (como
Ildefonso Guajardo) y del agro, hoy negocian con escaso margen, evocando
involuntariamente al López Portillo, defensor del “peso como un perro”.
Crisis es palabra asimilada en varias generaciones, tanto como
devaluación, deuda e inflación, esas verbalizaciones de la mortificación
colectiva, que hoy son patentes: paridad peso-dólar alrededor de 18 a
1; deuda en récord histórico; inflación en trayectoria ascendente.
Dirán que no se entienden los indicadores, que nada es igual, que hay
alternativas y el gobierno trabaja. Pero los indicadores se traducen en
recuerdos indelebles, por ejemplo, de los 70 y 80, cuando comerciantes
“escaseadores” ocultaban productos para vender más caro. Ellos, como la
población, eran expertos futurólogos de la catástrofe, que se preparaban
con compras de pánico: “ya escondieron el frijol” (el azúcar o el
arroz), fue el infalible factor para la toma de previsiones domésticas.
Ahora ponen a Venezuela como ejemplo de eso, los mismos que lo
provocaron aquí, y sus discípulos encumbrados y presidenciables.
O como en los noventa, hoy “no alcanza para nada”, expresión
coloquial del bajo poder adquisitivo que se resuelve endeudándose. Como
en aquellos tiempos en que las conjugaciones de ajustar referían crisis:
“ajuste de personal”, “ajuste de la balanza de pagos”, “ajuste a la
baja”, “ajuste en la tasa de interés”. Andar siempre ajustados por la
letra vencida, el abono impagable y todo para terminar cubriendo la
deuda de los ricos, asimilando en la cotidianidad los acrónimos del
despojo: Fobaproa/IPAB (cabildeado por Dionisio Meade y aplicado por su
hijo José Antonio, el presidenciable).
Nacer en tiempos de crisis y crecer con esa palabra forma una memoria
de limitaciones, tristezas, ausencias que nada y todo tiene que ver con
indicadores macro: vecino en mudanza por embargo bancario; hogares
hacinados por los hijos que crecen con los parientes para poder migrar a
buscar trabajo; parcelas en abandono; amigos que dejan la escuela o se
despiden “para irse al otro lado” (hoy ni eso es opción).
Había que estar “agradecidos” cuando no se estaba en cesantía aunque
fuera empleado en la suma de abominaciones llamada “maquila”, en el
expoliador trabajo doméstico o en el tianguis de los mil fracasos.
Agradecidos de saberse mano de obra barata, o sea, enrevesado, uno de
los reclamos de Trump a México.
La crisis no era nada más para los más pobres: pequeños industriales,
prestadores de servicios, comerciantes, profesionistas de prosperidades
endebles que un día serían embargados aunque se recuperaran empeñando
sus ingresos de por vida en Udis (¿cuántos de los nuestros murieron
pagando?).
Un día, los ricos de verdad vislumbrarán la crisis. La resonancia
centenaria de sus apellidos prevalecerá en cuentas del extranjero.
Cuando regresen serán dueños de todo y engrosarán la lista de Forbes,
recibirán los calificativos de la prensa de negocios para que, encima de
todo, los admiremos: sagaces, decididos, eficaces, productivos,
competitivos.
Para ellos no son las fórmulas infalibles que se aplican a la
población y por las que se reclama “unidad nacional”: hay que pagar al
gobierno IVA (también ISR, ISN, IEPS, ISAN, Tenencia y un largo
etcétera) al 10, al 12, al 15, al 16 por ciento (los mismos de siempre:
por ejemplo, el de la Roqueseñal es subsecretario de Gobernación;
Calderón impulsa a su esposa para 2018 y por ahí siguen los parientes
López Portillo, De la Madrid, Salinas y los excolaboradores de Zedillo).
Tal vez aquellos que tienen menos de 30 años no saben de las crisis
de los setenta, ochenta y noventa, pero sus familias siguen pagando
deudas, crecieron escuchando gasolinazo y pagan impuestos altos. Ahora,
el miedo a la crisis tiene el rostro de Donald Trump, pero no hay que
olvidar jamás que la clase política mexicana tiene la culpa ineluctable
del miedo a la crisis que amenaza caernos encima.
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