John M. Ackerman
La solicitud de financiamiento de
18 mil 256 millones de pesos para alimentar al elefante blanco llamado
Instituto Nacional Electoral (INE) durante 2018 es una agresión
inaceptable a la dignidad ciudadana. En lugar de premiar la indolencia,
el cinismo y la complicidad fraudulenta de los consejeros electorales,
la sociedad tendría que castigarlos con su despido inmediato, así como
remplazarlos con nuevos consejeros verdaderamente ciudadanos que presten
sus servicios de manera gratuita a la nación.
Lorenzo Córdova, Ciro Murayama, Marco Antonio Baños, Adriana Favela,
Benito Nacif, Enrique Andrade, Roberto Ruiz, Pamela San Martín, Jaime
Rivera, Beatriz Zavala y Dania Ravel han demostrado ser
no idóneos(Aurelio Nuño dixit) para sus altas responsabilidades públicas. Su aval público al fraude electoral cometido en el estado de México y su activo encubrimiento de los ríos de dinero ilícito que fluyeron a la campaña del primo de Enrique Peña Nieto, Alfredo del Mazo, han confirmado una vez más su falta de independencia y autonomía.
Urge recuperar la legitimidad perdida. Los primeros
consejeros ciudadanosdel antiguo Instituto Federal Electoral (IFE), liderados por Miguel Ángel Granados Chapa, José Agustín Ortiz Pinchetti y Ricardo Pozas Horcasitas entre 1994 y 1996, no cobraban salario alguno por su labor. Sin embargo, en apenas dos años lograron mucho más que los actuales burócratas forrados de dinero alcanzarán a hacer en toda su vida.
Cuando el árbitro cuenta con la confianza de la sociedad, las
denuncias fluyen de manera natural y los ciudadanos se encargan
directamente de hacer valer la ley. Tal y como señalaron los doctores
Mathew McCubbins y Thomas Schwartz en su clásico estudio publicado en
1984 en la American Journal of Political Science, las
alarmas de fuego, activadas por los ciudadanos en caso de alguna irregularidad, siempre serán más efectivas y eficientes que las constantes
patrullas de policía, que son muy costosas y fácilmente burladas por los delincuentes.
El problema con el INE no es entonces una cuestión de cantidad sino
de cualidad. En lugar de aventar más dinero a la misma burocracia sin
fondo, habría que armar un verdadero ejército de ciudadanos para vigilar
las elecciones a lo largo y ancho del país. Pero tristemente las
actuales instituciones electorales ven a los ciudadanos como un estorbo,
o de plano como adversarios, en lugar de como sus mejores aliados. Con
la mano en la cintura, las autoridades desechan sin consideración alguna
las denuncias que provienen de la sociedad. Así ha sido el caso, por
ejemplo,para las docenas de quejas e impugnaciones presentadas por la
iniciativa #NiUnFraudeMás (niunfraudemas.org).
Solamente un relevo inmediato del Consejo General permitiría
cortar de tajo con la excesiva burocratización, así como recuperar el
espíritu ciudadano original del INE.
Ahora bien, los otros 6 mil 788 millones de pesos que, por mandato de
ley, se deben entregar a los partidos políticos durante 2018 sí tienen
razón de ser. El gasto es efectivamente elevado, pero es preferible que
los institutos políticos dependan del financiamiento público,
distribuido de acuerdo con reglas claras y sin condicionamiento
político, que el privado, que siempre viene acompañado de chantajes y
presiones para posteriores contratos e impunidades. En lugar de reducir
el financiamiento público a los partidos, habría que cerrar totalmente
la llave de financiamiento privado ilegal por medio de una fiscalización
efectiva.
Los sistemas electorales que priorizan el financiamiento privado
sobre el público se echan a perder rápidamente, generando contiendas
electorales como la del año pasado en Estados Unidos, donde los
ciudadanos de aquel país tuvieron que elegir entre dos caras del mismo
sistema putrefacto. En contraste, en México el sistema de financiamiento
público ha permitido la creación de un partido como Morena con la
capacidad de construir una fuerte organización nacional sin la necesidad
de pasar la charola con los mafiosos y los oligarcas. (Aun así, todos
los funcionarios y representantes de Morena donan la mitad de sus
salarios al programa de “escuelas universitarias” gratuitas.
La soberbia de los consejeros electorales no tiene límite. Se burlan
de sus críticos y se niegan a asumir responsabilidad alguna por el
catastrófico derrumbamiento de la institucionalidad democrática. Sólo
falta que utilicen el presupuesto millonario de 2018 para mandar a hacer
sus propios óleos para colgar en Palacio Nacional junto a los de sus
amigos y cómplices Luis Videgaray y José Antonio Meade.
Como reyes a la víspera de la Revolución Francesa o miembros del
politburó antes de la caída del Muro de Berlín, los funcionarios y
consejeros más repudiados en la historia reciente buscan
inmortalizarseantes de que llegue la tormenta democrática que se prepara para tirarles por la borda el próximo año.
El triste espectáculo daría risa si no fuera tan profundamente
indignante. Ha llegado la hora para que el pueblo tome de nuevo las
riendas de la historia.
Twitter: @JohnMAckerman
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