Por: Pilar Aguilar*
¿Para qué queremos tener libertad las mujeres?
Pues en primer lugar para prostituirnos. Eso pregonan algunas: que como
somos libres, reclamamos nuestro derecho inalienable a ser putas (o
dicho de manera más exacta, a que nos puteen).
Y, oye, que la libertad no nos empuja a ser directoras de periódicos,
por ejemplo, ni a ocupar los más altos cargos de la magistratura (a
pesar de que seamos mayoría tanto en las redacciones como en la
judicatura) ni nos empuja (o solo a unas pocas raras) a ser catedráticas
de universidad (a pesar de que tengamos expedientes académicos más
brillantes). Ni nos da por dejar que los varones se ocupen de la casa,
los niños y los ancianos. Ni nos da por ganar los mismos sueldos que
ellos. La libertad ni siquiera nos empuja a reclamar nuestro derecho
irrenunciable de pasarlo bien en la cama, a elegir cómo, dónde, cuándo y
con quién, No. Por ahí no nos da.
Reclamamos libertad para prostituirnos. Y no nos pasa solo a nosotras,
las españolas, no. Rumanas, nigerianas, colombianas, ucranianas,
envidiosas de nuestra suerte, vienen en cargamentos a nuestro país, pues
ellas también ansían prostituirse libremente, igual que nosotras.
Con razón el patriarcado siempre dijo a que a las mujeres había que
tenernos controladas y vigiladas. Porque ¿cuál es el resultado si se nos
da libertad? Pues este: todas como locas reclamando el derecho a
prostituirnos.
O sea ¿para qué gritamos eso de ¿“Mi cuerpo es mío”? pues está claro, para ponerlo en venta o en alquiler.
Antes, nuestro cuerpo no era nuestro. Un señor disponía de él. Ahora,
nuestro cuerpo tampoco es que sea del todo nuestro, pero en fin… en vez
de que sea un señor el que disponga, decidimos (libremente, por
supuesto) que sean muchos los que dispongan de él ¿qué, no veis el gran
avance que supone?
Órganos todavía no podemos vender legalmente, pero, con los progresos
del neoliberalismo todo se andará: una buena campaña de publicidad y se
arregla en un plis-plas: los programas de la tele se llenarán de
personas enternecedoras que nos explicarán cómo sufren porque necesitan
una córnea y argumentarán que para qué quiere una haitiana dos. Otros
nos harán llorar contándonos lo felices que son desde que a su hijo
pudieron trasplantarle la mano que había perdido en un accidente de
coche… Y nos dirán que la niña filipina que accedió generosamente a
regalarle una de las suyas también está feliz porque, de paso ella y su
familia podrán comer de durante una buena temporada (gracias a la
compensación económica).
Pero, hoy por hoy –y mientras no se haga es campaña publicitaria
promovida por las clínicas especializadas en trasplantes- vender órganos
aún queda feo. En Europa ni siquiera es posible vender sangre (un poco
atrasadillos sí que vamos, sí). Sin embargo, alquilar úteros se
considera suprema muestra de libertad. Bien es cierto que, por contrato,
la que alquila su útero dimite de algunos de sus derechos (derecho al
aborto, a la filiación, a la movilidad personal, a la vida sexual, etc.)
pero ¿y la libertad que da renunciar a todas esas libertades? ¿Y el
derecho de renunciar a todos esos derechos? Porque, mira tú, de nuevo
encontramos ese tic raro de las mujeres libres: a saber su cuerpo es
suyo, sí, pero para alquilarlo y venderlo… Libremente, por supuesto.
Lo de que seamos libres para abortar es más peliagudo. Antes, un señor
(generalmente el legítimo esposo pero, a veces, un violador) follaba a
una mujer y la dejaba embarazada. Que la mujer quisiera o no (ser
follada, ser violada, embarazarse) resultaba completamente irrelevante.
En situaciones desesperadas, ella intentaba abortar. Algunas morían en
el intento.
En la mayoría de los países de Europa las cosas han cambiado. Bueno,
seguimos siendo violadas (a razón de una cada ocho horas, como poco) y
muchas veces, seguimos siendo folladas por nuestro “legítimo” sin que
tengamos especial deseo.
Pero en lo del aborto, hemos avanzado, sí. Aunque, en España, una menor
de 16 años embarazada sigue necesitando el permiso paterno para abortar
(incluso en el caso de haber sido violada por su padre).
Las instituciones europeas, que tan puntillosas se muestran en muchos
aspectos, dejan, sin embargo, que ciertos países de Unión Europea no
respeten los derechos elementales de las mujeres y siguen prohibiendo
que aborten y condenándolas a duras penas de cárcel si lo hacen.
En contrapartida ¿tienen libertad las mujeres para ser madres? Claro,
claro. En teoría… En la práctica ya sabemos que muchas no pueden
permitirse tal lujo. No consiguen un trabajo estable ni medianamente
bien pagado y, quienes lo consiguen, saben que un embarazo las deja
desprotegidas y con un pie en la calle. O sea ¿pueden ser madres? En
vista del índice de natalidad de nuestro país resulta muy, muy dudoso.
Pero, eso sí, hay cuestiones a las que una mujer, por libre que sea, no renuncia. Fundamentalmente dos:
1.- A cargar con el trabajo doméstico y el cuidado de los hijos… somos
muy modernas, pero seguimos dedicando horas y horas a esos menesteres.
Muchas más de las que le dedican los hombres porque a ellos su libertad
no los lleva por esos derroteros ni los empuja de manera irrefrenable a
las labores caseras.
2.- A la generosidad y a la bondad sin límites. Por eso, además de
cuidar a todos los miembros de la familia, además de para prostituirnos,
reclamamos la libertad de gestar para otros… O sea, las mujeres no
tienen niños propios pero, llevadas por la esplendidez de la naturaleza
femenina, quieren embarazarse para dar al bebé. Y con esto pasará como
con la prostitución: si se legaliza, caravanas de mujeres del tercer
mundo vendrán a nuestro país a ofrecerse como incubadoras…
Sí que somos raras las mujeres, sí.
*Analista de ficción audiovisual y crítica de cine. Licenciada en
Ciencias Cinematográficas y Audiovisuales por la Universidad Denis
Diderot de París. Lee el blog de cine de Pilar Aguilar: http://pilaraguilarcine.blogspot.com.es
**Este artículo fue retomado del portal de la revista feminista Tribuna Feminista.
CIMACFoto: César Martínez López
Cimacnoticias | Madrid, Esp.-
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