FRAGUA
La militarización
del país fue parte de la estrategia que impulsó Felipe Calderón en su
sexenio (2006-2012), durante el cual sacó al ejército a las calles tras
haber declarado “la guerra contra el narcotráfico y el crimen
organizado”. En esos años era común ver y leer noticias acerca de
decapitados y ejecutados, escuchar que a cada rato encontraban las
famosas narcofosas, que había enfrentamientos con el ejército o que se
capturaban a algunos líderes menores del narcotráfico a través de
operativos conjuntos, entre otras noticias sensacionalistas y
amarillistas para hacernos creer que la estrategia funcionaba, que se
estaba golpeando a los verdaderos criminales. Sin embargo, al mismo
tiempo se comenzó a documentar que detrás de todo aquel montaje se
encontraban las verdaderas víctimas de una guerra que no era contra el
narcotráfico, sino contra el pueblo , como las muertas de Ciudad Juárez, Chihuahua. Los resultados hasta ahora son reveladores:
al menos 150 mil ejecuciones extrajudiciales y más de 30 mil
desapariciones forzadas. Hijos, padres, hermanos y madres que
definitivamente no eran parte de las filas de los cárteles de la droga.
Desde que Enrique Peña Nieto asumió su mandato el discurso cambió, ya
no “combatiría al narcotráfico únicamente”, sino que implementaría una
serie de reformas que “moverían a México” para, de esta manera, sacar a
los mexicanos de la pobreza, motivo principal por el cual, según él, las
filas del narcotráfico se engrosan. Sin embargo, los hechos nos
demuestran lo contrario: según cifras oficiales, hasta enero de este
año se registraron 90 mil 694 ejecuciones, situando a nuestro país como
uno de los más violentos, incluso por arriba de los que están en guerra
en Medio Oriente y ni qué decir de las cifras de pobreza que sólo van
en aumento.
Pero estas cifras no son fortuitas, ni se
trata de un Estado fallido o debilitado que no ha podido acabar con los
criminales que “generan” la violencia. Los gobiernos recientes saben muy
bien lo que hacen: durante todos estos años han emprendido la
configuración de un Estado Terrorista, es decir, un Estado que hace
uso sistemático del terror contra su población, con el objetivo de
combatir al “enemigo interno (crimen organizado)” mediante, entre otras
cosas, el incremento del presupuesto en materia de seguridad y la
militarización de la seguridad civil. Sin embargo, a través del
ejercicio de documentación que han llevado a cabo las organizaciones
sociales y de derechos humanos ha quedado demostrado que el verdadero
“enemigo” de la fuerza pública y el ejército no es el crimen organizado,
sino el movimiento social independiente; día con día conocemos casos en
donde se utilizan a las fuerzas armadas para reprimir y acallar las
voces de descontento social.
Es en este clima de violencia
en el que se ha estado preparando el terreno para profundizar el
neoliberalismo en México, es decir, las reformas estructurales
necesarias para incrementar las ganancias de los empresarios nacionales y
extranjeros, con el objetivo de sacar de la crisis al sistema
capitalista.
El paramilitarismo también forma parte
de esta estrategia que va dirigida en contra del pueblo y sus
organizaciones. Un claro ejemplo es el constante hostigamiento que
sufren algunas comunidades en Chiapas como el ejido El Carrizal, en
donde los integrantes del Frente Nacional de Lucha por el Socialismo
(FNLS) han sido atacados en múltiples ocasiones por el grupo paramilitar
“Los petules”, conformado por personas civiles que reciben
financiamiento y operan bajo la protección de la policía municipal, el
mando único y los gobiernos, para debilitar los esfuerzos organizativos
independientes. Es en este tenor que se han perpetrado las ejecuciones
extrajudiciales de Héctor Sántiz y el niño Humberto Morales Sántiz, así
como la desaparición forzada de Fidencio Gómez.
El
paramilitarismo no es una táctica nueva, recordemos que en la matanza de
estudiantes del 10 de junio de 1971 en la Ciudad de México, quienes
hicieron el trabajo sucio del Estado fue el grupo paramilitar “Los
halcones”. Es parte de esta estrategia de financiar y armar a
grupos de civiles para que realicen la tarea sucia de minar los
esfuerzos organizativos, a través de ejecuciones extrajudiciales,
desapariciones forzadas, amenazas, robo e invasión de tierras.
Además del uso excesivo de la fuerza contra el pueblo, también se
impulsan leyes para justificar los crímenes cometidos. Tal es el caso de
la “Ley bala”, aprobada en Puebla, en la que se permite que los
policías disparen contra la manifestación con balas de goma, forma como
se asesinó al niño José Luis Tehuatlie, de 13 años, con un disparo en la
cabeza. No conforme con esto, la respuesta del Estado burgués es seguir
modificando las leyes y crear el marco jurídico para legalizar las
atrocidades y las graves violaciones a los derechos humanos cometidas
por los militares y otras fuerzas especiales. Con la propuesta de Ley de Seguridad Interior se pretende normalizar el uso de la violencia como control social.
Sin embargo, los gobiernos estatales no se quedan atrás en dichas
leyes, por ejemplo, en el Estado de México se lucha contra la Ley que
regula el uso de la fuerza pública o “Ley Atenco” encaminada a disolver
las manifestaciones y protestas reprimiendo al pueblo.
Ante
esta situación y los nuevos mecanismos que se implementan contra la
población, grupos y organizaciones que luchamos ante las injusticias, es
necesario enarbolar la demanda no sólo contra la militarización y
paramilitarización del país, sino contra las leyes que legalizan el uso
de violencia contra el pueblo, así como la criminalización de la
protesta social. Por esta razón, c omo Organización de Lucha por la
Emancipación Popular decimos alto a la guerra contra el pueblo, que los
militares regresen a los cuarteles, que se deje de perseguir y
criminalizar la protesta social y se deroguen todas las leyes que
atentan contra la población.
NOTA: Este artículo fue publicado como parte de la sección NUESTRO PROGRAMA del No. 27 de FRAGUA, órgano de prensa de la Organización de Lucha por la Emancipación Popular (OLEP), Julio-Agosto 2017.
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