Zona de Reflexión
Suele ocurrir que cuando se dan a conocer los datos sobre violencia
contra las mujeres el foco se centre en ellas: las víctimas de la
violencia machista y los estragos que ésta provoca en sus vidas. Si bien
es necesario seguir insistiendo en ello, me parece también importante
detenernos en los agresores, que básicamente son los mismos desde hace
milenios.
De acuerdo con la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones
en los Hogares (Endireh) –que ya habría que cambiarle el nombre– los
agresores de las mujeres son hombres conocidos por ellas, hombres en los
que ellas confiaban y/o amaban, son novios, parejas, maridos,
compañeros de trabajo o de escuela, hombres que ejercen la brutalidad
para intimidar, controlar, atemorizar o subyugar a las mujeres cercanas.
De acuerdo con la encuesta presentada en la segunda quincena de agosto,
30.7 millones de mujeres que viven en México de más de 15 años ha sido
violentada en algún momento de su vida; es decir, hay por lo menos 30.7
millones de agresores que han violentado a una mujer por lo menos una
vez en su vida.
¿Cuántos de estos son agresores permanentes, hombres que gozan con
hacerles daño a las mujeres, hombres de todas las profesiones, estratos
sociales, religiones? Muchos de ellos hasta se han vuelto “expertos en
género” y han encontrado en ello una forma de vida, desplazando a
feministas y académicas. Hombres que se apropian del conocimiento
femenino, por ejemplo, sin darles crédito siquiera.
El hecho de que 99 por ciento de los terroristas sean varones, debería
hacernos reflexionar sobre cómo se les educa en la ecuación
virilidad=violencia, señalaba en días pasados la escritora española
Laura Freixas, a propósito de los atentados en la Rambla de Barcelona.
Es decir, los agresores de las mujeres son obedientes hijos del
patriarcado, lo digan o no, lo crean o no, son los terroristas de la
población femenina, pues como señala la antropóloga feminista, Marcela
Lagarde, el asesinato de una mujer aterroriza a todas.
Los datos que arroja la Endireh debe interpelar a los hombres para
romper con la complicidad de sus pares y de sí mismos, quienes suelen
ser violentos con las mujeres no sólo en lo privado también en lo
público, a la vista de otros que con el silencio y la inacción avalan la
violencia contra las mujeres.
Es precisamente el espacio público, según la Encuesta, el que ocupa el
segundo lugar en la incidencia de violencia masculina. La calle, los
parques y el transporte son espacios donde las mujeres son violentadas
por hombres desconocidos, hombres que las violentan sexualmente a través
del acoso, el abuso o la violación.
Muchos de ellos son choferes identificados por las autoridades por
prestar un servicio público ya sea en taxis, autobuses, microbuses,
metrobús u otros transportes.
Estar en el trabajo o en la escuela no es garantía de que las mujeres
vivan libres de violencia, sólo recordemos a Lesvy, asesinada el 3 de
mayo cerca del Instituto de Ingeniería en Ciudad Universitaria, el
espacio de nuestra máxima casa de estudios. Caso indignante por el
desaseo en la investigación.
Son los compañeros de trabajo o de la escuela los principales agresores
de las mujeres en estos ámbitos. Cómo avanzar en los trabajos cuando la
violencia es lo cotidiano, cuando la violencia sexual, la
discriminación por ser mujer o por ejercer el derecho a la maternidad
se vuelven en contra de las mujeres, quienes por un lado son alentadas
socialmente a ser madres y por el otro lado son violentadas dentro del
trabajo por estar embarazadas.
Lo sorprendente en el ámbito escolar es que las jóvenes pese a la
violencia física y sexual que enfrentan por parte de compañeros y
maestros obtengan las calificaciones más altas al concluir sus estudios,
según estudios de la OCDE. Si no enfrentaran esa violencia seguramente
tendríamos más mujeres genias.
Si hay un delito que tiene la mayor radiografía de dónde están los
agresores y cuáles son los motivos de las agresiones, es precisamente el
de la violencia contra las mujeres. La Endireh tiene 11 años
realizándose, ofreciendo información a las autoridades, para que tomen
cartas en el asunto, que no es sólo hacer campañas, sino irse a lo
estructural, transformar las relaciones de desigualdad entre mujeres y
hombres.
Los hombres son aquí los interpelados, ellos no pueden seguir
responsabilizando a sus madres por haberles educado en el patriarcado.
Ahora resulta que en esto sí, son obedientes, en este caso la obediencia
es acomodaticia.
Tendrán que dejar la obediencia a un lado y asumir, como adultos, la
decisión de dejar de ser violentos, dejar de usurpar los espacios de las
mujeres y en los hechos dejar de ser obedientes con el patriarcado.
*Periodista y feminista, Directora General de CIMAC
Twitter: @lagunes28
CIMACFoto: César Martínez López
Por: Lucía Lagunes Huerta* Cimacnoticias | Ciudad de México .-
No hay comentarios.:
Publicar un comentario