La digna voz
El pasado 31 de julio
se cumplieron dos años del multihomicidio de cinco personas en la
colonia Narvarte, en la Ciudad de México, y en el que perdieron la vida
Rubén Espinosa (periodista), Nadia Vera (activista estudiantil),
Alejandra Negrete, Mile Viriginia Martin y Yesenia Quiroz. El artero
crimen –que es uno de los episodios que toca las fibras más sensibles de
la crisis nacional– permanece sin castigo. De hecho, en mayo del año en
curso, jueces federales congelaron los procesos contra dos de los tres
detenidos. Y las averiguaciones continúan envueltas en una bruma de
omisiones e inacciones (como todos los otros centenares de crímenes de
lesa humanidad que laceran al país). Las líneas de investigación que
involucran la labor periodística de Rubén y el activismo de Nadia Vera
en Veracruz siguen desatendidas. Recientemente la Comisión de Derechos
Humanos de la Ciudad de México reportó que la Procuraduría de Justicia
de la capital “contaminó” la escena del crimen, e ilegalmente filtró
información a la prensa que revictimizó-criminalizó a las víctimas del
asesinato múltiple. Esto con el objeto de urdir un relato que
desautorice el reclamo de justicia de los deudos, el gremio periodístico
y el movimiento estudiantil. Antes de morir, Rubén y Nadia
responsabilizaron públicamente al exgobernador de Veracruz, Javier
Duarte de Ochoa (admirador confeso de Francisco Franco), por cualquier
perjuicio que pudieran sufrir. Unos días antes de su asesinato, Rubén
confesó: “Me molesta, me caga estar así, aislado, con miedo, no poder
chambear a gusto, pero en Veracruz no se pueden echar en saco roto las
intimidaciones, los acosos y la vulnerabilidad en la que periodistas
ejercen el oficio” (Noé Zavaleta en “El Infierno de Javier Duarte”).
Todas las evidencias del crimen apuntan al Palacio de Gobierno en la
ciudad de Xalapa (capital de Veracruz). Y, sin embargo – o acaso por
eso– todas las indagatorias desestiman la “línea Veracruz”.
Con base
en las evidencias disponibles, y las averiguaciones de organismos
autónomos como Artículo 19, periodistas independientes, abogados de las
víctimas, y algunos rumores palaciegos, es posible perfilar tres tesis
acerca del multihomicidio.
Primera tesis: venganza personal
Javier Duarte, exgobernador de Veracruz, y su secretario de seguridad
pública, Arturo Bermúdez Zurita, habían sido expuestos públicamente por
el lente denunciatorio del fotoperiodista Rubén Espinosa.
En
más de una oportunidad, las imágenes en prensa de Javier Duarte,
capturadas por Rubén Espinosa, retrataron a una persona obcecada por “la
plenitud del pinche poder” ( dixit Fidel Herrera Beltrán). El
registro fotográfico de un Duarte colérico, con mirada inequívocamente
homicida, es crédito de Rubén. Por ese goteo de información que los
poderosos aborrecen, se hizo de conocimiento público el malestar que
generó intramuros el lente de Rubén. Esas fotos circularon febrilmente
en la prensa nacional e internacional. Y, en cierto sentido, la
certidumbre pública acerca del talante criminoso de Javier Duarte es un
mérito del trabajo de Espinosa.
Por otro lado, Rubén Espinosa
nunca titubeó cuando denunció ante la prensa que la fuente de acoso e
intimidación que sufrían los periodistas-activistas en Veracruz era la
secretaría de seguridad pública, dirigida por el “Mad Dog” tropical,
Arturo Bermúdez Zurita, también conocido en los corrillos de la narcocracia como “Capitán Tormenta”.
Esos “desaires” y señalamientos inflamaron el rencor vengativo y
homicida de una casta gobernante que instauró en el estado un orden
puramente delincuencial.
Segunda tesis: miedo
Documentar el infierno en Veracruz involucra pisar los talones del
binomio crimen-institucionalidad. En esa entidad bañada en sangre, la
delincuencia organizada de Estado arrolla a todo aquel que intenta
interferir o denunciar el maridaje de la criminalidad y las
instituciones.
El 5 de junio de 2015, ocho alumnos de la
Universidad Veracruzana fueron atacados brutalmente por un comando
armado en la ciudad de Xalapa, y cuya acción emuló peligrosamente el
modus operandi de la represión en Ayotzinapa (aunque sin desaparecidos).
El asalto dejó algunos rostros desfigurados, traumatismos
craneoencefálicos, fracturas múltiples y un clima de horror.
En
México es imposible distinguir una acción criminal de una acción de
gobierno. Y lo que ese grupo de estudiantes denunció antes del ataque
fue justamente el creciente ensamblaje del estamento gobernante con los
cárteles de la droga. “La neta, la neta, ustedes son los Zetas” (en
referencia a la organización criminal cuya sede residencial-operativa es
Veracruz). Esa consigna repicó en cada marcha que los estudiantes
organizaron para reprochar el terrorismo criminal del gobierno de Javier
Duarte y el sobreempoderamiento de sus allegados criminales.
Rubén Espinosa documentó la agresión a los estudiantes. Y, convencido
que “los agresores despechan en Palacio de Gobierno” (Alejandro
Saldaña), dispuso investigar a fondo el caso. Esa osadía le costó el
exilio. Rubén salió huyendo de Veracruz por el virulento asedio del
gobierno duartista . Pero no desistió de seguir con la
investigación del ataque sicarial contra los ocho jóvenes. Desde la
Ciudad de México –otrora santuario de periodistas en destierro– solicitó
ayuda a colegas veracruzanos para difundir un documento que escribió a
cuenta personal, y cuyo contenido arrojaba pistas sobre la conexión de
aquel escuadrón criminal con el gobierno del estado de Veracruz.
El gobierno sabía de la tenacidad de Rubén Espinosa. Y temía que el
fotorreportero desentrañara la verdad: que en Veracruz la institución
duerme con el enemigo. En otras palabras, que la gobernabilidad en esa
entidad está terminantemente fuera de la legalidad.
El duartismo
tenía miedo de Rubén, en particular, y de la denuncia social en
general. Porque no hay gobierno que soporte la verdad que él y otros
conocen: que la delincuencia (narcotráfico) es clase gobernante.
Tercera tesis: represión ejemplar
La articulación del periodismo crítico e independiente y el movimiento
estudiantil veracruzano comenzó a tener un costo político para el
Partido Revolucionario Institucional. En la elección federal de 2015, el
7 de junio de ese año –sólo dos días después de la atroz embestida a
los estudiantes–, el partido oficialista perdió escaños tradicionalmente
indisputados en el Congreso de la Unión; particularmente la diputación
de la capital del estado. En esa ocasión fue electo Cuitláhuac García,
del Movimiento de Regeneración Nacional (oposición), como diputado
federal por el Distrito electoral federal 10 de Veracruz con cabecera en
Xalapa-Enríquez a la LXIII Legislatura, y tras derrotar a Reynaldo
Escobar, fiel e histórico militante del PRI que desde distintos cargos
coordinó la instalación de la delincuencia organizada en el estado. En
2016, el propio Cuitláhuac García disputó la gubernatura del estado. Y
perdió por un margen minúsculo (en una elección fuertemente cuestionada
por anomalías desentendidas por el árbitro electoral). Si el movimiento
estudiantil hubiera seguido en pie, es posible especular que la
oposición habría conquistado la gubernatura.
El asesinato de
Rubén Espinosa y Nadia Vera en la colonia Narvarte de la Ciudad de
México aconteció sólo dos meses después del primer gran descalabro
electoral del PRI estatal (una entidad que “el partido” gobernó
ininterrumpidamente por casi un siglo). Rubén y Nadia fueron figuras
emblemáticas de esa “articulación del periodismo crítico e independiente
y el movimiento estudiantil veracruzano”. Por eso sufrieron acoso
sistemático. Y eso explica que decidieran salir huyendo de Veracruz.
Pero la violencia homicida los alcanzó en su fallido refugio. Y fue de
tal dimensión la desmoralización por el multihomicidio, que la protesta
social agonizó en ese estado. Julián Ramírez alerta: “después del
asesinato en la Narvarte, el movimiento de estudiantes en Veracruz se
acabó”. La represión fue ejemplar. Escrupulosamente dirigida. El mensaje
fue claro: no se tolerará ni un connato de crítica al orden criminal, y
el brazo de venganza veracruzano no conoce fronteras geográficas.
Lección escarmentada
A Rubén y Nadia les asistía la razón cuando advertían: “nos están aniquilando”. El Estado Mexicano nos está aniquilando.
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