La Jornada
Muy de vez en cuando aparece una producción mexicana que se esfuerza por no parecerlo, alejándose de los tópicos nacionales y de los parajes usuales. Verónica, debut de Carlos Algara y Alejandro Martínez-Beltrán, es ese tipo de películas. Para mayor rareza, ensaya el thriller sicológico, género poco frecuentado en nuestro cine.
Obviamente influida por Persona (1960), una de las obras más intrigantes de Ingmar Bergman, la trama de Verónica gira
en torno a una sicóloga (Arcelia Ramírez) que, a pesar de estar
retirada de la práctica, acepta tratar a una nueva y joven paciente
llamada Verónica de la Serna (Olga Segura), cuyo anterior terapista ha
desaparecido. En una cabaña en medio del bosque, ambas mujeres se
enfrascarán en un duelo mental por establecer su superioridad. Verónica
es una paciente muy renuente que constantemente cuestiona su terapia. La
sicóloga intenta la hipnosis, la cual revela secretos de la muchacha.
En el colmo de la contaminación, Verónica seduce a su doctora para una
sesión de sexo lésbico.
A partir de ese momento, la película se vuelve violenta y misteriosa.
Bajo una afortunada ambigüedad las acciones se volverán irreales, como
en un sueño. ¿Quién analiza a quién? ¿Quién es la homicida? ¿Es todo la
alucinación de una sicótica? Por suerte, los realizadores –que se hacen
llamar The Visualistas en créditos– no ofrecen explicación.
Sin llegar a las complejidades del traspaso de identidades y la
reflexión sobre el rostro humano, entre otros temas bergmanianos, Verónica funciona como thriller pues
construye bien una atmósfera de tensión, reforzada por la ominosa
música de Daniel Wohl. Desde el principio adivinamos que el personaje
epónimo es mala medicina, pero estamos seguros de la presencia de la
sicóloga y sus esfuerzos bienintencionados, pues la narrativa abre con
ella y adopta su perspectiva.
Ayuda a la convicción de la película que ambos personajes sean
interpretados por actrices solventes. En papeles secundarios o
protagónicos, Arcelia Ramírez ha probado de sobra ser la intérprete más
notable de su generación. Y en este caso brinda a la sicóloga el aire de
un aplomo profesional, cuarteado por la duda. Mientras que Olga Segura
sí sugiere un carácter siniestro con una apreciable economía de gestos.
Curiosamente, el ambiente de Verónica no tiene nada de
mexicano, ni de contemporáneo. La bella locación de los bosques de
Arteaga, en Coahuila, evoca más un paisaje europeo, y la cabaña donde
transcurre la acción parece más bien un chalet suizo. Por otro lado, la
presencia de teléfonos de disco y un modelo viejo de computadora
proporcionan una sensación de anacronismo.
Ambas intenciones son reforzadas por una pulcra fotografía en blanco y
negro de Miguel Ángel González Ávila. Hacia el final, y sin que se
justifique plenamente, la fotografía se vuelve a color, lo cual sólo
sirve para ilustrar qué tanto más rica en texturas y matices es la
estrategia monocromática.
Estrenada en el pasado festival de Guadalajara, Verónica ha
tenido la fortuna de exhibirse comercialmente sin tanto retraso. Ahora
le toca enfrentarse a la apatía del público clasemediero que, al
parecer, sólo está interesado en insustanciales comedias románticas si
de cine mexicano se trata.
Verónica
D: Carlos Algara, Alejandro Martínez-Beltrán/ G: Carlos Algara, Tomás
Nepomuceno/ F. en ByN, C: Miguel Ángel González Dávila/ M: David Wohl/
Ed: Luis de la Madrid, Eugenio Richer/ Con: Arcelia Ramírez, Olga
Segura, Sofía Garza, Eugenia Morales Marín/ P: Producciones A Ciegas,
Visualistas. México, 2017.
Twitter: @walyder
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