CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- La reacción
indignada que provocó en un sector de la sociedad mexicana la decisión
del gobierno de Andrés Manuel López Obrador de otorgar asilo político al
expresidente boliviano Evo Morales hace eco a la “violenta campaña” que
enfrentó la administración del expresidente Lázaro Cárdenas hace ocho
décadas, cuando abrió las puertas de México a más de 25 mil republicanos
españoles.
Esa campaña sostenía que los republicanos “iban a dar rojos,
comunistas, matacuras, etcétera. Todo México se puso contento cuando
llegaron los republicanos pero a la derecha le molestó mucho”, recuerda
el doctor Pablo Yankelevich.
En entrevista, el profesor-investigador del Centro de Estudios
Históricos de El Colegio de México, sostiene que “lo mismo ocurrió
cuando vino Trotsky o cuando llegaron los chilenos; revisa la prensa de
esos años, revisa los órganos de los sectores más conservadores de la
sociedad mexicana: no estaban de acuerdo con esta política porque decían
que el país se iba a llenar de radicales, comunistas y ateos”.
–¿Quiénes eran estos sectores más conservadores? –se le pregunta.
–La derecha mexicana vinculada con la Iglesia y de alguna manera los
orígenes del PAN, que en 1939 se crea en contra del cardenismo. Era un
partido muy opositor a la llegada de los republicanos –recalca el
historiador.
A lo largo de la semana, después de que el gobierno mexicano calificó
la crisis constitucional de Bolivia como golpe de Estado y ofreció
asilo político a Morales, legisladores del PAN alentaron en redes
sociales la campaña #EvoNoEresBienvenido, y el jueves 14 propusieron una
consulta para determinar si los mexicanos aprueban o no el asilo al
exmandatario.
Marko Cortés, el presidente nacional del partido conservador, afirmó
que “es inaceptable que México quiera dar asilo político a un dictador,
aquí en México no son bienvenidos los dictadores (…) no vemos correcto
que en México se abra la puerta a quien hizo sufrir al pueblo y se quiso
mantener en el poder a costa de lo que fuera, incluso haciendo fraude”.
Enseguida, medios y comentaristas participaron en la campaña:
cuestionaron que el Estado mexicano destine recursos para la manutención
del líder indígena o insistieron en el presunto fraude electoral del
pasado 20 de octubre. Con base en una encuesta telefónica realizada sólo
a 309 personas y publicada en primera plana, Reforma planteó incluso
que 58% de los mexicanos rechaza la decisión del gobierno federal.
En redes sociales se desataron comentarios de carácter racista,
dirigidos contra los orígenes indígenas del expresidente boliviano.
En el otro lado del espectro político mexicano, algunos actores de
izquierda también hicieron uso de la imagen de Morales: no para repudiar
al “dictador”, sino para presumir su solidaridad con el líder indígena,
víctima de un “golpe de Estado”.
Así, a lo largo de la semana pasada integrantes del gobierno de López
Obrador, como el canciller Marcelo Ebrard e Irma Eréndira Sandoval,
titular de la Secretaría de la Función Pública, así como Claudia
Sheinbaum, la jefa del gobierno capitalino, y militantes de Morena –los
diputados Mario Delgado y Gerardo Fernández Noroña, entre otros–
publicaron en sus redes sociales fotografías que mostraban su proximidad
con Morales.
Esta capitalización política de la imagen de los asilados tampoco “es
una novedad, hay antecedentes de esto”, afirma Yankelevich.
“Si revisas la historia, cuando Luis Echeverría le dio asilo político
a la familia de Salvador Allende la recibió en Palacio Nacional; cuando
el expresidente argentino Héctor José Cámpora pudo salir de la
embajada, porque los militares no querían darle un salvoconducto, el
primero que lo recibió fue José López Portillo”, recuerda.
Insiste en que a lo largo de su historia México otorgó protección
internacional a miles de personas sin distinguir sus orientaciones
políticas, bajo la consideración de que el asilo es “una figura jurídica
fundamentalmente humanitaria, que atiende a la preservación de la
libertad y de la vida de la gente”.
Paradoja
Autor de una treintena de libros, Yankelevich advierte: “Mucho
cuidado con hacer paralelismos: son situaciones muy distintas, pero lo
que a mí me parece importante es reconocer que la posición de México de
hoy respecto al asilo, no es una novedad.
“La novedad es que se haya vuelto a lo que se hizo durante el siglo
XX y que se dejó de hacer a partir de los noventa por muchas razones,
entre otras porque aparecen los procesos de redemocratización en América
Latina y la conflictividad política desciende”.
Su libro más reciente, Los otros (Diásporas, 2019), ofrece una mirada
profunda sobre la política migratoria mexicana durante la primera mitad
del siglo XX. Con base en archivos históricos inéditos documenta el
origen de fenómenos que siguen vigentes 100 años después, como el uso
del territorio mexicano como lugar de tránsito para llegar a Estados
Unidos o la corrupción en la administración migratoria.
El libro permite hacer un repaso por la historia del asilo, una
tradición que instauró el gobierno cardenista en medio de una
“paradoja”: según Yankelevich, la ley migratoria de 1936 resultó la “más
restrictiva de la historia mexicana”, pues establecía cuotas de hasta
100 extranjeros por nacionalidad y por año, así como discriminaciones
raciales y religiosas.
Sin embargo, la misma ley consagró la apertura de México a los que
huían de persecuciones políticas. “Es una cosa muy importante: cierra
las puertas a la inmigración, pero plantea un país abierto a los
perseguidos políticos; ahí no habla de raza, de color, de nada”, comenta
el académico.
La ley de 1936 fue producto del contexto mexicano anterior: “México
es un lugar que vive una revolución, que se convierte en un lugar
atractivo para mucha gente del progresismo, no sólo latinoamericano,
sino europeo: es un lugar donde están pasando cosas, en una América
Latina que se condena en dictaduras. En México se habla de revolución
popular, reparto agrario”.
Yankelevich resalta que la Revolución Mexicana “tiene un contenido
latinoamericanista muy alto, se hace a espaldas de Estados Unidos, casi
como una afrenta. Es como si fuera un ejemplo a seguir, un lugar abierto
a los perseguidos políticos latinoamericanos”.
Recuerda que el peruano Víctor Raúl Haya de La Torre fundó la Alianza
Popular Revolucionaria Americana en México; que el líder estudiantil
comunista cubano Julio Antonio Mella fue asesinado en 1929 durante su
exilio en el país, o que una gran cantidad de venezolanos perseguidos
por Juan Vicente Gómez llegaron a México desde los veinte.
“En todos los años cincuenta y hasta los ochenta México está
recibiendo permanentemente a asilados políticos, a muchísima gente, y
algunos de ellos fueron jefes de Estado”, dice.
Retoma los ejemplos de Trotsky, al que México fue el único país del
mundo que le otorgó visa; el expresidente guatemalteco Jacobo Árbenz,
derrocado por un golpe de Estado en 1954; el expresidente argentino
Héctor Cámpora se exilió en México, o el propio Fidel Castro.
“Evidentemente en la historia de América Latina han sido más los
perseguidos de izquierda que los de derecha”, expone Yankelevich; sin
embargo subraya que “México también dio asilo a gente de otros colores
políticos”.
“No ha sido un obstáculo para que México haya otorgado más de 600
asilos a cubanos anticastristas entre 1959 y 1962; se conoce la política
solidaria de México con Cuba, pero no fue un obstáculo para que la
embajada de México en Cuba recibiera perseguidos políticos”.
En una coyuntura más reciente, resalta que López Obrador adoptó una
posición de no intervención en la política interna de otra nación, y
particularmente la posición frente al presidente venezolano Nicolás
Maduro.
“México es un ‘país solidario’ con Maduro, y fíjate lo curioso: la
segunda nacionalidad a la cual el gobierno mexicano está reconociendo la
calidad de refugiado es a los venezolanos que no son simpatizantes de
Maduro”, dice.
Este texto se publicó el 17 de noviembre de 2019 en la edición 2246 de la revista Proceso
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