Estamos en el inicio de revivir cosas que antes eran anatema
▲ Las transferencias de orden social, redistributivo, están compensando
de manera imperfecta la falta de esfuerzo inversor, considera David
Ibarra.
El mundo económico no se reduce sólo al crecimiento, suelta David Ibarra Muñoz. Ex secretario de Hacienda durante tiempos convulsos, plantea:
Tenemos que quitarnos las telarañas de la cabeza. Agrega:
Estamos en el inicio de revivir cosas que antes eran anatema. Es momento, y se refiere a la gestión de la política económica,
de tomar riesgos.
Ibarra Muñoz fue titular de Hacienda entre 1977 y 1982. Antes dirigió
Nacional Financiera y se ha desempeñado entre la academia, los
organismos internacionales y el servicio público. Actualmente preside el
comité editorial de Economía UNAM, revista académica.
El desempeño de la economía en años recientes, de
tasas decrecientes de crecimiento, como las describe en entrevista con La Jornada, hace patente la necesidad de introducir cambios.
Los problemas económicos cambian, dice. Hoy, en el mundo, la inflación –cuyo control fue el eje de las políticas en varios países, México incluido– ya no es el problema terrible de hace 15 o 20 años, ejemplifica.
Eso cambió y, ante ello, tenemos que cambiar nuestra política económica y prelaciones. ¿Seremos capaces de modificar nuestro cerebro y prejuicios, que fueron alimentados por la historia, que tuvieron sustento?
El crecimiento económico de México, dice, ha sido declinante en décadas recientes, debido a que fue abandonada
una política económica desarrollista con esto de la libertad de comercio y la supresión de las fronteras.
En la práctica, agrega, fueron suprimidas buena parte de las
instituciones que favorecían el crecimiento. Un caso, menciona, fue que
la banca de desarrollo dejó de dedicarse a financiar grandes proyectos
de transformación productiva para dedicarse a apoyar a la banca privada.
Cita uno más: el Banco de México, dotado de autonomía en 1993, dejó de
ser una institución de apoyo al desarrollo nacional para sólo ocuparse
de la estabilidad de precios.
El banco central se dedicó a extraer liquidez del sistema financiero nacional. Entre 2008 y 2018 ha extraído liquidez por aproximadamente 5 por ciento del producto interno bruto. Eso representa alrededor de 20 a 25 por ciento de la inversión del país.
Ibarra Muñoz considera que es momento de modificar la Ley del Banco
de México, para que la institución emprenda políticas explícitas de
apoyo al crecimiento de la economía y para que la banca de desarrollo
financie a productores y emprendedores mexicanos.
Esto que digo parece simple, pero no lo es. México necesita un sector exportador más dinámico y, al mismo tiempo, limitar importaciones. Tenemos que revisar toda nuestra política de vinculación con el exterior y los tratados de libre comercio que hemos firmado y que, en general, salvo con Estados Unidos, nos causan déficits.
Política de comercio exterior más activa
Una complicación tiene que ver, precisamente, con el cambio de visión que prevalece en el mundo. Explica:
Tenemos necesidad de una política mucho más activa de comercio exterior, en circunstancias muy difíciles, porque Estados Unidos, que era el campeón del libre cambio, ahora se está volviendo proteccionista, y al hacerse proteccionista va a limitar sus transacciones comerciales y déficits, que fluctúan entre 400 mil millones y 800 mil millones de dólares anuales, y eso nos afecta directamente. Tenemos la espada de Damocles encima.
Redondea: Para poder regenerar el desarrollo económico nacional es
necesario transformar el sector financiero del país con un sentido
desarrollista y modificar buena parte de la política de vinculación con
el exterior.
No es tan sencillo, es complejo y nos vamos a enfrentar a intereses enormes que van a resultar afectados.
–¿Cuáles son esos intereses?
–Si se reduce o acomoda el superávit con Estados Unidos, van a
resultar afectadas empresas estadunidenses, porque el sector exportador
mexicano está fundamentalmente extranjerizado. En el orden financiero,
si la banca de desarrollo empieza a complementar a la banca privada y
comienza a dar crédito a la producción, va a tener que competir con la
banca privada, va a afectar los intereses de la banca privada. Pero eso
hay que hacerlo, porque el país necesita restructurar su base
productiva. Lo que tenemos encima no es un problema sencillo, es uno en
el que hay que atreverse a tomar riesgos y a cometer errores.
–¿A qué riesgos se refiere?
–Por ejemplo, toda nuestra política está volcada a procurar la
estabilidad de precios. Nos podemos arriesgar, aunque la estabilidad de
precios se deteriore en alguna medida debidamente programada.
–¿Que hubiera un poco más de inflación?
–Que hubiera un poco más de desarrollo. La restricción en materia de
desarrollo ha sido enorme. En las décadas de los 50 a 70 del siglo
pasado crecimos entre 5 y 6 por ciento anual. Ahora lo hacemos con
dificultad a dos. Si admitimos que la productividad del país crece año
tras año alrededor de uno a 1.5 por ciento y que la tasa de crecimiento
demográfica alrededor de 1.5, el mínimo para que no se deteriore el
nivel de vida en este país es de tres por ciento. Necesitamos, con
riesgos, con la posibilidad de cometer errores, avanzar hacia un
crecimiento mínimo de 4 por ciento al año.
Los problemas cambian, agrega. La independencia de los bancos centrales se extendió en el planeta para combatir presiones inflacionarias que se daban en todos los países y para ordenar el comercio mundial. Pero, insiste, la inflación ha dejado de ser
el terrible problema mundial, en parte porque debido al comercio ya no es un solo país el que fija los costos y por la disminución en los costos laborales.
Entonces, al cambiar, tenemos que modificar nuestra política económica, soltar nuestros prejuicios. Lo que hay que hacer en México, apunta, no es sencillo, es complejo,
pero se tienen que atrever y se tiene que admitir que, sobre todo el nuevo gobierno, se cometan errores. Y los va a cometer.
Cambiar la manera de percibir las cosas
–En los últimos años ha predominado la idea, en México y
en buena parte del mundo, de que no hay muchas opciones de política
económica. ¿Cree que en las actuales circunstancias se pueden tomar
estos riesgos a un costo manejable?
–Esa idea es una de las cosas que está cambiando. La que impulsó
Estados Unidos prácticamente desde la gran crisis de los años 30 fue la
libertad de comercio. Hoy, ese país, con los déficits enormes que tiene,
empieza a no tolerar la libertad de comercio. Buena parte de los países
están dando mayor peso a los intereses nacionales frente a los de
carácter global. Estamos en el inicio de revivir cosas que antes eran
anatema. El mundo ya cambió. Antes se decía que el petróleo y el gas
eran la fuente fundamental de generación de oferta energética.
Actualmente, ya no. Las fuentes de energía limpia comienzan a
predominar. Eso implica un cambio en nuestra manera de percibir las
cosas y uno enorme para países petroleros, como nosotros. El mundo
cambia, no es estático y el éxito de una política económica es tratar de
anticipar en lo posible el cambio y hacer el ajuste ex ante y no ex
post.
–¿Considera que el gobierno ve esos cambios y hace los ajustes para anticiparse a ellos?
–Es una mezcla. En algunos casos sí y en otros los ahogan los
problemas presentes, que se hacen más agudos. Por ejemplo, este
gobierno, al menos en sus manifestaciones visibles, no expresa
preocupación por alentar la inversión pública y dar incentivos a la
privada. ¿Cómo lo compensa? Haciendo transferencias de ingreso a los
segmentos más pobres de la sociedad: a niños, a viejos, etcétera.
Entonces, crece la demanda de productos que fundamentalmente elabora el
país. Las transferencias de orden social, redistributivo de este
gobierno, están compensando imperfectamente la falta de esfuerzo
inversor. Desde el punto de vista social lo completan, pero desde el de
futuro del país hay duda. Se necesita acrecentar la inversión. Eso nos
lleva a otro problema: se necesita que el gobierno tenga finanzas menos
restringidas, y eso nos lleva a una reforma fiscal que este gobierno no
ha admitido, al menos por ahora. Esos problemas se revuelven entre sí.
–Los programas aumentan la capacidad de consumo de los estratos de menor ingreso, pero no sacan a la economía del estancamiento.
–¿Hacia dónde está dirigido lo que ofrecen? Hacia bienes de consumo
popular. A los sectores que elaboran bienes de consumo popular esta
política los está alentando y, en consecuencia, la inversión de esos
sectores puede crecer. No es claramente suficiente, porque necesitamos
infraestructura, proyectos de envergadura, transformadores de la
estructura productiva nacional. Pero también hay un estímulo inversor
pequeño, modesto, pero ahí está.
–¿Cómo se debería interpretar la situación por la que pasa la economía?
–Para empezar, debemos quitarnos las telarañas de la cabeza. Decir
que el mundo económico no se reduce simplemente al crecimiento, sino
tiene otras dimensiones y tiene una clarísima: la social. En un país
como México, donde 10 por ciento de las familias ricas se llevan 60 por
ciento del producto, donde tenemos 45 por ciento de la población en la
pobreza, donde tenemos un sector informal que absorbe 60 por ciento de
la fuerza de trabajo, la relación social tiene que ser decisiva. ¿Cómo
se instrumenta? Es difícil, porque para cubrir la dimensión social van a
descobijar a otros sectores y hay críticas. Pero no hay otra forma de
andar. Hay que atender ese problema, porque de otra forma la sociedad se
nos acaba de descomponer.
–Mencionó la parte fiscal.
–La reforma fiscal es una necesidad que va a venir tarde o temprano, y
va a tener que instrumentarse. ¿En qué consiste? Cobrar un poquito más a
los que más tienen y un poquito menos a los que menos poseen. Eso es
una reforma fiscal. Se tiene que revisar el régimen de financiamiento
con recursos fiscales a los estados, modificar el impuesto predial;
quizá, a futuro, una contribución pequeña a las transacciones
financieras, para ordenarlas; de acuerdo a como camine el mundo, un
pequeño impuesto a la riqueza. Todo eso afecta enormemente intereses
creados. ¿Cuáles son los pleitos que llegan a la Suprema Corte?
Alrededor de 60 o 70 por ciento tiene que ver con cuestiones fiscales.
Es una manifestación de que eso toca intereses.
Posponer una reforma fiscal hasta el inicio de la segunda mitad del gobierno, como ha planteado el Presidente, tiene
evidentemente un costo, apunta Ibarra Muñoz.
Pero un gobierno nuevo como este no puede echarse encima todos los problemas. Y los relacionados con una reforma fiscal son especialmente sensibles. En términos políticos, decidieron no meterse a eso, por lo pronto. Eso tiene un costo, porque restringe la capacidad de acción del gobierno.
–¿Cuáles son los cambios que advierte en la relación entre el gobierno y los grupos económicos?
–Las cifras de inversión son muy claras. Hay una retracción de la
inversión privada, que no sólo es económica, sino también política.
Todavía no se aflojan las cosas por entero con el sector privado, y esto
puede tomar más tiempo.
Foto Guillermo Sologuren
Roberto González Amador
Periódico La Jornada
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