Las calles de Santiago
siguen ocupadas por miles de personas que no las abandonan, pese a la
represión y tampoco por el pacto firmado entre el gobierno y la
oposición para desmovilizar las protestas. Se trata del
Acuerdo por la paz y la nueva Constitución, que no garantiza ni la una ni la otra y es una muestra de que los políticos siguen dando la espalda a la población.
El 14 de noviembre todos los partidos, de izquierda y derecha, con
excepción del Partido Comunista, rubricaron un acuerdo que prevé que en
abril de 2020 se realice un plebiscito donde la población decidirá si
quiere una nueva Constitución y si los convencionales serán mitad
parlamentarios y mitad electos o si todos deberán ser elegidos. Además
exige que haya dos tercios para aprobar los acuerdos.
Por la izquierda, lo firmaron el Partido Socialista, el Partido por
la Democracia, Revolución Democrática y el Frente Amplio, del cual se
fugaron decenas de dirigentes que consideraron que
es contrario en esencia a las demandas que las diferentes y diversas manifestaciones han enunciado en las calles de Chile(https://bit.ly/2KBPmgV).
Como está sucediendo en los principales conflictos en toda América
Latina, han sido las feministas y los pueblos originarios los que han
nombrado los hechos de forma más clara y contundente.
Un comunicado de la Coordinadora Feminista 8M rechaza la impunidad y asegura:
este acuerdo salva de su propia crisis a un gobierno criminal que ha gobernado con las manos manchadas de sangre. Achaca al presidente Sebastián Piñera muertes, mutilaciones, violencia política sexual, torturas, secuestros y desapariciones.
Aseguran las feministas que la convocatoria de una constituyente en estas condiciones
es un nuevo Congreso a la medida de los partidos, a la medida de quienes causaron esta crisis y que han administrado la precarización de nuestras vidas(https://bit.ly/35o0vu1). Sostienen que el objetivo final del acuerdo es retirarlas de las calles para
convertirnos en espectadores una vez más.
El mundo mapuche se expresó a través de tres organizaciones, por lo
menos: la Alianza Territorial Mapuche, el parlamento de Koz Koz y el
colectivo informativo Mapuexpress.
Este colectivo hace un recuento de daños provocados por la represión,
destacando la violencia sexual y las torturas. Por eso destaca que el
acuerdo por la pazfue firmado en el contexto de terrorismo de Estado, mediante la aplicación de la Ley de Seguridad Interior de la dictadura de Pinochet. El riesgo mayor es que las fuerzas político-empresariales que apoyaron la dictadura y se hicieron con la mayoría del Parlamento en democracia terminen siendo las que redacten la nueva Constitución.
El Parlamento Mapuche Koz Koz, conmemora con ese nombre el histórico
encuentro que las comunidades mapuche sostuvieron en la zona de
Panguipulli (provincia de Valdivia) poco después de finalizar la guerra
de ocupación militar chilena del territorio. Su comunicado asegura que
el acuerdo
apuesta a la desmovilización y aleja la posibilidad de cambios reales(https://bit.ly/2qt4zKv).
Valora que se trataría de confundir al movimiento social, ya que
sólo busca crear una base para seguir usurpando el poder. La Alianza Territorial, por su parte, llama a construir una asamblea de naciones y movimientos, que puede ser similar al parlamento indígena y popular del Ecuador, ya que se propone como un espacio de articulación permanente entre organizaciones sociales (https://bit.ly/2ramG7S).
A mi modo de ver, la irrupción de pueblos originarios y feministas
está modificando la vieja cultura política con mayor profundidad que
cualquier debate ideológico. El impacto es altísimo y no es fácil de
medir. Una pista nos la ofrece que la bandera mapuche sea la más ondeada
en las manifestaciones y que ya nadie acepte depender de estructuras
organizativas jerárquicas, ni se doblegue ante caudillos.
Las mujeres antipatriarcales y los pueblos indígenas nos enseñan el
valor de los liderazgos colectivos, rechazando a los caciques de
izquierda, a los partidos y al vanguardismo.
La prioridad para las personas organizadas y movilizadas es la
construcción de espacios propios y seguros, con relaciones cara a cara,
de confianza mutua, lo que resulta de mayor importancia que programas
abstractos que tienen poca utilidad, ya que cuando llega el momento de
ponerlos en acción, esos mismos caudillos que los redactaron los hacen a
un lado. Los cabildos abiertos van en esa dirección.
Como lo enseñan las intervenciones de Silvia Rivera Cusicanqui, Rita
Segato, María Galindo y Mujeres Creando, así como sectores de la Conaie y
de las mujeres ecuatorianas, aparece un rechazo explícito a la cultura
macho-vanguardista de colocar todas las fuerzas para aniquilar al
enemigo.
Desde el alzamiento zapatista debatimos si para cambiar el mundo hay
que ocupar el Estado. Ellas corrieron el debate. Está naciendo un modo
antipatriarcal y anticolonial de hacer política.
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