Víctor M. Toledo* /I
En La estructura de las revoluciones científicas,
Thomas Kuhn logró esclarecer el mecanismo por el cual el conocimiento
avanza a través del tiempo. En ese libro, el más citado en la historia
de la ciencia, Kuhn escribe que existen periodos de
ciencia normalorientados por un paradigma que va sufriendo
anomalías, lo cual provoca la aparición de otro paradigma, la
ciencia revolucionaria, el cual termina por desplazarlo y convertirse en
ciencia normal. El avance científico es entonces una sucesión de ciclos normales y anormales. El modelo de Kuhn ha sido demostrado en innumerables campos del conocimiento y, como veremos, aplica al caso de la conservación de la naturaleza.
La versión moderna de la conservación que surge hace más de 150 años,
nace de la toma de conciencia sobre la destrucción de la flora y la
fauna, percepción estimulada por los avances de la ciencia del siglo
XIX, especialmente del evolucionismo. El
sentimiento conservacionista, que en un principio surgió a escala individual o de pequeños grupos, pronto se transformó en ética colectiva y en acciones concretas que llevaron a crear reservas de todo tipo. En paralelo, el estudio de la
historia naturalse convirtió a finales del siglo XIX en una vigorosa corriente intelectual en Europa. Hoy existe una nueva rama de la ciencia llamada
biología de la conservacióndedicada a esos menesteres, y un movimiento global que incluye consorcios internacionales, políticas públicas en cada país y miles de organizaciones civiles. Su tarea central es establecer intocadas zonas de refugio, que permitan no sólo la permanencia de la biodiversidad original de cada territorio, sino los procesos que ahí operan. Es decir, aislar espacios naturales de los mecanismos destructivos de la civilización industrial, como la agricultura y ganadería modernas, plantaciones industrializadas y formas de contaminación generadas desde las ciudades y las industrias. Ello se logra mediante la promulgación de políticas y sus respaldos jurídicos, dirigidas a establecer parques nacionales y santuarios, mediante decretos gubernamentales o la compra privada de territorios. En su versión extrema, impulsa zonas exclusivas, prohibidas a toda acción humana.
Como contraparte a esta visión se fue gestando durante el último
medio siglo otra corriente fundada en la corroboración de la existencia
de conocimientos no científicos o tradicionales sobre la naturaleza,
entre los pueblos originarios del mundo (unos 500 millones hablando unas
7 mil lenguas). Este descubrimiento, que ha cimbrado a la ciencia, fue
alimentado por los estudios etnobiológicos y etnoecológicos realizados
desde la interdisciplinariedad. Las investigaciones demostraron no sólo
la existencia de un sofisticado conocimiento no académico sobre plantas,
animales, fenómenos ecológicos, climáticos, geológicos y
meteorológicos, sino una lógica productiva y una ética conservacionista
entre esos pueblos. La
ecología sagradade los pueblos originarios que concibe al humano como parte de la Madre Tierra supone una relación de respeto que los lleva a salvaguardar como zonas sagradas áreas de vegetación, manantiales, montañas, etcétera. Ello vino a sumar a la visión moderna de la conservación un contingente social y cultural ignorado, que se ha convertido en aliado estratégico de los esfuerzos institucionales, públicos y privados del conservacionismo.
Aportes científicos muy recientes han demostrado a escala planetaria
lo hallado en muchos países: que las porciones de mayor biodiversidad
coinciden con los territorios de los pueblos indígenas. En efecto, los
avances logrados en las tecnologías de la percepción remota y el
procesamiento de datos permitieron que Conservación Internacional
localizara 35 regiones del mundo con las más altas concentraciones de
especies ( hotspots). A ellas agregaron otras cinco, donde la
baja población humana mantiene una mínima o nula perturbación de los
hábitats. En estas 40 regiones que representan apenas 8.5 por ciento de
la superficie terrestre existe 67 por ciento de todas las plantas
vasculares y más del 50 por ciento de los mamíferos, reptiles, anfibios y
aves del orbe. La presencia de pueblos indígenas en estas 40 zonas
revela que ahí se localiza 68 por ciento de las lenguas habladas por
esos pueblos, sugiriendo un estrecho vínculo entre la diversidad
biológica y la cultural. Por ello se arriba a una modalidad de
conservación biocultural con la participación combinada o corresponsable
de las comunidades indígenas, los científicos y las instituciones
gubernamentales o privadas. Esto adquiere mayor trascendencia cuando se
confirma que los pueblos indígenas poseen territorios en 87 países
equivalentes a la ¡cuarta parte de la superficie terrestre! En una
próxima entrega analizaremos el caso de México.
*Más información y bibliografía en http://laecologiaespolitica.blogspot.com
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