Carlos Bonfil
▲ Fotograma de la cinta de Fellini de 1960
A seis décadas de la realización de La dulce vida (La dolce vita,
1960), la cinta más emblemática de Federico Fellini, su versión
remasterizada permite disfrutar ahora en todo su esplendor la
exuberancia estética de su realización –ruptura con el neorrealismo
italiano, inmersión en el nihilismo hedonista de sus protagonistas
burgueses– y valorar al mismo tiempo lo que hoy pudiera aún representar
el mundo decadente por el que transita, entre fascinado y aturdido, el
periodista de frivolidades Marcello (Marcello Mastroianni). Al final de
su periplo de cronista y literato de la vida de las élites romanas, el
protagonista queda sumido en la más profunda melancolía existencial,
avizorando un poco una inocencia que para él parece ya inaccesible.
Resulta curioso constatar que medio siglo después, otra película,
también italiana, La gran belleza, de Paolo Sorrentino (2013),
ofrece en el escenario inamovible de una Roma burguesa y decadente, una
visión todavía más cínica de esa sociedad que ahora ha pasado ya del
poderío político-mediático de un Silvio Berlusconi al carismático poder
protofascista de un Matteo Salvini, volviendo realidad punzante los
aspectos más grotescos de lo que insinuaba Federico Fellini con maestría
visionaria.
En la época del estreno de La dulce vida, la crítica de cine estadunidense Pauline Kael señalaba en un ensayo perspicaz, titulado Fiestas para gente disfrazada del alma enferma europea,
que el espectáculo que directores como Fellini o Antonioni brindaban de
la decadencia moral de las minorías privilegiadas (esos happy few que
décadas después representarían uno por ciento de una plutocracia
globalizada), escondía en realidad, por parte de los cineastas, un
moralismo y una fascinación frente a atmósferas apocalípticas. Lo cierto
es que el colapso anunciado parece cumplirse hoy puntualmente, tanto en
lo económico como en lo moral, y toda la ironía que encierra una cinta
como La dulce vida cobra ahora vigencia inusitada.
El glamur de las fiestas de una burguesía ávida de exotismo y de
emociones fuertes, parece ya un cliché tan gastado como el de una
censura política o religiosa, hoy totalmente inoperante. El
mercantilismo global ha despojado de toda esencia a las provocaciones
morales que tanto escandalizaron en su tiempo a las autoridades
eclesiásticas. De la sucesión de magníficas viñetas que presenta Fellini
en el itinerario del periodista Marcello ya sólo queda la rémora de un
romanticismo desfasado y una sensualidad hedonista plasmada en la imagen
de Anita Ekberg y Marcello Mastroianni en la emblemática escena que
comparten en la Fuente de Trevi. El propio realizador lo comprendió
acudiendo nuevamente a ella, con lucidez desencantada, en su cinta Entrevista (1987), donde evoca esos mismos personajes y esas pasadas glorias de la pantalla. Como toda obra clásica, La dulce vida exige hoy miradas nuevas y una relectura social actualizada como contrapeso saludable al ejercicio estéril de la nostalgia.
Se exhibe en la sala 2 de la Cineteca Nacional a las 11:45 y 17:30 horas.
Twitter: @CarlosBonfil
No hay comentarios.:
Publicar un comentario