Carlos Bonfil
Confrontar el cine de ficción y el registro documental, comenzar por ejemplo a contar una historia y virar de pronto a una perspectiva más realista, más documental, sacar en definitiva al espectador de su zona de confort. Esta propuesta que hoy maneja el realizador quebequense Denis Côté, refleja en buena medida inquietudes similares a las de un cine iberoamericano que procura crecientemente alejarse de los esquemas narrativos tradicionales y proponer nuevos productos híbridos o dislocaciones genéricas que el espectador asimila con dificultad, pero ante los cuales también suele sucumbir reconociendo en ellos el reflejo de sus propias insatisfacciones como consumidor de cine.
En su 29 edición, el Festival Internacional de Cine en Guadalajara
propuso de nueva cuenta el diálogo entre los nuevos cines
iberoamericanos y las propuestas formales de países europeos, y ofreció
espacios más amplios para una selección de cine mexicano (premio
Mezcal) y otra para el cine de la diversidad sexual (premio Maguey).
Sin embargo, la sorpresa más afortunada fue la de elegir como invitados
de honor al cine de Québec y al de uno de sus realizadores más
notables, Denis Côté, de quien presentó una retrospectiva con sus ocho
recientes largometrajes y un corto.
El realizador de Que tu alegría perdure es en su provincia
natal un cineasta incómodo por inclasificable, imprevisible y cambiante
siempre de una película a otra. Su cine rompe muy a menudo con una
producción quebequense predominantemente narrativa, y que en
Guadalajara estuvo presente con obras recientes de Xavier Dolan, Robert
Lepage, Martin Villeneuve, Chloé Robichaud, Léa Pool y el siempre
controvertido Bruce LaBruce. La presencia de Côté en el festival y su
interacción continua con el público favoreció una discusión sobre la
manera en que su propuesta experimental (Bestiario, Carcasses, Curling) ha podido alternar con un cine más comercial (Los estados nórdicos, Nuestras vidas privadas, y esa enigmática cinta reciente, Vic y Flo vieron un oso),
manteniendo una intensa búsqueda formal y constantes temáticas como la
disfunción sentimental, la enfermedad, la vejez y la muerte, y
alcanzando con ello un claro reconocimiento en los festivales
internacionales de cine.
Lo señalado por Denis Côté con respecto a la disolución del cine de
ficción en el documental, y viceversa, y de las rupturas genéricas que
ello implica, es una inquietud que comparte una parte del cine de
Québec con lo mejor de los cines de Argentina y Chile, con el nuevo
impulso del cine brasileño, y con las búsquedas incesantes de
documentalistas y narradores de cine en México. Denis Côté no es de
modo alguno un cineasta regionalista, aunque admite que su opción por
capturar en su trabajo las atmósferas de su región natal, y su reflejo
en los estados anímicos de algunos de sus personajes, ha tenido un
claro impacto en los festivales, pues como señalaba el finlandés Aki
Kaurismaki:
Entre más haces cine local más te vuelves internacional.
La
discusión es pertinente, pues las inercias de una parte de los
cineastas mexicanos consisten en apostarle todo a fórmulas narrativas
seguras, a cómodas divisiones genéricas, y a una distribución y consumo
preferentemente locales, satisfactorios en un primer momento,
frustrantes sin embargo a mediano plazo. El realizador mexicano Nicolás
Pereda sugería ya en su primer título provocador, ¿Dónde están sus historias?, la
necesidad para el cine mexicano de diversificar sus propuestas
narrativas y sus búsquedas formales, de conquistar públicos nuevos,
posiblemente minoritarios, pero a la postre más gratificadores. A esos
públicos dirige también Denis Côté sus obras más recientes, y la
apuesta tiene tanto de peligro como de estímulo revitalizador.
Guadalajara mostró en esta edición los ecos de ese impulso, también su
viabilidad y fuerza, en los diversos cines iberoamericanos.
Muchas cosas han cambiado. Los festivales de cine solían ser hasta
hace poco los escaparates de una calidad cinematográfica entendida bajo
criterios siempre muy estrechos y complacientes. También solían ser, de
modo más lamentable, meros pretextos para hacer destacar artificial y
burocráticamente –en un contexto internacional– lo que pretendidamente
se consideraba lo mejor de la producción nacional. Esa vieja
perspectiva chovinista se ha vuelto por fortuna ya obsoleta, y
festivales como los de la Riviera Maya, FICUNAM, Los Cabos, Morelia, y
crecientemente Guadalajara, prefieren ser ahora las plataformas de una
discusión más intensa sobre los retos que enfrentan hoy diversas
cinematografías, incluida la de México, en materia de diversidad formal
y temática. Confrontar entre ellas a las cinematografías emergentes,
procurar el diálogo entre sus creadores y sus públicos, es hacer de los
festivales de cine los vasos comunicantes de una vigorosa creación
artística.
Twitter: @CarlosBonfil1
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