Detrás de la Noticia
Ricardo Rocha
Al primero lo conocí por el segundo. Y el segundo fue durante mucho tiempo mi primero. Se veían bien juntos. A veces en la franca carcajada. Otras con la atenta mirada de águila de uno mientras el otro ejercía su magistral oralidad literaria.
Tal vez algunos consideren un sacrilegio invocar la memoria de Emilio Azcárraga Milmo cuando lo obligado es concentrarse en la obra de Octavio Paz. Pero nada que tenga que ver con su presencia en la televisión y menos aún con su declarada amistad con Azcárraga. Como si ésa hubiera sido una oscura etapa en la vida de Paz. Yo no estoy de acuerdo. Por el contrario, creo que su paso por la televisión es tan luminoso como su poesía en libros entrañables: “Luna silvestre”, “Piedra de sol” y “Árbol adentro”. Y que sus palabras y reflexiones audiovisuales son tan vigorosas como sus ensayos: “Postdata”; “El ogro filantrópico”; “Sor Juana y las trampas de la fe” y “Tiempo nublado”.
Pero como no soy experto literario, permítanme referirme al Paz televisivo, que está necesariamente ligado al hecho de ser amigo del “Tigre”. Yo siempre los vi como dos gigantes: uno, como el mexicano más universal de todos los tiempos, una de las mentes más luminosas que han existido jamás; el otro, una fuerza desatada de la naturaleza capaz de expandir como nadie el español en los Estados Unidos, de rescatar satélites o de traer mundiales de futbol. Quiero suponer que ambos se sedujeron simultáneamente porque, además de sus atractivas diferencias, compartían apetencias que los igualaban uno al otro: eran apasionados, idealistas y soñadores; con otro rasgo en común, su obsesión por el erotismo y las mujeres.
Esa simbiosis los llevó a crear juntos y a cambiar las reglas del juego en los medios. Por vez primera en la historia, la participación de un intelectual de la estatura inmensa de Octavio, que bajo la guía de su amigo Emilio, produjo y condujo programas tan memorables como: El Encuentro Mundial de la Comunicación; “Conversaciones con Octavio Paz” con Héctor Tajonar; “México en la obra de Octavio Paz” y “La Poesía de nuestro tiempo”. Un acervo formidable de más de 200 horas que Televisa, de manos de su presidente Emilio Azcárraga Jean, ha entregado a la Fundación para las Letras Mexicanas.
Aunque no lo sé de cierto es probable que Paz haya inspirado a Azcárraga para la creación del Canal 8, que fue un hito en México y el mundo: la única televisora comercial que dedicó un canal completo a la producción y transmisión de contenidos culturales propios; por cierto, bajo la dirección brillante y vibrante de Miguel Sabido. Lo que sí recuerdo es que ambos fueron una dupla invencible, irrecusable, a la que nadie podía decirle que no, para reunir —de colecciones públicas y privadas— la compilación más numerosa y deslumbrante sobre arte prehispánico y llevarla a uno de los grandes museos del mundo: “México, esplendores de treinta siglos”, bautizada así por Paz y presentada en el Metropolitano de Nueva York. Ahí todavía se le recuerda por un inusitado éxito de público y de crítica, preservados en un bellísimo libro de colección.
Su amigo, impetuoso como era, se le adelantó. Un año después, poco antes de su propia partida en 1998, improvisaría en un acto ante su hijo: “Acaba de hablar en representación de ustedes el hijo de mi amigo Emilio Azcárraga Milmo. Acabo de pronunciar un nombre sulfuroso, ya con un poco de tranquilidad. Antes, cuando decía que yo era su amigo, era muy difícil defenderlo. Era un personaje que había exaltado la vida pública mexicana con una gran dosis de originalidad y, digamos la verdad, de generosidad. Pues ese hombre difícil y huraño, no era nada más “El Tigre”, sino también un ser solar. Como nos recuerda William Blake, los tigres son animales solares: “Tiger, tiger burning bright/in the forests of the night”. Así que, yo creo que los dos la siguen pasando muy bien.
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