Pedro Miguel
Dicen
que a últimas fechas anda de pleito con el padre (o padrino) político,
el usurpador pionero que le enseñó los trucos requeridos para llegar al
cargo a contrapelo de la voluntad ciudadana mayoritaria y para
afianzarse en la silla, una vez alcanzada, mediante golpes
publicitarios y judiciales, cooptación de opositores facilones,
exhibición de músculo, desinformación masiva y reclamo de lealtades
cupulares. Culminada esa fase, dicen, se esfuerza en consolidar su
propio grupo político a escala nacional y en apartar del camino a
posibles rivales de la conducción transexenal.
Dicen que la ruptura con el padre (o padrino) político va en serio. Y parecía que habría de ocurrir otro tanto con la madre mediática. Pero no: la exhibición de afanes rupturistas ante ella quedó sólo en eso: en exhibición y apariencia. Tras meter a la mayor parte de la clase política al emocionante redil de las demoliciones constitucionales y de cosechar aplausos incluso de voces siempre críticas por lo que parecía una determinación precisa de acotar y segmentar el poder omnímodo de la hidra televisiva; después incluso de una declaratoria de preponderancia que parecía una seña desconsiderada y grosera, ahora pretende restituir, aumentado, todo lo que iba a quitarle: horizontes de negocios, control hegemónico, contraprestaciones, impunidad.
Ahora,
por medio de la ley secundaria, busca dejar a la madre en la más
ventajosa de las posiciones ante las autoridades, ante la ley, ante la
sociedad y ante la competencia: refrendos regalados, instituciones
reguladoras sin dientes, libertinaje publicitario, eliminación de
cualquier perspectiva de surgimiento de medios públicos o sociales que
le hagan sombra y retraso de un par de años en el tránsito de lo
analógico a lo digital a fin de postergar la entrada al ruedo de nuevos
actores. Madre: el país es tu casa y sus habitantes, tus hijos.
Prosigue sin cortapisas tu tarea educadora.
La única exigencia a cambio de tanto es un poco (más) de sumisión en los contenidos: para eso se busca implantar una potestad de supervisión gubernamental directa, al margen del instituto establecido para normar el ámbito de las telecomunicaciones. No vaya a ser que quede duda de quién es el nuevo hombre de la casa ni de quién manda, ultimadamente, en ella.
La nueva iniciativa contiene también gestos autoritarios hacia el resto del país, como esa simpática amenaza de dejarlo sin Internet por causa de amenaza a la seguridad nacional o pública, amenaza que será determinada, claro, por la propia autoridad gubernamental. Será que, una vez desplazada la figura paterna (la que él ha tenido por tal, porque para la mayoría de la gente el individuo que la encarna es meramente un mafioso de gran longevidad política), se siente con el deber de imponer castigos y dar cinturonazos.
Da la impresión de que en el México de hoy Freud estaría dándose lo que se dice un agasajo, y no sólo por los lapsus de Ernesto Cordero quien lleva, según confesión propia, un pequeño priísta en su interior.
navegaciones.blogspot.com
Twitter: @Navegaciones
La única exigencia a cambio de tanto es un poco (más) de sumisión en los contenidos: para eso se busca implantar una potestad de supervisión gubernamental directa, al margen del instituto establecido para normar el ámbito de las telecomunicaciones. No vaya a ser que quede duda de quién es el nuevo hombre de la casa ni de quién manda, ultimadamente, en ella.
La nueva iniciativa contiene también gestos autoritarios hacia el resto del país, como esa simpática amenaza de dejarlo sin Internet por causa de amenaza a la seguridad nacional o pública, amenaza que será determinada, claro, por la propia autoridad gubernamental. Será que, una vez desplazada la figura paterna (la que él ha tenido por tal, porque para la mayoría de la gente el individuo que la encarna es meramente un mafioso de gran longevidad política), se siente con el deber de imponer castigos y dar cinturonazos.
Da la impresión de que en el México de hoy Freud estaría dándose lo que se dice un agasajo, y no sólo por los lapsus de Ernesto Cordero quien lleva, según confesión propia, un pequeño priísta en su interior.
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