Elena Poniatowska Amor
Antes
de tomar la palabra en la Sala Manuel M. Ponce, el 25 de marzo, día en
que le entregaron la Medalla de Bellas Artes, Elena Poniatowska recordó
a los muertos de los meses recientes: Juan Gelman, José Emilio Pacheco,
Federico Campbell, Luis Villoro, y explicó que la presea debía
habérsele entregado el 28 de enero, pero la ceremonia se suspendió por
la muerte de José Emilio Pacheco dos días antes,
el domingo 26 de enero
de 2014
Sólo cuando llegué a México
en 1942 supe cuál era mi segundo nombre. Mamá nunca nos dijo a mi
hermana Kitzia y a mí que también nos llamábamos Amor. En la colonia
Roma, a un lado de La Votiva, en la calle de Génova, descubrí a siete
amores, cinco mujeres y dos hombres, Ignacio, a quien le decían Chin, y José, Chepe; Manuela; Carito; Elena; Margarita o Maggie, y Guadalupe o Pita, quien escribió que Dios era una invención admirable hecha de ansiedad humana.
En realidad, Mamá se llamaba Dolores, pero sus papás se dieron cuenta de que el nombre Dolores de Amor, tenía ciertas connotaciones ginecológicas y obstétricas, y cómo su padre era Pablo, se le quedó Paula y como vivían en Francia, Paulette.
Aunque a Pita Amor, la poeta, alguna vez le preguntaron qué significaba el amor y respondió que su apellido lo llenaba todo, fue su prima hermana, mi madre, Paula, la destinada al amor. Le pusieron Dolores por su madrina Lola Attristáin de Yturbe, quien vivía en París en la Place des Etats Unis, frente al Arco del Triunfo. Alguna vez, Mamá escribió en su biografía Nomeolvides que era bueno que Dolores –su verdadero nombre– se escondiera tras la pequeña Paulette, porque sufrió mucho de amor. Esa sola frase me remitió a una madre que vivió la Segunda Guerra Mundial, tuvo tres hijos y después de la muerte, a los 21 años, de su único hijo, Jan, se entregó a la fe y a la reflexión que la salvaron del horror.
Mamá hizo todo por amor. Abrazó a mi padre con amor y nos tuvo a mis hermanos y a mí por amor y nos trajo a México en el Marqués de Comillas por amor y me enseñó qué grande y temible era el mar que se golpeaba contra los flancos del barco por amor y al desembarcar descubrí a mi abuela Elena Iturbe de Amor, la que más sabía dar amor. Por ella, vivimos en el jardín del amor de La Morena 426, que tenía el único ahuehuete de la colonia Del Valle al que Octavio Paz le hizo un poema, aunque Octavio, a los ahuehuetes les decía
sabinos.
Mi abuela decía que amaba mejor a los perros que a los hombres, porque en el reflejo de sus ojos confiados hay más amor que en las miradas humanas. Respiraba amor, se quedaba sin aliento por amor, la reconocías porque destilaba amor. Ella me llamó manzanita y desde que murió nunca nadie me ha vuelto a decir así.
Mamá
merecía todo el amor del mundo, porque toleró por amor a los que no
aman, porque ni saben cómo y se quedan en la orilla; Mamá jamás olvidó
amar. En su misal encontré una estampita de una mujer triste de rostro
sepia y me dijo:
El amor mueve montañas, dice el dicho, y Papá atravesó los picos nevados de los Pirineos y el río Ebro con luna llena a pie por amor a Francia, para alcanzar a De Gaulle en África, en su guerra contra los alemanes. Lo apresaron en Jaca, España, y uno de los carceleros lo oyó gritar:
Los Iturbe tuvieron haciendas en Querétaro y los Amor en Morelos. Ahora son hoteles de prados verdes cubiertos de buganvilias y palmeras, como San Gabriel. Me dio gusto leer en la biografía de Zapata, de John Womack, que Emmanuel Amor, hermano de Pablo, mi abuelo, nunca maltrató a sus peones. Al menos eso. Mamá me contó que el héroe de su adolescencia fue El Hombre Araña, a quien vio trepar por la fachada de Catedral hasta el campanario. Al igual que ella, me enamoré de otro héroe El Santo, con su máscara de plata, pero más me enamoraron, en 1968, los estudiantes que echaron a vuelo las campañas de Catedral para confirmar que no eran borregos y que nadie iba a impedirles tomar la calle.
Soy deudora del amor como lo fue mi madre; primero, el de mis tres hijos, Mane, Felipe y Paula, quienes jamás me han causado un problema, al contrario, yo soy la revoltosa; de mis 10 nietos; de la única hermana que me queda, Kitzia; de mis amigos aquí presentes. Mis compañeros de México en la Cultura: Francisco Pina, Carlos, José Emilio se fueron antes y me dejaron atrás cuando siempre tuve la certeza de que me tocaría primero.
Así como Rosario Castellanos, podría asegurarles que ustedes, aquí frente a mí y a mi lado, son un mar de amor hermoso y grande que me ha sostenido a lo largo de muchos años. Aquí vibra el amor y los chavos tienen razón cuando hablan de buenas o malas vibras. Esta sala Manuel M. Ponce es la buena. Por eso, acompañada por todos ustedes, quise rendirle ahora un homenaje al amor de mi familia materna, el amor de los Amor, el de hombres como Bernardo Sepúlveda Amor, hoy vicepresidente de la Corte Internacional de la Haya; Jaime Sepúlveda Amor, experto en salud, defensor de Derechos Humanos; Javier Sepúlveda, médico, quien ha resuelto tantas infelicidades síquicas; Carito Amor, fundadora de la Prensa Médica Mexicana; Inés, quien echó a andar la primera Galería de Arte Mexicano; Pita, quien hasta el último día de su vida, el 8 de mayo de 2000, acudió puntual a su programa en Radio Universidad. También Elena Amor resultó una mujer fuerte que no se quedó en los años 30 añorando su pasado de haciendas y porcelanas. Todas las Amor supieron trabajar.
Honor a quien honor merece, honor a mis 12 tías mexicanas y francesas, gringas, rusas y polacas; honor a su amor que es ahora el mío; honor a la familia Amor, que lleva bien el apellido Amor, y honor a los 80 años de amor de este Palacio de Bellas Artes, que hoy abre los brazos de su Sala Manuel M. Ponce y nos saluda con amor.
Mira, murió de amor. Morir de amor es un regalo del cielo, tú podrías morir de amor si quisieras. La que se lo propuso fue ella, porque se reconoció en el amor a pesar de que vivió olvidada de sí misma.
El amor mueve montañas, dice el dicho, y Papá atravesó los picos nevados de los Pirineos y el río Ebro con luna llena a pie por amor a Francia, para alcanzar a De Gaulle en África, en su guerra contra los alemanes. Lo apresaron en Jaca, España, y uno de los carceleros lo oyó gritar:
Viva Salopen vez de
Viva Franco. Lo reportó y su castigo fue limpiar las letrinas durante tres de los cinco meses de cráneo rasurado que duró su confinamiento.
Los Iturbe tuvieron haciendas en Querétaro y los Amor en Morelos. Ahora son hoteles de prados verdes cubiertos de buganvilias y palmeras, como San Gabriel. Me dio gusto leer en la biografía de Zapata, de John Womack, que Emmanuel Amor, hermano de Pablo, mi abuelo, nunca maltrató a sus peones. Al menos eso. Mamá me contó que el héroe de su adolescencia fue El Hombre Araña, a quien vio trepar por la fachada de Catedral hasta el campanario. Al igual que ella, me enamoré de otro héroe El Santo, con su máscara de plata, pero más me enamoraron, en 1968, los estudiantes que echaron a vuelo las campañas de Catedral para confirmar que no eran borregos y que nadie iba a impedirles tomar la calle.
Soy deudora del amor como lo fue mi madre; primero, el de mis tres hijos, Mane, Felipe y Paula, quienes jamás me han causado un problema, al contrario, yo soy la revoltosa; de mis 10 nietos; de la única hermana que me queda, Kitzia; de mis amigos aquí presentes. Mis compañeros de México en la Cultura: Francisco Pina, Carlos, José Emilio se fueron antes y me dejaron atrás cuando siempre tuve la certeza de que me tocaría primero.
Así como Rosario Castellanos, podría asegurarles que ustedes, aquí frente a mí y a mi lado, son un mar de amor hermoso y grande que me ha sostenido a lo largo de muchos años. Aquí vibra el amor y los chavos tienen razón cuando hablan de buenas o malas vibras. Esta sala Manuel M. Ponce es la buena. Por eso, acompañada por todos ustedes, quise rendirle ahora un homenaje al amor de mi familia materna, el amor de los Amor, el de hombres como Bernardo Sepúlveda Amor, hoy vicepresidente de la Corte Internacional de la Haya; Jaime Sepúlveda Amor, experto en salud, defensor de Derechos Humanos; Javier Sepúlveda, médico, quien ha resuelto tantas infelicidades síquicas; Carito Amor, fundadora de la Prensa Médica Mexicana; Inés, quien echó a andar la primera Galería de Arte Mexicano; Pita, quien hasta el último día de su vida, el 8 de mayo de 2000, acudió puntual a su programa en Radio Universidad. También Elena Amor resultó una mujer fuerte que no se quedó en los años 30 añorando su pasado de haciendas y porcelanas. Todas las Amor supieron trabajar.
Honor a quien honor merece, honor a mis 12 tías mexicanas y francesas, gringas, rusas y polacas; honor a su amor que es ahora el mío; honor a la familia Amor, que lleva bien el apellido Amor, y honor a los 80 años de amor de este Palacio de Bellas Artes, que hoy abre los brazos de su Sala Manuel M. Ponce y nos saluda con amor.
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