Entrevista al escritor y periodista Gregorio Morán
Desde hace más
de 20 años, las “sabatinas intempestivas” en “La Vanguardia” de Gregorio
Morán (Oviedo, 1947) sajan la actualidad con pluma bien afilada. El
escritor y periodista destapó las vergüenzas políticas y culturales de
la Transición hace muchos años, cuando pocos cuestionaban los grandes
consensos y a los prohombres del cambio. En 1991 Gregorio Morán escribió
“El Precio de la Transición” (Planeta), libro reeditado en 2015 por
Akal. Ha dedicado dos biografías a Adolfo Suárez, una radiografía sin
concesiones al PCE (“Miseria y grandeza del Partido Comunista de España
(1939-1985)” y un grueso volumen para poner en su contexto a uno de los
más insignes intelectuales hispanos: “El maestro en el erial: Ortega y
Gasset y la cultura del franquismo”.
Ensayista
heterodoxo, lúcido y provocador, su libro “El cura y los mandarines.
Historia no oficial del bosque de los letrados” fue vetado por Planeta
por las críticas a la Real Academia Española. El texto vio la luz en la
editorial Akal en 2014. Cuando se le pregunta por la vigencia del
marxismo, destaca la vigencia de revolucionarias como Rosa Luxemburgo,
“un referente mucho más útil que las tonterías que se están diciendo
sobre Gramsci”. La entrevista tiene lugar antes de la presentación del
libro “El precio de la transición”, organizada por el Departamento de
Teoría de los Lenguajes y Ciencias de la Comunicación de la Universitat
de València.
-Gregorio Morán militó en el PCE entre 1965 y 1976. ¿Dónde se sitúa políticamente hoy?
En mi casa.
-Partidos como “Ciudadanos” reivindican una segunda Transición, la
figura de Adolfo Suárez y los Pactos de la Moncloa. ¿Cuál es tu opinión?
Todo eso me parece una estupidez soberana, que demuestra
una gran falta de imaginación analítica. Es como pensar que hubo una
primera Restauración, la canovista, y una segunda que fue la de Juan
Carlos I, cuando no tienen nada que ver. Igual que comparar la primera
República con la segunda. Sólo coinciden en la palabra “República”. En
el caso de la Transición, no es lo mismo salir de una dictadura, aunque
sea de un modo muy peculiar porque no se estableció ninguna ruptura, a
una situación como la actual, en la que campa la corrupción y el
agotamiento de la clase política es absoluto. El cuestionamiento de la
primera Transición es total, y nos dicen: vamos a la segunda. No,
vayamos a otra cosa. Habría que sanear la vida política, y eso no tiene
que ver con una segunda Transición. Los partidos tradicionales están
agotados y los nuevos no tienen suficiente fuerza para imponerse.
-“El País”, donde en su día publicaste colaboraciones, celebra
actualmente el 40 aniversario. ¿Continúa siendo hoy el “intelectual
orgánico”, la referencia dominante que fue en la Transición?
No tiene nada que ver. El sábado 7 de mayo, en un recuadrito de esos
que no lee nadie, “El País” informaba de los dos nuevos consejeros del
grupo PRISA, un profesional qatarí del mundo de la empresa y otro
vinculado al sector de los medios de comunicación, que fue socio y
director del grupo Lagardère. Creo que “El País” acabará siendo un
periódico cosmopolita, dedicado a la bolsa, a los negocios o si no a la
quiebra, porque el problema es cómo se quitan de encima los miles de
millones de euros de deuda. Lo preocupante es la ausencia de un
referente periodístico. O un semanario, porque esto es algo que nadie se
pregunta. ¿Por qué en España no han funcionado los semanarios, salvo en
el caso de “Triunfo” o durante un buen periodo con “Cambio 16”? Han
desaparecido, y es algo que se necesita. En Francia tienen mucha fuerza.
No digamos ya en Italia. Aquí, cuando pasamos de la “basurilla”
cotidiana no queda nada…
-¿Fue alguna vez “El País” un
periódico de izquierdas? En su día podían leerse las columnas de Manuel
Vázquez Montalbán o Eduardo Haro Tecglen…
Nunca. Tuvo que
ver con Felipe González. Es verdad que estaba Manolo Vázquez Montalbán,
pero Haro Tecglen tenía que ver con la izquierda lo mismo que yo con los
jesuitas. En todo caso, lo que no se encuentra hoy es lo que se
considera un referente, por ejemplo un artículo de Pradera u otros; con
independencia de que no comparta nada con ellos, hay un peso político y
una reflexión detrás. Un artículo en estos momentos de Fernando Savater
resulta patético. O de Elorza, a quien conocí como Andoni Elorza,
entonces furibundo nacionalista. También recuerdo los artículos en
defensa de Herri Batasuna de Savater, publicados en “Egin”. Creo que
recojo alguno en el libro “El cura y los mandarines”. En aquel momento,
algunos de nosotros estábamos en neutralizar el efecto de la violencia,
mientras estos hacían el frívolo con ella. Ahora, en cambio, saltan cada
vez que uno se sale de la norma.
-¿Hay algún intelectual de izquierdas que hoy te interese? ¿Qué opinas de los “conversos”?
Es una pregunta difícil. ¿Qué pasó con la izquierda en España? ¿Hay
intelectuales de izquierda? ¿Santos Juliá? Él mismo decía el otro día en
una entrevista que es una persona conservadora; lo fue siempre. Savater
no fue de izquierdas en su día, es el hijo de un notario. Toda esta
gente que son hijos de notarios me produce una sensación especial. En la
historia del movimiento radical anarquista o comunista no creo que
exista este fenómeno, salvo en España, donde es muy importante. Hay un
montón de hijos de notarios. También Ramoneda. Por otro lado, en España
no existen sólo “conversiones”, es decir, que uno pase de conservador a
radical o al revés, sino que se producen reconversiones: un doble
“rebote”. La izquierda más brillante que había en España era la de
Barcelona, el PSUC y su entorno. Después se incorporó “Bandera Roja”,
gente como Alfonso Carlos Comín… ¿Qué quedó de todo aquello?
Precisamente estos días ha muerto el director de “El Viejo Topo” entre
1972 y 1977, Pep Subirós. Mira, las dos personas más
“anti-revisionistas” de la época, que a los comunistas nos llamaban
“social-traidores”, fueron Miquel Roca Junyent y Narcís Serra.
-Pero actualmente no aparecen en el primer plano de la política…
El recorrido de estos dos personajes ilustra sobre la izquierda en
Catalunya y en España muchísimo más que varias tesis doctorales. Me
refiero, por ejemplo, a la reciente renovación del exvicepresidente del
Gobierno Narcís Serra como consejero de Telefónica en Brasil hasta 2019,
a lo que suma el cargo de consejero de la filial chilena de esta
compañía. La trayectoria final del PSOE es una demostración de que en
octubre de 1982, cuando todo iba a cambiar, algo falló. O nos engañaron,
o se engañaron a sí mismos o se transformaron. Pero algo pasó.
-Durante la Transición se hablaba de la prensa como “parlamentos de
papel”, el 23-F fue también “la noche de los transistores”. ¿Desempeñan
actualmente este rol las tertulias?
No las sigo, la verdad
es que no tengo una opinión. Cuando voy en un taxi y empiezan unos
tipos a parlotear, le digo al conductor si puede bajar el volumen o
apagar la radio.
-Después de analizar durante muchos años
el recorrido de escritores, intelectuales y prohombres de la cultura,
¿sería una buena decisión liquidar el Ministerio, también las
subvenciones, y hacer de la cultura algo nómada y vinculado a la calle?
No, en eso que no cambie, pero que se distribuyan mejor las
subvenciones. El sistema de ayudas en sí no es malo, lo que resulta
negativo es el compadreo.
-¿En qué situación se encuentra actualmente el periodismo?
Se ha deteriorado mucho, pero no creo que se trate de un caso
excepcional. Se ha degradado del mismo modo que el conjunto de la
sociedad.
-Por último, ¿está vigente el marxismo?
Yo le daría más importancia, en un momento como el actual, a una
persona a la que no se le está dando, Rosa Luxemburgo. Por una razón
obvia. La reflexión de Gramsci está situada en un momento muy
determinado, y se plantea desde la cárcel. Pero el pensamiento de Rosa
Luxemburgo se formula de lleno en la pelea política y, sobre todo, con
un problema muy grave: el adversario es el enemigo de clase, no la
lengua. Ella es una polaca que trabaja con el Partido Socialdemócrata
alemán. Tiene una vigencia impresionante. Además, le plantea a Lenin el
problema clave: cómo compaginar libertad y socialismo. Es un referente
mucho más útil que muchas de las tonterías que se están diciendo sobre
Gramsci.
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