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El acoso sexual implica un goce para
el acosador. Con goce no me refiero a placer, sino a esa manera oscura
de “disfrute”- que en palabras del psicoanalista Jacques Lacan-
“sustituye al placer”. Toma, a la brava, su lugar. El placer sería el
resultado de una manera “sana” de acercase a los propios deseos y
realizarlos. El goce es de muchas maneras su contrario. Circuló un video
tomado por las cámaras del metro. Un hombre atrapa a una mujer, así,
como si fuera su presa en una partida de caza (las partidas de caza son
de por sí horribles) y la estampa contra un muro. La abusa sexualmente y
le roba su mochila. Ningún policía corrió en su auxilio. Ningún
usuario por allí en ese momento. La escena es terrible.
La suelta y corre. Ella se va. La vemos
alejarse. Quisiéramos abrazarla. Se aleja sola. Infinitamente –estoy
segura- vulnerable, humillada y sola. No sabemos si levantó una
denuncia. Es probable que no haya tenido la fuerza. Lo que sí sabemos es
que a partir de ahora tendrá más miedo. Lo que sí sabemos es que el
miedo limitará considerablemente su libertad de movimiento. Lo que sí
sabemos es que llegó a su casa y se frotó por horas la piel, porque le
marcaron la piel. Le dijeron que su piel no es suya. ¿Cómo
transportarse? ¿Cómo caminar por los pasillos? ¿Y si lleva un gas
lacrimógeno en su bolsa? ¿Y si con el gas lacrimógeno le va bastante
peor?
¿Cómo protegerse? ¿Cómo vestirse?
Preguntas inevitables en el contexto, y preguntas absurdas y crueles.
Porque son preguntas de sobrevivencia. Preguntas en donde la víctima
termina por ser culpable. La falta de protección, la impunidad, el
elegir no presentar una denuncia para no ser revictimizada, el que los
elementales derechos a la dignidad y a la integridad física sean echados
por tierra en cualquier pasillo y con esa oprobiosa facilidad, colocan a
millones de mujeres en una situación de sobrevivencia.
Tiene que llegar al trabajo, a su casa, a
su escuela. Tiene que seguir viviendo su cotidianidad. Pero su
cotidianidad está marcada. El acoso sexual es una marca con la cual la
subjetividad y el cuerpo de la víctima extravían su inalienable derecho a
la libertad. La calidad de vida desaparece, porque el derecho a elegir
queda reducido a una vaga, inalcanzable promesa. Porque el miedo
acota, paraliza. El depredador lo sabe muy bien. Lo suyo no son las
relaciones consensuadas (aunque las tenga), sino esos despojos
brutales. Lo suyo es el goce de una imaginaria superioridad inscrita en
dominar a otra persona. Saquearla. También sabe que se apodera del
espacio. Lo suyo es ser amo. Marcar territorio. Lo suyo es una rabia
ciega contra la femineidad y lo que le representa. Lo suyo es controlar.
¿Qué? Esa para él insoportable alteridad femenina.
La mayoría de los acosadores sexuales
son hombres. Sí. ¿Eso significaría que una campaña contra el acoso
sexual es una campaña pensada y creada contra todos los hombres? ¿Eso
significaría que una Movilización contra las Violencias Machistas sucede
contra todos los hombres, aunque marcharon cientos de ellos junto a
nosotras? Algunos hombres (poquísimos) intentaron sumarse a las
contingentas separatistas. Fueron rechazados. Estaba especificado de
entrada: las compañeras que convocaron marchaban en la descubierta,
quienes elegimos los contingentes mixtos nos incorporábamos tras ellas.
¿Por qué no respetar las reglas cuando abundaban los contingentes donde
sumarse? El “rechazo” de esos pocos hombres se convirtió en todo un
tema. Casi diez mil personas marcharon por una causa impostergable.
¿Vamos a concentrar nuestras energías en esos poquísimos provocadores
que obtuvieron a contrapelo su puesta en escena?
Cantidad de comentarios al lado de las
fotos que publicaron los medios provocaban tristeza y desasosiego. “No
pueden odiar a los hombres, tienen padres, hermanos, hijos”. ¿Ah?
“Dios creo al hombre y a la mujer para complementarse, pelean contra
sus designios”. More ¿Ah? No logro entender cómo se producen
deslizamientos semejantes. Son muy dañinos. Una de las razones por la
cuáles los acosadores actúan en tan insultante impunidad, es porque
nuestra sociedad niega las dimensiones del acoso y la gravedad de sus
consecuencias. “Yo nunca he acosado a una mujer”, “Nos miden a todos con
el mismo rasero”. “Son unas radicales, feminazis, exageran”.
Cuando se dice: un acosador sexual, nos
referimos de manera muy concreta a esos hombres cuyo goce consiste en
violentar la voluntad de una mujer. En someterla y denigrarla. En
trasgredir la ley. ¿Qué es lo que no queda claro? Porque las defensas a
deshoras se convierten en una negación de la realidad. Es como si ante
una campaña contra la corrupción una respondiera: “Pues no entiendo
cuál es el sentido, exageran, a mí me ofenden, porque no todos los seres
humanos somos corruptos”. No, no todos, pero seguro que sí muchísimos,
dado que la corrupción, como la misoginia, es un grave problema
nacional.
La campaña: “No quiero tu piropo, quiero
tu respeto”, hirió cantidad de sensibilidades masculinas. Y femeninas.
Un piropo es un “halago”. “¿Cómo, ya no podemos decirles ‘qué guapa
eres’?” La molestia se deslizó hasta opiniones en donde se sugería (duro
y dale con lo mismo) que los feminismos llaman a la “desvirilización”
de los hombres. Para “controlarlos y dominarlos”. Porque: “El feminismo
es el equivalente del machismo”. Creo que la frase de la campaña es muy
clara: No queremos ese “piropo” que pone en clara contradicción el
respeto y el “halago”. No a ese “piropo” que da miedo, que se convierte
en una invasión y en una técnica de control de los espacios. No a ese
“piropo”, que trae consigo un imaginario derecho de pernadas.
¿Qué tendría que ver la apropiación del
espacio público a través del acoso verbal -por “amable” e “ingenioso”
que se pretenda- con el amoroso reconocimiento de una persona a la
otra? ¿Qué tienen que ver las delicias del intercambio de halagos entre
personas civilizadas, con el acoso, que implica por definición una
situación no de pares, sino de superioridad? ¿Sería “desvirilizante” que
un acosador controlara sus “impulsos,” porque la libertad de circular
en toda tranquilidad es derecho de todos los seres humanos? ¿En qué
consistiría entonces la noción de “virilidad” de quienes así lo
sostienen?
¿Cuáles son esas complicidades
conscientes o no, entre los hombres y las mujeres que no son misóginos,
pero que intentan negar la realidad y complican de esa manera la
posibilidad de transformarla? ¿A qué le tienen miedo? Lo que no se
nombra, no cambia. Un mundo más habitable para todas/os. Hay culturas en
este mundo que lo han logrado. Erradicar las distintas formas de odio
(étnico, racial, religioso, a la diferencia sexual, al homoerotismo),
es un ideal inalcanzable, lo que es más que posible es construir
sociedades en las que la ferocidad disminuye y sobre todo: tiene muy
pocas posibilidades de expresarse. Porque la ley se aplica. Porque el
rechazo de las mayorías hacia los agresores es inmediato. Comencemos por
la urgencia de un alto a la impunidad. Y transformemos nuestros mapas
mentales.
Un depredador no nace, llega a serlo.
Sí, parafraseo a Beauvoir. No es un problema biológico. Dejemos
entonces de desgastarnos y perder el tiempo en la descalificación a
ultranza. ¿Y si nos sentáramos tantito a escuchar de qué se trata? ¿Y si
colocáramos la empatía por encima de la necesidad de distorsionar las
demandas y los discursos y nos concentráramos en ¿por qué caminos se
construyen las sociedades de bienestar? Primero habría que combatir la
hondísima injusticia social, escucho con mucha frecuencia. Retiraría el
“primero”. Las luchas por nuestros derechos ciudadanos no son
excluyentes.
@OpinionLSR
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