Tanto en sus vertientes
estudiantil como laboral –el movimiento magisterial disidente agrupado
en la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación, CNTE–, la
gestión del sistema de enseñanza pública del país acumula descontentos
de diversa índole e intensidad.
Por una parte, los alumnos de escuelas vocacionales del Instituto
Politécnico Nacional (IPN) mantienen el paro en 11 de los 14 planteles
que lo declararon; sólo tres de las 14 escuelas que estaban en paro
reiniciaron clases ayer, a pesar de que el director de la institución,
Enrique Fernández Fassnacht, ha advertido que es inminente la pérdida
del semestre. La situación es indicativa de la insuficiencia de los
acuerdos alcanzados entre el gobierno y los estudiantes tras el
movimiento politécnico de 2014, cuando el propio secretario de
Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, intervino para desactivar el
conflicto que paralizó al Poli, pero también de la falta de
cumplimiento a éstos por la Secretaría de Educación Pública, encabezada
entonces por Emilio Chuayffet y ahora por Aurelio Nuño.
Aunque hace dos años la protesta estudiantil abarcó a todo el IPN y
ahora se encuentra acotada a las vocacionales, oficialmente llamadas
Centros de Estudios Científicos y Tecnológicos (Cecyts), resulta
insoslayable que ambos descontentos tienen como punto en común el
rechazo a las formas arbitrarias de las autoridades y su escasa o nula
disposición a escuchar.
Más preocupante es el anuncio realizado ayer por la dirigencia de la
CNTE de una movilización y un paro general a partir del domingo próximo,
en protesta por lo que llamaron una política oficial de
la cerrazón y el garrotey la
criminalización de la protesta social, tras la detención, el martes pasado, del profesor Heriberto Magariño López, dirigente de la región del Istmo de la sección 22 del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE).
A diferencia de lo que ha ocurrido con los estudiantes del
Politécnico, ante la disidencia magisterial no ha habido ni siquiera un
intento de diálogo en torno a su reivindicación central, que es la
modificación o abrogación de la llamada reforma educativa impuesta entre
diciembre de 2012 y septiembre del año siguiente y que vulnera derechos
y conquistas laborales de los profesores. Por el contrario, en este
ámbito el gobierno ha hecho gala de inflexibilidad y ha dejado a los
mentores inconformes ante la disyuntiva de aceptar las disposiciones en
cuya elaboración nunca fueron consultados –particularmente, las
cuestionadas
evaluacionesprofesionales– o ser despedidos.
En el fondo el gobierno se encuentra ante reacciones sociales
contrarias a la política económica vigente, que busca aplicar lógicas
neoliberales –eficientistas, productivistas y privatizadoras– a un
sistema de educación pública que en el pasado reciente fue modelo, no
sólo como formador de educandos y profesionistas y divulgador de
principios éticos y sociales, sino también como un mecanismo de
movilidad social y de redistribución de la riqueza.
Ciertamente, dicho sistema fue secuestrado y expoliado, especialmente
en sus segmentos de educación primaria y secundaria, por una camarilla
sindical que distorsionó y acabó por impedir su adecuado funcionamiento,
pero ello ocurrió al amparo de presidencias priístas y panistas que
tuvieron a dicho grupo como un mecanismo de obtención de votos, y
resultaba necesario un saneamiento de la estructura educativa para
extirpar de ella esa red de intereses clientelares y corrupción.
Paradójicamente, la reforma educativa se ha realizado con el pleno
respaldo de esa misma camarilla –si bien despojada de su cabeza
principal– y en contra de las corrientes que llevan décadas luchando por
la democratización del sindicato.
En cuanto a las formas, el empeño de presentar al movimiento de los
maestros disidentes como expresión de un sector que se niega a renunciar
a privilegios y prebendas indebidas, no sólo no contribuye a resolver
el conflicto, sino que lo agudiza. Es necesario que las partes
involucradas depongan toda forma de violencia, así sea la verbal, y se
sienten a negociar sin condiciones previas ni líneas rojas impuestas de
antemano a fin de encauzar hacia soluciones adecuadas un conflicto que
ha de sumarse como factor negativo al deterioro sostenido del sistema
educativo y a una penuria presupuestal que, a la vista de las tendencias
económicas, habrá de acentuarse en el futuro próximo.
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