Acuatro años de haberse aplicado la
reforma educativa, se han levantado las voces para reclamar
inconformidad, a grado tal de transformar el impulso inicial de evaluar a
los docentes. En efecto, el papel de los profesores es de gran
trascendencia, tanto para la vida de los alumnos como para la de las
escuelas. Sin embargo, el remedio ha salido más caro que el problema. En
este juego de fuerzas ha emergido una serie de acontecimientos que
contradice todo discurso educativo. A continuación haremos un listado
breve para ubicar en qué lugar nos encontramos.
Remplazo deteriorado. Como es natural en cada año, muchos profesores
llegan al periodo de servicio necesario para emprender su retirada. Con
30 años de antigüedad o más, muchos docentes se mantenían en la
disyuntiva de seguir trabajando en las aulas o consolidar su jubilación.
La Ley del Servicio Profesional Docente aceleró este proceso, ante las
primeras aplicaciones de una evaluación ríspida, obligada y acordonada
por elementos de seguridad. El efecto ha sido nocivo en las finanzas
públicas, ya que también se amplió la demanda por el pago de pensión
alimenticia. Además de acelerar la jubilación, la nueva política ha
debilitado la preferencia por estudiar una carrera docente en las
escuelas normales. De modo que el remplazo intergeneracional de maestros
queda supeditado al ritmo convencional de la matrícula en instituciones
de nivel superior.
Preparación negada. Las normales se tomaron en cuenta sólo para legitimar la
reforma educativa. Los foros de consulta fueron una pantalla que sirvió para presumir la participación de miles de maestros con propuestas para mejorar la formación docente. Dichos trabajos, acumulados en relatorías por regiones, no se consideraron y, peor aún, sirvieron para ventilar los problemas de estas instituciones formadoras de profesores, sin atender las necesidades reclamadas. Ahí se dibujó el primer atisbo de una política magisterial incompleta y desvinculada.
Meritocracia demeritada. La evaluación docente presume estar
fundamentada en una lógica meritocrática, pero se distancia mucho de
ella. Estos términos de competencias laborales, capacitación o
entrenamiento vienen del mercado laboral, donde existen mecanismos de
correspondencia. En la industria, la cadena de suministro eslabona todos
los pasos de un proceso que empieza desde el emprendimiento de la idea
hasta la prestación de un servicio, o la llegada de un producto al
cliente final. Esta lógica implica la participación y capacitación de
recursos humanos en diferentes áreas. Antes de amenazar con el despido,
la industria invierte en capacitación de sus cuadros. Y de la calidad
del
entrenamientoque ofrece dependen sus productos o servicios. En el sector educativo, las normales tendrían que ser fortalecidas para generar cuadros de nueva generación. Sin embargo, se percibe que la política de formación carece de esta noción de competencia laboral.
Actualización olvidada. Una vez que se postergó y perjudicó la
formación inicial de maestros, se transfiere la responsabilidad hacia
la formación continua. Se intentó emular la estrategia de peer coaching
en educación, que pretendía seguir esta noción de aprendizaje entre
pares, o acompañamiento de profesores noveles, o de actualización dentro
de una escuela. Más o menos tenían claro el qué, pero se les olvidó el
cómo. Entonces, muchos profesores prelados debieron tener asesoría de
integración a las escuelas asignadas, realizada por un profesor de más
de cinco años de antigüedad, al que no se otorgó ni un programa a seguir
y se le prometieron recursos que jamás llegaron. Por si fuera poca la
deuda, este intento de autonomía de gestión, envuelto en guías mensuales
de consejo técnico, no ha rendido los frutos posibles, salvo en algunas
escuelas que ya venían marcando una trayectoria de calidad educativa
antes de la reforma.
Oposición al examen. La principal bandera del
nuevo modelo educativoes aprender a aprender. No hay que memorizar, más bien hay que tratar de entender. Sin embargo, el examen de ingreso al servicio profesional docente es una prueba estandarizada que no permite observar el desempeño académico del aspirante. Si se realizara una valoración de habilidades docentes, de inicio los egresados normalistas tendrían los mejores resultados, porque para eso están preparados. No obstante, el examen de ingreso pone en los primeros lugares de la lista de prelacióna quienes saben contestar exámenes de opción múltiple, y no necesariamente a quienes serán mejores profesores. Además, estos maestros noveles tendrían oportunidad de participar en los procesos de tutoría, pero que, como han señalado los estudios del Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación, tienen efectividad de 50 por ciento.
Esta política está degenerando la profesión docente. Más que mejorar
los procesos de enseñanza, se está empeñando el interés superior de la
niñez. Más que ayudar, la política se ha opuesto al desarrollo de los
profesores. Con esta tendencia, cada día se complica más la situación;
se agotan el tiempo y los recursos para resolver los defectos y los
procesos inviables. Cada vez es más incierto el escenario educativo. A
pesar de estar en los últimos lugares de pruebas internacionales,
todavía podemos estar peor.
*Jefe de redacción en Voces Normalistas.
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