proceso.com.mx (apro).- Llegado de Jalisco, viví casi tres décadas en el
Estado de México y padecí como mexiquense, desde la primaria hasta la
universidad, los gobiernos estatales y municipales del peor Partido
Revolucionario Institucional (PRI) del país: El del abominable Grupo
Atlacomulco y su insaciable hambre por el saqueo que ahora vemos a
escala nacional.
Tenía menos de 12 años cuando asistí por mí mismo
al primer acto político de mi vida, en la campaña de Roberto Soto
Prieto para su primera presidencia municipal en Naucalpan –donde estudié
primaria, secundaria, Colegio de Ciencias y Humanidades (CCH) y la ENEP
Acatlán de la UNAM–, hasta que atestigüé la alternancia, en 1997, con
el panista José Luis Durán Reveles.
Creo conocer la idiosincrasia
del estado como sé de la mayor parte de su geografía y sus contrastes,
desde Naucalpan a Amecameca, de Cuautitlán a Tlatlaya, de Tlalnepantla a
El Oro, de Valle de Bravo a Los Reyes, de Nezahulcóyotl a Malinalco, de
Texcoco a Huixquilucan, de Tlalmanalco a Ecatepec, de Chalco a
Teotihuacán…
Nunca he votado por el PRI y si siguiera viviendo en
el Estado de México iría a las urnas el domingo para, con mi voto,
botar, lanzar, echar, correr, deponer, despedir, expulsar del poder a
ese partido y al grupo político que simboliza lo que detesto:
Corrupción, impunidad, prepotencia, miseria, opulencia, saqueo…
El
periodista, como soy yo, no puede ser objetivo ante estas lacras y está
obligado a denunciarlas salvo que, por convicción o intereses, las
convalide con la coartada de que todos son iguales. No: hay niveles:
Siendo también delito, no es lo mismo robarse el papel higiénico de la
oficina que dar contratos a cambio de millonarios sobornos, como una
Casa Blanca o en Malinalco.
La elección de este domingo no es,
además, sólo de los mexiquenses. Concierne a todo el país, porque el
país completo padece un gobierno del mismo sello. Una votación masiva
haría historia: Aplastar, en su caverna, al dinosaurio obeso por tantas
mañas.
No lo puedo hacer yo, pero familiares y amigos que allá
viven votarán contra el PRI, porque los siguen robando en el infame
transporte público, en sus centros de trabajo, en sus propias casas –en
los fraccionamientos y en las zonas populares–, en los centros
turísticos y, sobre todo, en las oficinas de gobierno.
Familiares y
amigos van a votar contra el PRI porque, hacerlo por este partido es
avalar el “gasolinazo” –¿a poco ya se olvidó?– que su candidato, Alfredo
del Mazo autorizó como diputado federal, y todos los latrocinios de su
primo Enrique Peña Nieto.
El voto de mis familiares y amigos en el
Estado de México es también mi voto, porque, por primera vez, en nueve
décadas, el PRI y el Grupo Atlacomulco pueden ser sometidos por una
ciudadanía orgullosa de sí misma y que se sobreponga a las amenazas,
intimidaciones y miedo de quienes creen que todo lo que puede comprarse
con dinero resulta barato.
Un voto a favor del PRI es, al
contrario, apoyar la inseguridad y la violencia que nace de la
corrupción y las complicidades, los malos servicios públicos, los abusos
y el desprecio de los gobernantes, en fin, lo que está vigente: La
cuerda en el cuello que aprieta o la pistola en la sien.
Un amigo
que vive en Tlalnepantla, por el rumbo de La Quebrada, resumió el dilema
en el Estado de México: “Mandamos al diablo al PRI o seguimos en su
infierno”.
El voto útil será para uno u otro sentido. Nada más.
Comentarios en Twitter: @alvaro_delgado
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