Leonardo García Tsao
Cannes.
La edición de aniversario ya va
a la mitad de su trayecto y todavía no nos ha dado muchas razones para
bailar alegremente, como hace Claudia Cardinale en la imagen que adorna
el cartel oficial del festival. Varios de los nombres promisorios no han
cumplido lo que se esperaba de ellos y ese aire de decepción contrasta
con el clima soleado que ahora sí ha imperado.
Obviamente, quienes programan buscan temas comunes en las películas
de cada día y ahora tocó que el austriaco Michael Haneke y el griego
Yorgos Lanthimos coincidieran con películas complementarias sobre el fin
de la familia burguesa. El segundo ha narrado en su cuarto largometraje
The Killing of a Sacred Deer (El sacrificio de un venado sagrado), lo
que le sucede a la familia de Steven (Colin Farrell), exitoso cirujano,
cuando acepta la amistad de un adolescente (Barry Keoghan) medio
siniestro. Resulta que el padre de éste murió en la mesa de operaciones
del doctor y el joven exige una retribución: Steven deberá matar a un
familiar o algo terrible les sucederá a todos.
Es una metáfora, según explica el adolescente.
Se trata de la película más solemne de Lanthimos a la fecha y se echa de menos el humor irreverente de su anterior Dogtooth (2009).
En este caso, se sabe que algo malo va a ocurrir porque los personajes
hablan sin emoción alguna, como las almas poseídas de Muertos vivientes
(1956), de Don Siegel, bajo las notas cada vez más ominosas de una
música crispante y un constante uso del gran angular. Tanto Farrell como
Nicole Kidman en el papel de su esposa saben encontrar el tono adecuado
conforme el asunto se vuelve cada vez más peliagudo. Por supuesto,
Steven será el personaje más sufridor, pues se trata de cuestionar la
vigencia del patriarcado.
Por su parte, Haneke ha vuelto a sus viejos temas de forma oblicua en la cinta cínicamente titulada Happy End. Nuevamente,
la acción se sitúa en el seno de una familia burguesa –de Francia, en
este caso– donde todos los miembros tienen una agenda oculta. El
patriarca es el octogenario Georges (Jean-Louis Trintignant, formidable)
quien, como en Amour (2012), pero sin la compasión, busca una
forma de eutanasia, pues está harto de la conflictiva convivencia con
sus hijos Anne (Isabelle Huppert, desperdiciada) y Thomas (Mathieu
Kassovitz) y su respectiva prole. Y por ahí, en los márgenes de la
historia, un grupo de refugiados africanos espera apuntalar un
comentario de crítica social.
El misántropo autor no hace fácil la comprensión de su sátira
–si eso es lo que es– y pega grandes brincos elípticos en su narrativa.
La mala conciencia europea, la presencia funesta de las redes sociales,
el nihilismo como única postura correcta son algunos de los temas que
ahora baraja en la que es, ciertamente, una obra muy menor. No se
calcula que Haneke resulte ahora el primer ganador de tres Palmas de
Oro.
Para cambiar de tono, la competencia incluyó Geu Hu (El día después), la realización más reciente del prolífico sudcoreano Hong Sang soo, quien no sólo compitió en la pasada Berlinale, sino también presentó en Cannes otra película fuera de concurso, Keul-le-eo-ui Ka-me-la (La cámara de Claire). Adornada
otra vez con la presencia de su musa, la linda actriz Kim Minhee, se
trata de otra meditación minimalista de las ironías del amor,
desarrollada en torno a la indecisión emocional de un editor de libros,
atrapado entre su esposa, su amante y la nueva colaboradora de su
oficina. Lo que cansa es la monotonía con la que Hong filma sus largos
diálogos con un sostenido two-shot de sus dos intérpretes, apenas modificado por el uso del zoom.
Twitter: @walyder
No hay comentarios.:
Publicar un comentario