5/28/2017

Niños perdidos


Leonardo García Tsao
Cannes.

El primer día formal de la competencia, el ruso Andrei Zvyaginstev presentó su cuarto largometraje, Nelyubov (Sin amor). Situada en el Moscú de hace unos años, la película se centra en un matrimonio en violento proceso de separación. Zhenya (Mariana Spivak) no podría ser más despectiva con su ex marido Boris (Alexey Rozin). Cada uno ya tiene a su nueva pareja: ella a un hombre mayor que la satisface sexualmente, él con una joven a la que ha embarazado. El problema para ambos es qué hacer con Alyosha (Matvey Novikov), su hijo de 12 años, que fue la razón por la que se casaron.
Por supuesto, nadie se quiere quedar con el niño. En la escena más dolorosa de Nelyubov, la ex pareja discute arduamente sobre quién debe tener la responsabilidad sobre Alyosha. La toma se abre para revelar el rostro del niño transfigurado por el llanto, pues ha escuchado toda la conversación. No es de extrañar que unos días después desaparezca del hogar, sin dejar rastro.
El resto de la película se dedica a la búsqueda infructuosa de Alyosha, en una realidad desolada en todos los sentidos, donde los celulares, el Facebook y el Skype intentan disfrazar la soledad, donde la policía es un modelo de apatía y es necesario contratar a un grupo especializado en búsqueda de personas. Zvyaginstev mira a su sociedad con los mismos ojos críticos de su anterior Leviathán (2014), aunque con menos alcances políticos. El pesimismo del realizador es tan evidente como su destreza formal. Pasará el tiempo, el recuerdo de Alyosha se irá desvaneciendo como una foto suya pegada en un árbol. ¿Y qué será de sus culposos progenitores? Pues pronto vivirán otra versión del mismo infierno pues, como cantaba José José, el amor acaba y nada es para siempre.
Una versión opuesta del tema infantil fue mostrada por el estadunidense Todd Haynes en Wonderstruck (Maravillados), un relato en que dos tiempos se alternan: un niño huérfano (Oakes Fegley), que se ha quedado sordo por una descarga eléctrica, busca a su padre en la Nueva York de 1977; mientras una niña sordomuda (Millicent Simmonds) hace lo mismo con su madre (Julianne Moore), famosa estrella del cine mudo, en 1927 (en consecuencia, en esos episodios no hay diálogos sólo música y las imágenes son en blanco y negro).
Si algo se le reconoce a Haynes es su versatilidad. Nunca ha repetido un mismo tipo de película a la fecha. Sin embargo, nunca esperamos de él una película bonita, carente de filo y con una resolución positiva que se empeña en aclarar todas las cuestiones con una explicación verbal. Sin duda, Wonderstruck está bien filmada –la recreación del ambiente neoyorquino setentero es exacta–, pero el edulcorado y demasiado largo viaje a la plenitud infantil es el registro exactamente opuesto a la de Zvyagintsev.
Hoy la proyección de Wonderstruck se retrasó quince minutos porque a la entrada del Gran Teatro Lumiére se estableció un doble filtro de revisión, como si se esperara a la división cinéfila de Al Qaeda. Por supuesto, las masas se agolparon en las entradas, en perfecta demostración de la ley del embudo. El miedo no anda en burro. A lo largo de la avenida que recorre la Croisette, como no queriendo la cosa, se han colocado pesados macetones que sirven de barreras, unidos a las palmeras por cadenas. Eso por si alguien quiere repetir el camionazo de Niza. Curiosamente, hace unos meses transcurrió el festival de Berlín –otra ciudad europea afligida por el terrorismo– y no vimos ninguna de esas medidas de exagerada seguridad. Quién lo dijera. Los alemanes son más cool. 
Twitter: @walyder

No hay comentarios.:

Publicar un comentario