Un paréntesis de realidad virtual
Leonardo García Tsao
Cannes.
Hoy las proyecciones
bajaron en número, dando pie al festejo oficial por el 70 aniversario
del festival. Desde luego, el tono festivo se ha visto algo mermado por
el atentado de Manchester, que ha vuelto a poner las medidas de
seguridad en plan muy exigente en la Croisette. La directiva de Cannes
mandó un comunicado de rechazo al ataque terrorista e invitó a observar
un minuto de silencio a las tres de la tarde para mostrar
solidaridad con las víctimas, sus familias y el pueblo británico.
Ante las reducidas proyecciones, uno aprovechó para experimentar la
instalación de Realidad Virtual diseñada por Alejandro González
Iñárritu, que ha sido uno de los actos especiales más comentados del
festival. Dado el tamaño del asunto, el participante debe ser llevado a
un hangar del aeropuerto de Cannes, donde ocurre la experiencia llamada Carne y arena (Virtualmente presente, físicamente invisible).
Tras una breve espera, a uno lo conducen a una estancia donde se exhibe
el calzado de las anónimas personas que han muerto tratando de cruzar a
Estados Unidos por el desierto fronterizo. Allí uno se quita zapatos y
calcetines y espera la señal de alarma para entrar al área mayor donde,
sobre un suelo de arena, al participante se le colocan los visores
Oculus Rift, un par de audífonos y un backpack. Los atentos jóvenes que lo hacen dan además instrucciones de comportamiento.
De repente uno se encuentra en medio del desierto fronterizo al
amanecer. El caminar descalzo refuerza el aspecto sensorial. Se escuchan
voces urgentes, que provienen de un grupo de migrantes ilegales que,
como anuncia el ruido de helicópteros que sobrevuelan la zona, ha sido
localizado por agentes de la ley. Así, uno se encuentra en medio de la
sorpresiva acción. Policías desenfundan armas y las apuntan contra los
migrantes –incluido uno, si ha escogido moverse entre ellos—mientras
ladran los perros de ataque. Todo es confusión, miedo. Y compasión. El
asunto dura seis minutos y medio, pero es suficiente no sólo para sentir
identificación con los migrantes, sino también el potencial de una
nueva forma de expresión audiovisual. Con Carne y arena,
González Iñárritu y su colaborador, el fotógrafo Emmanuel Lubezki, se
han colocado en la vanguardia de algo que hasta ahora sólo se había
promovido como gimmick.
A la salida, una galería de retratos en alta definición –las
personas que sirvieron de modelos para la representación—apuntan el
testimonio de sus terribles experiencias fronterizas, redondeando así el
mensaje político de la experiencia. Alguien como Donald Trump, entre
otros líderes, debe participar de Carne y arena. A ver si así sigue pensando que todos los refugiados son criminales o terroristas en potencia.
En competencia, la única película exhibida fue Hikari (Hacia
la luz), de la japonesa Naomi Kawase. A pesar de ser una cineasta que
me parece limitada, Kawase es una de las consentidas de Cannes, ya que
sus películas siempre han sido estrenadas aquí (y hasta premiadas). Hikari
no cambia mi opinión. Sobre un simulacro de historia de amor entre una
intérprete de películas para invidentes y un fotógrafo que se está
quedando ciego, los diálogos sueltan pronunciamientos new age, como
nada es más bello como lo que desaparece ante nuestros ojos. Las imágenes son igual de cursis. Tal vez por eso la película recibió un fuerte aplauso tras su primera función.
Mañana el director Alfonso Cuarón dictará una conferencia magistral,
moderada por el crítico Michel Ciment. No es el único cineasta mexicano
célebre convocado a la fiesta. También se hicieron presentes sus colegas
Alejandro González Iñárritu, claro, y Guillermo del Toro, sumados a
Gael García Bernal, Diego Luna y la actriz Salma Hayek. Todos ellos
posaron para una foto oficial que reunió a 113 figuras del cine mundial y
participarán de la soirée de esta noche.
Twitter: @walyder
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