Editorial La Jornada
La epidemia del coronavirus, denominado
Covid-19, ha dejado al descubierto aspectos oscuros de las sociedades
contemporáneas que en circunstancias normales permanecen latentes u
ocultos: desde la xenofobia y la absoluta falta de empatía con quienes
atraviesan circunstancias difíciles –exhibidas por amplios sectores de
la población– hasta la propensión, de no menos ciudadanos, a dejarse
llevar por el pánico, los rumores y la desinformación. Pero la
propagación del patógeno –que comenzó en diciembre pasado en la ciudad
china de Wuhan y que ya se hizo presente en casi 80 naciones– ha
contribuido a exhibir, ante todo, la preocupante vulnerabilidad del
capitalismo ante el miedo de inversionistas y gestores de grandes
capitales, sin importar que los temores de estos agentes financieros
estén justificados o no.
En efecto, el mero temor de los dueños de los grandes capitales a que
la epidemia se prolongue y se extienda más allá de lo previsto, ha
llevado a los mercados bursátiles a registrar pérdidas no vistas desde
la crisis mundial de 2008, y se estima que el brote costará más de 280
mil millones de dólares sólo en los tres primeros meses del año. Además,
ha golpeado con fuerza a sectores especialmente sensibles como el
aeronáutico y el turístico: mientras el primero espera pérdidas del
orden de 113 mil millones de dólares, el segundo considera que la
retracción alcanzará 70 mil millones.
Las consecuencias económicas de la nueva enfermedad, que habrían sido
graves en cualquier contexto, empeoraron debido a la imprudencia de
algunos líderes y medios de comunicación occidentales que no dudaron en
magnificar la gravedad de la emergencia como herramienta de golpeteo
político contra el régimen de la nación asiática. Lo anterior tuvo el
doble efecto negativo de incrementar el pánico entre los ciudadanos (e
inversionistas) de los países occidentales, y de orillar a las
autoridades chinas a la adopción de medidas drásticas que tuvieron éxito
notorio en la contención geográfica de la enfermedad, pero a un enorme
costo para su economía y el bienestar sicológico de sus habitantes. Para
colmo, ese entusiasmo en dirigir las baterías declarativas contra China
pasó por alto la importancia crucial de esta nación para el
funcionamiento de los mercados globales, por lo que el aislamiento chino
pronto tuvo implicaciones allende las fronteras; por citar sólo un
ejemplo, una caída de apenas 2 por ciento en las exportaciones chinas de
piezas y componentes ya costó 50 mil millones de dólares a otros países
y sus industrias.
A la vulnerabilidad del capitalismo que ha quedado al descubierto,
debe sumarse la igualmente expuesta voracidad de los capitalistas. Una
vez que líderes empresariales, banqueros, administradores de fondos de
inversión y otros integrantes de la élite económica han debido afrontar
en sus propios estados de cuenta los saldos de la doble epidemia vírica y
pánica, han exigido a los gobiernos que echen mano de los recursos
públicos con la finalidad de paliar las pérdidas económicas, actitud
cínica en tanto parecen olvidar que durante décadas ellos mismos
empujaron (en formas a veces cuestionables) toda suerte de reformas
legales para despojar a los Estados de las herramientas que les
permitirían intervenir de manera efectiva en tiempos de crisis.
La lección debe buscarse en la necesidad de diseñar un sistema
económico menos vulnerable a los impulsos irracionales de quienes
detentan las posiciones de poder, así como en el reforzamiento de la
educación para reducir la susceptibilidad de las sociedades a los
rumores y la siembra del miedo.
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