Por
Fuentes: Middle East Eye
Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
Millones
de mujeres argelinas, traicionadas tras la independencia, continúan luchando
por sus derechos básicos. Mujeres argelinas manifestándose en Argel en una marcha de protesta contra el gobierno. 14 de febrero de 2020 (AFP)
A
la vez que se producen las celebraciones que conmemoran el Día Internacional de
la Mujer, las mujeres argelinas afirman también su presencia y demandas de
liberación, mientras continúan las protestas semanales contra el régimen.
Ha
pasado un año desde que los argelinos tomaron las calles en ciudades, pueblos y
aldeas, primero para oponerse al deseo del entonces presidente Abdelaziz
Bouteflika de un quinto mandato, y después para expresar su rechazo hacia el
régimen en su totalidad.
Desde
entonces se han conseguido muchas cosas: la renuncia de Bouteflika, el
aplazamiento de las elecciones nacionales, la deslegitimación del voto
reprogramado mediante un boicot nacional coordinado, la liberación de
innumerables presos políticos y el encarcelamiento de las principales figuras
del régimen.
Oposición
al régimen
En las últimas semanas se ha sido testigo de una significativa unidad
nacional y de una organización de masas en lucha continua contra el
régimen militar que ha gobernado Argelia desde que el pueblo obtuvo su
independencia de Francia en 1962. El mes pasado señaló también el
aniversario del asesinato de Nabila Djahnine, una activista por los derechos de la mujer asesinada durante la guerra civil en la década de 1990.
Djahnine
luchó por los derechos de las mujeres argelinas criticando abiertamente al
régimen y las leyes de códigos familiares que convertían efectivamente a las
mujeres en ciudadanas de segunda clase, dependientes financiera y socialmente
de sus esposos o padres.
Ella
inspiró a muchas personas para oponerse al régimen y denunció la violencia
contra las mujeres. La lucha que emprendió hace décadas prosigue hasta nuestros
días.
Las
mujeres argelinas fueron traicionadas de muchas maneras después de la
revolución y la independencia, mientras el régimen consolidaba su poder en
todas las instituciones.
Las
demandas y críticas de las principales activistas se rechazaron y denunciaron
tildándolas de contrarias al “interés nacional”. Las contribuciones de las
antiguas revolucionarias fueron, en el mejor de los casos, enseñadas
selectivamente en las escuelas, y, a menudo, relegadas a la oscuridad en los
archivos públicos nacionales.
Aparte
de algunos relatos orales y escritos, junto con videos de discursos que han
resurgido gracias a Internet, apenas se escuchará hablar de luchadoras por la
libertad como Djamila Bouhired. Pero activistas
como ella -que fueron torturadas, encarceladas y enfrentadas a la pena de
muerte por oponerse al colonialismo francés- mantienen vivo el fuego de la
lucha de liberación en la memoria colectiva del pueblo.
Hoy
en día Bouhired recorre el país como parte del movimiento hirak, reuniéndose para
apoyar nuevas protestas, poner fin al statu quo y que se reconozca que
el pueblo argelino sigue sin recibir igualdad y justicia, en especial en el
caso de las mujeres.
El
lado correcto de la historia
Al
acercarse el primer aniversario de las protestas hirak, me incorporé
recientemente a las manifestaciones semanales de los viernes en Argel. Me senté
junto a la exmilitante del Frente de Liberación Nacional (FLN), Louisette Ighilahriz, mientras esperaba
que la gente se reuniera para la marcha. Loisette, de 83 años, se ha unido al hirak
todas las semanas desde el 22 de febrero de 2019 “para que le pouvoir
[el poder]
sepa que ha traicionado al pueblo, que ha traicionado nuestra
lucha”, me dijo.
A
medida que más y más personas se congregaban a nuestro alrededor para darle un
beso, tomarle una foto o simplemente contarle sobre la fuerza y la inspiración
que brinda, Ighilahriz parecía encantada de estar entre su pueblo, una vez más
en el lado correcto de la historia.
La exmilitante del FLN Luisette Ighilahriz, derecha, fotografiada en París en 2003
Con
su agudo sentido político aún intacto, revisaba diligentemente los mensajes que
figuraban en cualquier pancarta que alguien quisiera colocar en sus manos para
una foto. No quería que nadie pusiera en su boca palabras con las que ella no
estuviera de acuerdo.
El
Estado argelino se ha reinventado ya demasiado, forzando a que un régimen
represivo y corrupto siga gobernando con la falsa justificación de que está
honrando a los cientos de miles de mártires de la guerra de liberación de
Argelia.
La
imagen era muy potente. Podías ver las raíces de su amor, admiración e impulso
por las personas de a pie, por las masas. Fue un breve momento en el que se
reivindicó la verdadera memoria revolucionaria de Argelia, la que vive y lucha.
Le
pregunté a Ighilahriz qué querría que se comunicara internacionalmente a
aquellos que desean apoyar la lucha argelina hoy. Ella respondió: “Necesitamos
vuestra solidaridad, hablar, gritar, hacer que las demandas del pueblo argelino
se conozcan en todo el mundo”.
“Hablar
sin parar”
La
escritora Assia Djebar, una de las voces
más importantes para las mujeres argelinas, escribió una vez que solo hay una
forma de liberar a las mujeres argelinas: “Hablar, hablar sin parar, de ayer y
de hoy” para mirar “más allá de los muros y las prisiones”.
De
hecho, las mujeres del hirak, a las que a menudo se encuentra liderando
las manifestaciones, están luchando para derribar todos los muros erigidos a su
alrededor.
Cuando
el régimen intenta encarcelarlas por atreverse a buscar la libertad, como fue
el caso de las activistas Samira Messouci, Nour el-Houda Dahmani y Fatiha Belaifa, por nombrar solo a
algunas, lo único que consigue es fortalecer su convicción de seguir luchando.
Messouci, que se estaba convirtiendo en una amenaza creciente por su agudeza
política, sus poderosos discursos y sus capacidades de movilización, fue
liberada después de cumplir seis meses en prisión y regresó
a las calles de inmediato. También hay otras heroínas diferentes de la lucha de
las mujeres argelinas. Pocos días antes del Día Internacional de la Mujer, mi
tía Najma falleció. Sin saberlo, y ciertamente sin pretenderlo, ella era mi
heroína feminista.
Como
tantas mujeres argelinas, sus contribuciones apenas se reconocieron mientras
estaba viva y, en última instancia, fueron relatadas como un defecto. Para mí,
ella representa a las mujeres argelinas que han pasado gran parte de su vida
luchando contra un sistema construido para silenciarlas a través de la
violencia y las leyes misóginas.
Mi
tía perdió a su padre a una edad temprana y se encontró siendo responsable de
una madre analfabeta, que se había casado cuando todavía era una niña, así como
de sus hermanos y hermanas. Asumió el papel de cabeza de familia, tomando el
lugar de su padre y teniendo que soportar que le dieran constantemente con la
puerta en las narices, haciendo frente en todo momento al rechazo. La
rechazaban con el omnipresente “Señora, eso es sencillamente imposible” en
todos los problemas financieros o legales que intentaba resolver.
Luz
resplandeciente
Nunca
la vi aceptar la derrota. No creo que ella haya entendido el significado de
“tienes que conocer cuál es tu lugar”. Al crecer, oía a primos y tíos bromeando
que ella no era realmente una mujer.
Sabía
que sus demandas de un Estado de bienestar funcional, acceso a la atención
médica, educación bien financiada y una ley de herencia no discriminatoria eran
derechos básicos que no deberían requerir fuerza imposible, batallas
interminables e incluso amenazas a la libertad.
Emprendía
esas batallas todos los días, no porque fuera una activista feminista, no le
hubiera gustado el término, sino porque quería una vida decente para ella, sus
hermanas y sus sobrinas.
Las
mujeres argelinas que marchan hoy se niegan de manera similar a aceptar que, en
un país rico en petróleo y gas natural, estas demandas no deberían ser otra
cosas más que demandas básicas y no grandes concesiones.
No
importa lo que mi tía lograra, a menudo con mucho sacrificio personal, los
hombres que la rodeaban la subestimaron siempre.
Nada
de eso le importó al final; ella no esperaba ni lamentaba nada. Ella era Najma
(“estrella” en árabe) y brillaba más que todos los que la rodeaban y eran
cómplices de un sistema organizado contra las mujeres.
Su
batalla es la de los millones de mujeres argelinas en las calles, en las celdas
del régimen y en los lugares de trabajo en Argel, Constantina y Orán, pero
también en Marsella, París y Lyon. Su lucha es diaria, feroz e implacable. Y
saben que esta vez es, en palabras del canto omnipresente, “revolución hasta la
victoria”.
Malia Bouattia es activista, expresidenta de la Unión Nacional de
Estudiantes, cofundadora de la Red de Estudiantes no
Sospechosos/Educadores no Informantes y presentadora/tertuliana en el
programa Women Like Us de la televisión musulmana británica.
Esta
traducción puede reproducirse libremente a condición de respetar su integridad
y mencionar a la autora, a la traductora y a Rebelión.org como
fuente de la misma.
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