Basta de impunidad
▲ A la marcha para exigir justicia y fin a la violencia asistieron miles de mujeres de todas las edades.
Como una fecha de colosal rebeldía se recordará este 8 de
marzo. El mero acto de salir miles de mujeres a tomar las calles y
soltar a voz en cuello su hartazgo por la violencia que las convierte en
víctimas cotidianas la marcará indeleble en el almanaque violeta.
Miles y miles. Ellas, infinitas, rabiosas, indignadas, reclamantes,
gozosas, denunciantes, asustadas, destructoras, creativas. Ellas desde
sus mantas, sus coros, sus consignas, sus brincos, sus marros y latas de
pintura. Sus formas infinitas y cariñosas de cuidarse a sí mismas y a
sus compañeras. De llevar el teléfono anotado en el brazo como elemental
medida de precaución.
Ellas arengando ante la policía:
¡No es violencia, es resistencia. Fuimos todas. No las toquen!, aunque por lo bajo reprueben a quienes se desbordan de rabia.
Porque el de ayer fue un clamor de tal potencia y tan variadas las
formas de expresión que incluso el arrebato y el reclamo por justicia
podían contradecirse al mismo tiempo.
¡No violencia!, pedían las oradoras del mitin formal de espaldas a Palacio Nacional.
¡Somos malas y podemos ser peores, y al que no le guste, se jode, se jode!, respondían con sus latas de pintura, marros y rostros cubiertos las mujeres vestidas de negro en su irrefrenable furia.
Ellas, jovencísimas. Eran decenas. Su temeridad. Esa apetencia por
destruir todo lo que les queda al paso. Y lo hicieron desde el mismo
Monumento a la Revolución. No hubo previsión protectora –vallas
metálicas– para el sacrosanto recinto de la Catedral, los inmuebles
históricos como la sede del Monte de Piedad o el mismo Palacio Nacional,
los monumentos, las tiendas donde no dejaran su impronta, donde no
pudieran desprender, romper, pintar, quemar…
Aunque hubo salvedades. Cuando llegaron lata en ristre a Vallenti
Collezione, sobre 5 de Mayo, una mujer tomó su propia voz y las encaró.
¡Aquí no!Los hombres que la acompañaban permanecieron mudos. El conflicto se dirimió en un santiamén.
Apenas daban las 10 de la mañana y los grupos ya se formaban.
Llegaban presurosas y uniformadas casi todas. Algunas preparaban ahí
mismo sus carteles, otras se pintaban símbolos en la cara y se
aprestaban a una jornada larga y fraterna. Nadie se empujaba, no
agandallabany ante cualquier choque accidental se ofrecían disculpas. A todas las movía el mismo fin.
Y luego, durante su andar, de muchas maneras se escuchó clarito: “¡queremos justicia no cachitos de Lotería!”
En ese preámbulo, otro grupo sin membrete, sólo amigas que se fueron
haciendo sobre la marcha, dieron un giro innovador a su presencia.
Especialistas algunas en diseño gráfico, impartieron talleres y armaron
grandes letras en sténciles para escribir sobre la plancha del Zócalo
los nombres de víctimas de feminicidio que pudieron recopilar entre 2016
y 2019. En torno al asta bandera dividieron su labor en cuadrantes y
pusieron en blanco su homenaje.
En esas estaban cuando de pronto llegó una docena más. Ellas de
pantalón blanco y playera morada. No se conocían ni sabían su
procedencia. Sólo se presentaron y pidieron sumarse a la tarea. Luego
contarían que decidieron trabajar por su cuenta porque el gobierno
capitalino puso fin a la Red de Mujeres por la Igualdad y la no
Violencia donde estaban empleadas en distintas alcaldías.
“Queremos seguir haciendo lo que sabemos. Seguir con las pláticas, el
diálogo con las mujeres y decirles ‘no es cierto (como dicen los
hombres) que como eres mi esposa te puedo golpear o porque soy tu jefe
tienes que hacer lo que yo quiera’”, explicó Celia con premura para
sumarse a la tarea de pintar más nombres. Porque ahí estarían de nuevo,
porque era la forma de tenerlas presentes.
Ya con los contingentes de la vanguardia dificultosamente organizados
y protegidas por el cordón de seguridad que otras mujeres conducen con
gran celo, las organizadoras hacen un grupo para dar a gritos la cuenta
regresiva a las 2 de la tarde (y de paso romper el estereotipo de la
impuntualidad femenina).
Al llegar al momento preciso lanzan su grito de batalla y enfilan:
Alerta, alerta que camina, la lucha feminista por América Latina. Y no pararían de marchar hasta cuatro horas después cuando el último contingente llegó al Zócalo.
Sobre la avenida Juárez, a un lado de su hija, doña Eugenia Arciniegas porta una cartulina color de rosa.
Tercera edad. Jubilada y aterrada por lo que vivimos las mujeres. Y después se confiesa asidua participante en estas actividades, sobre todo
para hacer una protesta enérgica a las autoridades por hacer caso omiso a la violencia contra la mujer.
En el trayecto surgen de pronto nubes de diamantina morada y los
aplausos suenan solidarios y cariñosos cuando la vanguardia llega al
embudo que se forma en la avenida Juárez con Eje Central para doblar
hacia 5 de Mayo, porque la peatonal de Madero fue cerrada.
A lo largo del camino, nunca tan reservados, serios y discretos, numerosos hombres observan la marcha desde las banquetas.
Y ahí sí, ni el menor intento por fanfarronear, provocar u hostigar.
Claro, hasta que algunos provocadores pro vida las retan en la Catedral y
despliegan una gran manta donde aseguran que el
primer feminicidio es abortar.
Pero también otro hecho fue real: muchos hombres que por trabajo o
solidaridad con las mujeres quedaron en la mira de algunas intolerantes
fueron agredidos, correteados… y hasta bañados en pintura.
Foto María Luisa Severiano
Rosa Elvira Vargas
Periódico La Jornada
No hay comentarios.:
Publicar un comentario