Francisco López Bárcenas
Dentro de los instrumentos de
actuación del Estado mexicano contra las disidencias políticas, uno de
los menos analizados es la desaparición forzada. Esta ausencia no sólo
es por desinterés de los científicos sociales, también obedece a las
prioridades de líneas que las políticas estatales marcan al respecto.
Así, la omisión se puede explicar argumentando que por mucho tiempo el
Estado mexicano fue considerado un
Estado social de derechoemanado de una revolución social y por lo mismo enfocado a atender sus demandas. Ni por equivocación se le identificaba como parte de los estados autoritarios, menos con las dictaduras militares que por mucho tiempo asolaron varias partes de América Latina. Pero los tiempos cambian y las temáticas de investigación también. Ahora proliferan las obras que se ocupan de la muy temprana represión contra las disidencias dentro y fuera y de la familia revolucionaria, así como de los instrumentos y métodos para llevarla a cabo.
Una de esas obras es [Tiempo suspendido] Una historia de la desaparición forzada en México, 1940-1980.
Su autor, Camilo Vicente Ovalle, tenía motivos, capacidad e
inteligencia para escribirla. Nacido en la ciudad de Juchitán, Oaxaca,
es hijo de Jesús Vicente Vázquez, El Dormis, quien fuera
comandante de la policía municipal del Ayuntamiento Popular que gobernó
el municipio en los primeros años de la década de los ochenta, y de
Bertha Ovalle Bustos, militante de la Coalición Obrero Campesino
Estudiantil del Istmo (Cocei), cuando la organización encabezaba luchas
populares. Como parte de la represión a su actividad política, El Dormis
fue desaparecido, lo mismo que su esposa, lo que llevó a su hijo a
interesarse por el tema. Su cercanía sentimental con el tema no le
impidió realizar una investigación minuciosa, hurgando en los
archivos de la represión, pero también entrevistando a las víctimas de esta práctica.
Entre las virtudes de [Tiempo suspendido] se encuentra que
rompe con el mito de que la desaparición forzada, como forma de
represión política, sea de los años recientes y una práctica aislada,
excepcional, sólo para contener situaciones que ponían en peligro al
Estado mismo. Contrario a eso, el autor demuestra que apareció con el
Estado mismo, contribuyendo a la consolidación de su carácter
autoritario; que al principio –entre los años cuarenta y cincuenta del
siglo pasado– convivió con la detención arbitraria o el secuestro
político, implementadas por el Ejército y las corporaciones policiacas,
principalmente la Dirección Federal de Seguridad (DFS), pero conforme el
tiempo pasaba se fue perfeccionando, hasta dejar de ser una táctica
operativa para obtener información hasta convertirse en un dispositivo
de la eliminación.
En los años setenta, el carácter de la disidencia política mexicana
cambió porque muchos jóvenes, desencantados por la falta de espacios
para la participación política, se fueron a las armas. En este contexto,
la desaparición forzada también se transformó. En palabras de Camilo
Ovalle,
la desaparición forzada no fue acto único, sino un conjunto de procedimientos que se articularon en un circuito, cuyo fin programado fue la eliminación. Desde el momento en que una persona era ingresada al circuito de la desaparición, fue transformada en un sujeto suspendido, un detenido-desaparecido. Esta forma de violencia de Estado no estuvo determinada por el tiempo. La radicalidad de este dispositivo represivo estuvo dada porque él mismo produjo una nueva experiencia del tiempo. Su acción sobre un conjunto histórico-social, las técnicas aplicadas a los cuerpos. Los espacios donde los sujetos fueron consignados, la determinación final sobre los sujetos, sobre los cuerpos, produjeron esta nueva experiencia.
Y concluye:
La desaparición forzada fue, en primera instancia, una acción que buscó suspender al sujeto de su estructura histórico-social: suspenderlo de su mundo. Las técnicas que fueron aplicadas al cuerpo de las y los desaparecidos, desde el momento mismo de la aprehensión, estuvieron dirigidas a su sometimiento a través de la ruptura de las relaciones espacio temporales más inmediatas, desfondando su realidad. Esta suspensión produjo una nueva experiencia del tiempo. Hacia dentro, un tiempo infinito. No hay criterios para mensurarlo, incluso el criterio último parece desvanecerse: la definición sobre la vida y la muerte, de la cual la persona detenida desaparecida se encuentra igualmente suspendida. Hacia afuera, en ese mundo fracturado por la acción de la desaparición, el tiempo producido es indeterminado, a la espera de ser reinstaurado: un día, un mes, un año, la vida entera.
Vale la pena leer el libro. No sólo porque arroja luz sobre un lado
bastante oscuro de nuestra historia, sino porque el tiempo del que nos
habla continúa suspendido. Los desaparecidos políticos siguen siendo una
realidad en nuestro país y de nosotros depende en mucho que aparezcan.
Que dejen de habitar un tiempo suspendido.
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