Hace cuatro años en
su casa asesinaron a balazos a Berta Cáceres. Tenía 44 años. Durante
una década encabezó en Honduras la lucha contra la empresa Desarrollos
Energéticos, empeñada en construir la represa Agua Zarca en el río
Gualcarque, sagrado para la cultura lenca. La noticia del crimen dio la
vuelta al mundo y obligó a las autoridades hondureñas a investigar a los
asesinos intelectuales y materiales. Un alto ejecutivo de dicha
empresa, Roberto Castillo, fue arrestado por participar en la planeación
del crimen. Otros 10 implicados fueron detenidos, entre ellos
integrantes del ejército. Un equipo internacional de abogados afirmó que
el asesinato de Cáceres lo planearon durante meses y que involucraba a
empleados de la compañía, personal de su seguridad y agentes del Estado.
Berta era maestra y en 2015 fue galardonada con el Premio
Medioambiental Goldman. Durante su vida recibió numerosas amenazas y
protestó contra los asesinatos de otros luchadores sociales. En julio de
2017, la empresa anunció que como
gesto de buena voluntadsuspendía la construcción de la represa. Los ejecutivos de más alto rango de la hidroeléctrica son miembros de la poderosa familia Atala Zablah, ligada al gobierno y las finanzas internacionales. Ello explica por qué sólo siete sicarios fueron condenados por el crimen. Los peces gordos, siguen libres. Honduras es el país más mortífero en el planeta para activistas ambientales. Le siguen Brasil, Filipinas y Colombia. El año que mataron a Berta, asesinaron a dos integrantes de su asociación y a otros 11.
Casi 10 por ciento de las víctimas por causas ambientales son
mujeres, en especial indígenas. Son las más vulnerables a la violencia
que patrocinan los intereses económicos coludidos con la clase dirigente
en América Latina, Asia, África y Oceanía. El número de asesinadas
crece cada año y los que movieron las manos criminales gozan de
impunidad en la mayoría de los casos.
Por ejemplo, Emilsen Manyoma, en Colombia, quien defendió los
derechos de su comunidad frente a proyectos agrícolas y mineros; en
Filipinas, y también por minería, Leonela Tapdasan; y en Guatemala,
Laura Vásquez. Es común calificar a muchas defensoras del ambiente como
terroristas. Sólo luchan pacíficamente por la integridad de las tierras donde viven.
Es lo que sucede en Brasil, donde sicarios al servicio de los
consorcios agroexportadores, mineros, hidráulicos y madereros, actúan
impunemente en la Amazonia. La última década fueron asesinados unos 300
defensores medioambientales; en la mayoría de las veces se trató de
indígenas, entre ellos decenas de mujeres. Apenas 14 casos fueron
juzgados. El asedio se agravó con la llegada al poder del
ultraderechista Jair Bolsonaro.
Las mujeres han logrado trascender fronteras por defender la
naturaleza: la inglesa Ingrid Newkirk, fundadora de Personas para el
Trato Ético de los Animales. Dian Foosey, cuyo trabajo en Ruanda y Congo
en pro de los gorilas de montaña se plasmó en la película Gorilas en la niebla.
La Nobel de la Paz Wangari Maathai, impulsora de la reforestación en
Kenia y de puestos de trabajo para las mujeres. La hindú Vandana Shiva,
defensora de la biodiversidad y la bioética. Jane Goodall, estudiosa de
los chimpancés en Tanzania. La canadiense Sheila Watt-Cloutier,
defensora del pueblo Inuit y el Ártico. O la costarricense Xinia
Herrera, por conservar la biodiversidad de su país.
En México las mujeres destacan en la formación de los primeros grupos
ecologistas, desde Baja California hasta la Península de Yucatán. Las
autoridades al servicio de los intereses empresariales las han combatido
y, con frecuencia, descalifican sus luchas por el agua limpia y los
bosques; por denunciar los daños que causa la minería y la ocupación
caótica de la franja litoral. Las matan, como a Betty Cariño, Juventina
Villa y Fabiola Osorio. Fundamentales para conservar la biodiversidad y
la seguridad alimentaria, las mujeres que viven en el medio rural de
México padecen una profunda desigualdad y son víctimas del patriarcado
tradicional. Ellas requieren apoyo prioritario. No lo olvidemos hoy y
siempre.
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