Vox Libris
La escritora Suniti Namjoshi desafía prejuicios como
el racismo, el sexismo y la homofobia; su quehacer literario lo han
traducido a varios idiomas. Fábulas feministas y otros textos,
con traducción de Ave Barrera y Lola Horner, reúne una selección de las
obras más relevantes de la autora nacida en Bombay. Con autorización de
la Editorial Paraíso Perdido, La Jornada ofrece a sus lectores un fragmento de este libro.
Las Fábulas feministas fueron un parteaguas en
mi vida. De 1978 a 1979, durante mi año sabático en Inglaterra, descubrí
el feminismo –o más bien descubrí que existían otras feministas–. Yo
apenas era una feminista principiante. Por supuesto, pensaba que muchas
de las restricciones que tenían las mujeres eran absurdas y, como mujer,
no me gustaba en absoluto ser una ciudadana de segunda categoría. Las
feministas ya habían hecho la extraordinaria labor de analizar este
fenómeno y yo leía con avidez todo lo que publicaban. No obstante,
necesitaba trabajar en el tema por mi cuenta. Ahora tenía la confianza
para decir lo que tenía que decir. Y no me refiero al tipo de confianza
que resulta de haber recibido una palmadita en la cabeza y de que
alguien me hubiera dicho que yo también era importante, sino a la que
viene de saber que de verdad podía ser escuchada y comprendida.
Para una escritora –en realidad para cualquier persona– eso es
extremadamente importante. Los poemas y las fábulas existen entre la
escritura de las mismas y su lectura. Si al empezar a escribir hubiera
sentido que, sin importar cuán cuidadosa fuera con lo que decía, no iba a
ser comprendida de la manera que pretendía serlo, hubiera sido
imposible comenzar. Sin embargo, el contenido y la forma se articularon
de manera espléndida. Si algo parecía carecer de sentido, escribía una
fábula acerca de eso. Si pensaba que algo era absurdo y se me ocurría
hacer un chiste, sabía que habría gente que se reiría de ello.
En la edición de Sheba Feminist Publishers, donde se publicó el libro
por primera vez, en 1981 –hace treinta años–, le dieron el título de Feminist Fables. Me pareció un buen título y así se quedó durante muchos años (al manuscrito original lo había titulado The Monkey and the Crocodiles).
El título actual tiene la ventaja de ser completamente feminista, y eso
me parece que es importante, en especial hoy en día que la palabra
‘‘feminista’’ se havuelto casi una mala palabra en el mundo occidental.
No obstante, tiene la desventaja de hacer que el lector menos cuidadoso
piense que las fábulas únicamente tienen que ver con cosas que le
ocurren a las mujeres. El formato de fábula debería dejar claro que
cuestiona lo que le sucede a cualquiera que se encuentre en una
situación desigual de poder. No hay algo particularmente femenino o
masculino en el ratón de la fábula ‘‘El ratón y el león’’; es solo una
pequeña criatura inteligente que ha comprendido la forma sutil en que se
establece la idea de que quien tiene el poder, tiene la ventaja.
No es posible crecer en India sin darse cuenta de los diferentes
tipos de disparidades de poder en todos los ámbitos, a menos que, por
supuesto, hayamos elegido cegarnos deliberadamente como ocurre en ‘‘La
sabiduría secreta’’. Pero competir con otros acerca de qué tipo de
opresión es el más opresivo, es en mi opinión una manera equivocada de
entender las cosas. Lo vi ocurrir en la First International Feminist
Book Fair, en Londres en 1984. Mientras pensemos que algunas formas de
opresión están bien o no importan tanto, no llegaremos a la raíz del
problema.
▲ Suniti Namjoshi (Bombay, 1941).Foto cortesía de la editorial Paraíso Perdido
Hay una cosa más que quiero añadir aquí. Este incidente sucedió días antes de la publicación de Feminist Fables.
Creo que ocurrió en la escuela donde yo daba clases, en la Universidad
de Toronto. Una colega me dijo en tono empático que la opresión de las
mujeres en India debía ser una cosa terrible. No me gustó escuchar eso,
así que le respondí feroz que aquí (refiriéndome a Toronto) el estatus
de una persona depende de uno o dos factores, pero que en India había
muchos factores más a tomar en cuenta, como la casta, la clase o la
riqueza. Tal vez había algo acertado en mi res- puesta, lo equivocado
fue mi manera de reaccionar. No me gustó pensar en mí como alguien
oprimido. Lo que debí comprender en ese momento fue que si media docena
de factores convergen en contra de una persona, eso hace que la opresión
sea mucho peor. Otra cosa que debí comprender es que ser víctima de la
opresión no es algo de lo que se deba sentir vergüenza, es el opresor
quien está equivocado. El lenguaje (las palabras ‘‘noble’’ e
‘‘innoble’’, por ejemplo), la tradición (la manera en que exaltamos a
los ‘‘grandes’’ militares conquistadores) y las jerarquías sociales
hacen que sea muy difícil darnos cuenta de ello.
Las Fábulas feministas se tratan de todo y de cualquier
cosa. Pero principalmente, son acerca de usar el poder del lenguaje y de
la tradición literaria para exponer lo absurdo, lo inaceptable.
La gracia de la diosa
Sucedió que una niña muy consciente de todo y de muy
altos valores fue al bosque a rezarle a la diosa. La diosa apareció y la
niña le explicó la causa de su pesar: ‘‘La gente se muere de hambre,
los niños sufren, hay hombres que golpean, violan y matan a las mujeres.
Hay muchas personas lisiadas y los débiles son castigados por su
debilidad. Hay demasiada maldad en este mundo, las cosas no pueden
seguir así, tienes que hacer algo’’. ‘‘Muy bien –respondió la diosa– tu
vida por la de alguien más. Dame tu vida y yo me aseguraré de que un ser
humano viva de forma plena’’. ‘‘No –respondió la niña–. Yo también soy
humana y tengo derecho a vivir’’. ‘‘Está bien, dos vidas humanas
–replicó la diosa– y a un menor precio: lo único que tienes que darme es
tu vida privilegiada’’. ‘‘No’’, respondió la niña. ‘‘¡Oh...! Bueno, ¿y
qué tal si te ofrezco cinco vidas humanas? ¿Diez vidas humanas? ¿O tal
vez un millón de vidas humanas por ese mismo precio?’’ La niña dudó un
instante. Luego le preguntó a la diosa: ‘‘¿Te estás burlando de mí?’’
‘‘Sí –dijo la diosa–. Resígnate, niña, y hazte cargo de tu propia
vida’’.
Periódico La Jornada
No hay comentarios.:
Publicar un comentario