Se caen las bolsas de
valores, los precios internacionales del crudo se derrumban en forma
estrepitosa, suspenden festivales artísticos, actos electorales y
partidos de futbol, los italianos están metidos en sus casas sin asomar
la nariz y los españoles van por ese mismo camino, las fronteras de
China están cerradas, nadie sabe qué pasa en África –nadie sabe nunca lo
que pasa en África porque eso no es del interés de los medios–, la
industria turística y las líneas aéreas experimentan pérdidas
millonarias, hay aeropuertos más solitarios que una viudez y en varios
países la gente toma por asalto los supermercados con la idea
desesperada de almacenar suficientes latas y papel higiénico para
sobrevivir al fin del mundo. Los medios sufren la pandemia obsesiva y
monotemática del Covid-19; aún no hemos visto a presentadores de
noticias separados del micrófono por un cubrebocas ni a informadores
trasmitiendo desde sus casas por temor a salir a las calles
emponzoñadas.
Hasta donde sabemos, este bicho de última generación mata a menos
gente que la influenza o gripe común pero nadie está dispuesto a dejar
pasar la oportunidad de un Juicio Final tan atractivo como el que brinda
una peste que avanza a ritmo de jinete del Apocalipsis y que resulta
propicia para justificar cualquier cosa, incluso el afán de hacerse
notar. El presidente Trump, por ejemplo, se burlaba hace unos días de la
epidemia pero súbitamente tomó la decisión de prohibir el aterrizaje en
Estados Unidos de los vuelos procedentes de Europa y no será de
extrañar si pasado mañana decide cerrar la frontera con México, a pesar
de que el país vecino tiene muchos más casos confirmados de contagio que
el nuestro. A fin de cuentas, el virus es un vector formidable para
reforzar la infección de aislacionismo chovinista y fóbico que el
magnate ha cultivado entre sus electores desde que era precandidato a la
Presidencia y una circunstancia inmejorable para provocar uno de esos
sobresaltos mundiales tan gratos a su egolatría. Por cierto, hay tres
mandatarios en este continente que son candidatos a pacientes de
Covid-19: el propio Trump, el primer ministro canadiense, Justin
Trudeau, y el brasileño Jair Bolsonaro, otro de los que hasta hace unos
días negaba que la epidemia fuera real.
La reacción mexicana entró en un estado de agitación febril (nunca
mejor dicho) para descalificar al gobierno de Andrés Manuel López
Obrador por el manejo del gobierno federal ante la expansión del virus y
para propalar rumores alarmistas acerca de una propagación no
reconocida oficialmente. Comentócratas de la vieja y de la nueva ola,
políticos panistas, influencers de la derecha y odiadores
variopintos de AMLO han estado usando las redes sociales para difundir
mentiras y adulteraciones. Ayer, una docena de ellos pretendieron hacer
pasar una declaración presidencial de hace más de una semana como si
para presentar al mandatario como desactualizado y desinformado ante el
avance de la epidemia; exactamente el mismo fragmento de video,
encabezado por comentarios descalificatorios y mordaces, lo mismo en
cuentas de individuos reales y de ficciones digitales conocidas como bots.
Imposible pensar que ese nado sincronizado carecía de coreógrafo. Y lo
increíble: esos y otros voceros de la reacción depusieron
momentáneamente su odio a Nicolás Maduro para ponerlo como ejemplo de lo
que debía hacerse ante la pandemia –el gobierno de Caracas también
canceló los vuelos provenientes de Europa– y despotricar contra AMLO. No
dijeron, claro, que el sistema de salud venezolano tiene un índice de
23 puntos de eficiencia frente a los 57.6 del mexicano y que, en
consecuencia, la decisión del país sudamericano obedece a condiciones
radicalmente distintas a las que imperan en nuestro país.
En contraste, pocos medios dieron a conocer las medidas de prevención
establecidas en el aeropuerto capitalino, o el reconocimiento formulado
por el asesor de la OMS en materia de Emergencias de Salud, Jean-Marc
Gabastou, quien dijo que México
ha reaccionado inmediatamente de manera preventiva, o la información puntual, precisa y clara que el gobierno federal proporciona mañana tras mañana sobre la pandemia y sus consecuencias.
Es claro que en las actuales circunstancias las peores pestes son la
desinformación, el pánico y el manejo inescrupuloso y faccioso de una
situación que debe ser tomada con la precaución y la seriedad que
merece, no sólo por el riesgo sanitario que representa sino, sobre todo,
porque ha puesto la economía mundial patas arriba y las consecuencias
negativas van a sentirse muy pronto en prácticamente todo el planeta.
Esto no será el Juicio Final –con ese siempre hay segundas y terceras
instancias– pero sí, de algún modo, el fin del mundo conocido hasta
ahora en lo que a comercio, finanzas y producción se refiere. Y en tanto
se dilucida si el Covid-19 nos matará a todos, a muchos o sólo a unos
cuantos, hay que ponerse a imaginar qué sigue.
Twitter: @Navegaciones
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