Gustavo Esteva
Hoy amaneció otro mundo, distinto al que teníamos. Necesitamos aquilatar lo que significa. Y disfrutarlo.
No debemos adelantar vísperas. Llevará mucho tiempo desmontar el
aparato patriarcal, empezando por sacarlo de cabezas y corazones de
hombres y mujeres que por miles de años fuimos formateados con ese
diseño. Pero podemos celebrar sin reservas el cambio que ya ocurrió y no
tiene precedente. El desafío radical y masivo a la normalización
patriarcal hará imposible restablecerla.
Algunos escritos notables la desmontaron hace mucho tiempo. Era
posible reconocer intelectualmente ese horror y denunciarlo. Esta vez,
sin embargo, no fueron prominentes pensadoras o personalidades
destacadas, ni fue sólo en el papel o una voz aislada. El cambio se
produjo porque millones de mujeres, con inmenso valor y lucidez, se
atrevieron a movilizarse para demostrar el carácter absurdo de ese
prejuicio y desbaratarlo. Lo hicieron ya. No hay manera de dar marcha
atrás, aunque se multipliquen los intentos de hacerlo; por ejemplo,
mediante la clasificación ideológica de los feminismos para regresar
todo al aro de la subordinación con diversos pretextos.
Es un despertar. De pronto, de la noche a la mañana, nos dimos cuenta
de que casi todas y todos nos habíamos creído que la dominación
patriarcal era algo normal, que así eran las cosas; parecía constituir
el modo ineluctable de la realidad dada, contra el cual no cabía
siquiera imaginar la lucha.
Cien años de luchas feministas enseñaron a las mujeres que bajo el
régimen actual no será posible satisfacer su muy legítima reivindicación
de equidad e impedir que las mujeres sufran discriminación en salarios,
empleos, oportunidades y todo lo demás. Esa conciencia las radicalizó.
Orientaron su empeño a desafiar a ese régimen dominante para crear una
sociedad en que la equidad de género no sólo sea viable, sino natural.
Dieron hoy un paso mucho más profundo. Hicieron de pronto evidente la
desnudez del emperador. Se hará cada vez más difícil pretender que está
vestido y los intentos de mantener la ficción provocarán hilaridad, que
es a menudo la más efectiva de las críticas. Ocurrió ya en estos días,
ante algunas reacciones de arriba.
Está ahora públicamente claro, en el mundo que nos toca vivir, que
nada hay natural o normal en el ejercicio patriarcal y que carecen de
todo fundamento sus supuestos. Que es ridículo seguir hablando de la
superioridad varonil. Que es insostenible el control y dominación de
unos sobre otros como principio de organización social. Que carece de
legitimidad el dogma patriarcal de que lo vivo debe ser sustituido por
lo artificial en todos los casos…
Algunos de estos supuestos o sus variantes podrán circular y
discutirse por un tiempo más. Lo que ya quedó establecido es el desafío
central: no podrá seguirse considerando normal que las mujeres sean
colocadas en posición subordinada por el solo hecho de serlo y que
además se les acose, se les someta, se les trate como objetos…
Se hizo evidente, ante todo, la condición atroz de esa convicción
general, conforme a la cual las mujeres tuvieron que admitir
continuamente, en todas las esferas de la vida cotidiana, un trato
inaceptable. Su normalización entre las mujeres era sin duda la más
dolorosa. El insoportable dicho popular “si no pega no quere”
revela la profundidad y extensión del prejuicio patriarcal, que fue
asumido por muchas mujeres como una condición insalvable, propia de su
género, inherente a su situación en el mundo.
Rehacer todos los patrones de pensamiento y comportamiento llevará
mucho tiempo. Costará trabajo reformularnos internamente: dejar de
pensar y sentir de esa manera. Más difícil será reconstruir todos los
aspectos de las relaciones entre las personas y de la organización
social. La que será la revolución más profunda y radical de la historia
no puede hacerse en un día.
Lo que ya ocurrió, empero, es el despertar. En eso no hay vuelta
atrás. Se aplica la expresión popular: cayó el veinte. No es una
conciencia que podamos ganar paulatinamente, a través de procesos
diversos. Es algo repentino, que aparece como revelación. Es análogo a
lo que ocurre el día que se descubre la patraña de Santaclós. Ahora
sabemos. Se abrieron de pronto los ojos, en muy diversos contextos.
Debemos a millones de valientes mujeres habernos sacado de la modorra
ciega y criminal en que se nos mantenía. No cabe ya complicidad alguna.
Habrá tensiones cotidianas por doquier, porque en todas partes
estaremos reaccionando. Cada vez que se reproduzca el patrón, en
cualquier situación, pondremos el asunto en la mesa. Ya no más. Se
acabó. Asumiremos seriamente las consecuencias de haberlo descubierto.
Habrá que hacerlo en la casa, en el trabajo, con la pareja y la
familia lo mismo que con amistades y compañeras o compañeros de lucha,
en todas las circunstancias. Hacerlo, claro está, en las condiciones y
con las limitaciones que cada contexto aconseje. Pero hacerlo.
No podremos ya cerrar los ojos.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario