Han pasado más de 11 años desde que una mayoría de mexicanos eligió a Vicente Fox para poner fin a 71 años de gobiernos interrumpidos del PRI. Durante décadas, se pensaba que dicha tarea sería protagonizada por un estadista, y aunque quien encabezó ese momento histórico estaba lejos de cumplir con el perfil, pocos anticiparon la enorme decepción y frustración colectiva que se generaría.
Visto aquel acontecimiento con la distancia que permite el tiempo, ante el contexto del desastre ocasionado por 12 años de gobiernos emanados de las filas del PAN, para muchos el argumento de varias décadas de gobierno del PRI no es suficiente para comenzar a explicar con racionalidad porque millones otorgaron a Fox un voto de confianza no digamos para liderar la transición, sino para encabezar un gobierno en cualquier coyuntura histórica.
En el año 2000, la contienda se polarizó entre Francisco Labastida y Vicente Fox. Estaba preparado el terreno para la alternancia, desde 1997 la oposición partidista había arrebatado al tricolor la mayoría en el congreso y gobernaba por vez primera distintas gubernaturas. La sociedad exigía una renovación que difícilmente podía representar el candidato que emanara del PRI.
Aunque el Partido Revolucionario Institucional celebró por vez primera elecciones internas para elegir a su candidato Presidencial, más que dar una imagen democrática se exhibieron (y agudizaron) las diferencias entre las distintas facciones que conformaban a ese partido. El candidato que finalmente emergió de las filas del PRI, era de una generación anterior al entonces Presidente, con antecedentes en su trayectoria política que lo imposibilitaban a venderse como una alternativa de cambio.
El candidato del PRD, Cuauhtemoc Cárdenas fue considerado por muchos un candidato viable para suceder a Ernesto Zedillo después de su histórica victoria en la capital del país, pero una gestión de gobierno decepcionante así como una continuo linchamiento por parte de las televisoras (como olvidar el manejo que dieron al asesinato de Paco Stanley) terminaron por minar sus posibilidades de triunfo.
Nadie capitalizó mejor los deseos de una transformación que el candidato de la Alianza por el Cambio. Aunque para muchos desde entonces existíanseñales que lo evidenciaban como un gran simulador, la eficacia de su campaña y el entusiasmo que despertó fueron mayores a cualquier objeción racional.
Antes de que el guanajuatense llegase al poder se tenía conocimiento del papel fundamental que jugó en torno a la aprobación del Fobaproa, existían denuncias de aportaciones desde el extranjero a su campaña presidencial, así como su relación con poderes fácticos que amenazaban con ejercer una determinante influencia en su sexenio.
El marketing político hizo de las evidentes carencias del panista un decálogo de virtudes: su irracionalidad se convirtió en tenacidad, sus disparates sirvieron para mostrarlo como un hombre cercano al pueblo, sus expresiones vulgares eran prueba de un hombre decidido a afrontar los graves problemas del país.
Fox es considerado hoy en día uno de los peores Presidentes en la historia de México, pero sin duda su obra de gobierno más perversa fue la de haber utilizado todo el poder del estado para imponer a su sucesor: de esa manera el daño al país trascendió los 6 años que comprendieron su sexenio. Tanto en el caso de Vicente como en el de Felipe Calderón, la realidad terminó por superar la mayoría de los peores augurios.
A raíz del gobierno del cambio, la incipiente democracia electoral se pervirtió por completo con el ascenso de gobernantes cuyo futuro político dependería del desvío de recursos públicos hacia las televisoras. La llamada telecracia lo mismo ha producido gobernantes como el de Nuevo León, Rodrigo Medina, como también se ha prestado a intentar rehabilitar la imagen pública de los inefables Mario Marín y Ulises Ruiz.
Durante el gobierno de Fox los mismos que en la actualidad hacen una apología de la ignorancia de Enrique Peña Nieto, exaltaban la falta de solemnidad en las formas del entonces Presidente.
Al igual que hoy, la intelectualidad no sólo era irrelevante, sino motivo de snobismo y hasta de discriminación.
Una de las anécdotas emblemáticas del sexenio foxista ocurrió cuando se acercó a una mujer de escasos recursos y le pidió que no creyera todo lo que leía en los periódicos y ella le contestó que no sabía leer. El Presidente le contestó: Qué bueno, así va a ser más feliz. Si en la década pasada Fox elogiaba el alfabetismo de una mujer, hoy en día Adela Micha nos asegura que leer es irrelevante a la hora de gobernar.
La construcción de una república de ensueño, cuenta con gobernantes que conectan con la población no por sus ideas e iniciativas de cambio, sino porque se asemejan a los estereotipos de televisión que han sido familiares para las audiencias durante años.
Si Vicente Fox se asemejaba de muchas formas a un presentador de televisión, Enrique Peña Nieto personifica a un protagonista de una telenovela. El subconsciente colectivo de los televidentes conecta con esas figuras, en una dinámica en donde las formas se vuelven más relevantes que el fondo, se gobierna para el rating y no en función del bien común. La comunicación política se vuelve un asunto que entra en una lógica de oferta y demanda, en vez de estimular la participación ciudadana se atiende a un mercado electoral.
Las comparaciones no son gratuitas: Fox y Peña Nieto llegaron como precandidatos únicos a la contienda interna de sus partidos por la avasalladora popularidad que gozaban en las encuestas, y ambos hicieron alarde de su religiosidad y conservadurismo extremo. Coinciden a su vez en los dos utilizaron recursos públicos desde los gobiernos estatales que presidieron para promover sus aspiraciones. Fox lo hizo de manera abierta desde que emitió su voto en las elecciones federales de 1997, mientras que la construcción virtual de la candidatura de Peña Nieto se hizo mediante la inserción pagada en los noticiarios independiente de que la nota tuviese relevancia periodística.
Ambos premian la ineficacia de sus subalternos, Fox tuvo un equipo que tuvo el mote de gabinete montessori donde cada quien hacía lo que quería, Peña Nieto prescindió de su procurador Bazbaz hasta que el escándalo lo obligó a hacerlo. Con la espectacularidad de los spots en el caso del primero y los infomerciales en el caso del segundo se presumen logros de gobierno que están lejos de representar mejoras tangibles en la vida de los ciudadanos.
El país ha pagado un alto costo en la substitución del debate de ideas por el intercambio de mensajes mediáticos sin substancia. Cada elección abre una nueva oportunidad, pero también un riesgo insoslayable. Parte de la decisión libre de millones de ciudadanos pasa por contar con la mayor información posible en un momento determinado, sin perder perspectiva de la experiencia histórica de un pasado inmediato que muchos han terminado por lamentar.
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