El director Emilio Portes, egresado del Centro de Capacitación Cinematográfica, parece inclinarse también por esa tendencia. Su opera prima, Conozca la cabeza de Juan Pérez (2008), era una desigual pero graciosa comedia situada en un circo de mala muerte; su segundo largometraje, Pastorela, podría calificarse con los mismos adjetivos.
En este caso, se trata de un concurso de pastorelas entre las diversas parroquias del Distrito Federal. En la de San Miguel de Nenepilco, la repentina muerte del párroco y su sustitución por el exorcista Edmundo Posadas (Carlos Cobos) provoca un cambio en el reparto: el papel del Diablo, usualmente desempeñado por el judicial Jesús Juárez (Joaquín Cosío) es asignado a su compadre, el ruletero Bulmaro (Eduardo España). Juárez intentará varias artimañas para recuperar el papel, como atribuirle a su compadre el reciente asesinato del subprocurador, cuya resolución se ha vuelto prioritaria para el comandante judicial (Dagoberto Gama).
Partir de un absurdo –la única motivación de toda la película es la obsesión de su protagonista por hacerla de Diablo– permite a Portes saltarse las leyes de la lógica y romper progresivamente con la línea realista de los inicios para introducir elementos fantásticos –e incluso místicos– en el desarrollo del relato.
Pero esa línea disparatada de acción está peleada, desde luego, con el rigor, por lo que el potencial humorístico de varios personajes se va desperdiciando por el camino. Así, se plantea que la muerte inicial del párroco ha sido causada por un violento coito con la monja (Ana Serradilla), quien sirve de secretaria. En una siguiente escena de fantasía, se plantea que el deseo de Bulmaro por la misma mujer lo anima a aceptar el papel de Diablo. Sin embargo, el único personaje femenino de importancia se queda cumpliendo labores decorativas; aunque planteada en principio como objeto del deseo, la monja se limita de ahí en adelante a contestar el teléfono y pasar recados. Algo similar les pasa a otros. Tampoco, por ejemplo, se aprovecha la presencia de una especie de acólito (Ernesto Yáñez), disfrazado de Dios, que apenas se sugiere podría ser el verdadero Todopoderoso.
No obstante, a Portes lo salva su buen instinto para lo humorístico, su sentido del timing y su habilidad para resolver complicadas secuencias de acción. También fundamental es la eficiencia del reparto. Joaquín Cosío confirma ser una gran presencia cómica, un duro con un lado vulnerable que lo vuelve entrañable. A su vez, Carlos Cobos interpreta a un sacerdote mientamadres, en la línea de su personaje picaresco de Las Vueltas del Citrillo (Felipe Cazals, 2006). De hecho, varios de los papeles parecen asignados por reflejo condicionado, según el cual Dagoberto Gama y José Sefami están condenados a personificar judiciales, mientras a Rubén Cristiani se le asignan figuras del clero.
Todo ese esfuerzo colectivo –aunado al esmerado trabajo del fotógrafo Damián García y el director de arte Alejandro García (sin parentesco)– no consigue que Pastorela culmine con el tono de delirio buscado. Algo le falta a las acciones climáticas, a ese combate entre judiciales disfrazados de ángeles y diablos en revuelta, para alcanzar ser una sardónica metáfora sobre la lucha entre el Bien y el Mal.
La ambición ya está. Ahora sólo falta disciplinarla.
Pastorela: D y G: Emilio Portes/ F. en C: Damián García/ M: Aldo Max Rodríguez/ Ed: Rodrigo Ríos Legaspi, Emilio Portes/ Con: Joaquín Cosío, Carlos Cobos, Eduardo España, Ernesto Yáñez, Dagoberto Gama, Ana Serradilla/ P: Las Producciones del Patrón, Fidecine, Imcine. México, 2011.
Twitter: @walyder
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