Todo parece indicar que los líderes de los partidos políticos en México hacen absolutamente todo lo que está a su alcance para destruir a sus instituciones, y con ellas debilitar aún más la sufrida democracia electoral. Basta preguntarle a casi cualquier persona fuera de la capital del país lo que opina sobre las y los candidatos elegidos por el partido por el que comúnmente vota. Excepto por algunos líderes de las élites empresariales, una buena parte de la sociedad revela una desconfianza brutal hacia los potenciales senadores, diputados y gobernadores.
Las razones no las encontraremos en los diarios denominados nacionales, sino en la prensa de cada localidad. Como nos han demostrado varios suspirantes, el envoltorio que se vende en los medios no necesariamente lleva dentro el contenido que se publicita o la ideología de sus colores.
En Michoacán, miles de personas pro-panistas se mostraron indignadas ante el dedazo presidencial de “Cocoa”; pero al igual que a los demás partidos, poco le importó al Ejecutivo la opinión de la población local, desde la capital llegan noticias del imperio para poner y quitar virreyes (y unas cuantas virreinas).
Lo mismo sucede en el caso del PRI de Quintana Roo. Una buena parte de los tricolores no salen de su indignación ante la carnicería que se da al interior del partido para imponer a Jorge González, “el Niño Verde”, quien había acordado, previa inversión económica, ir como candidato a senador en fórmula con Félix González, el ex gobernador que dejó endeudado a ese estado como nadie en la historia.
Por su parte Chucho Ortega y ahora Andrés Manuel López Obrador, han hecho una mancuerna inusitada: relanzan como senador por Quintana Roo al personaje non grato, Geg Sánchez. Gregorio, el pastor cantante, cuya vida previa a ser lanzado como político, consiste en incontables anécdotas (que podrían llenar un libro) de barecillos en La Habana, Cuba, donde este personaje que se depila todo el cuerpo y se maquilla, aceptó a Cristo en su corazón, casó con una hermosa cubana hija de un poderoso militar pro castrista y fue llevado a Quintana Roo nada menos que por Don Nassim Joaquín, el patriarca de Cozumel, titiritero de la política quintanarroense y padre del hoy presidente nacional del PRI, Pedro Joaquín Coldwell.
Cuando Greg Sánchez (lanzado por el PRD nacional contra la opinión del PRD quintanarroense) tomó protesta como alcalde de Benito Juárez (Cancún) en primera fila estaban los dos insignes priístas Joaquín Coldwell, allí mismo el pastor Gregorio, agradeció, primero que nada, a “su padrino” Don Nassim por haber confiado en él.
Para dejarlo más claro, el Virrey priísta acomodó a su candidato al PRD, debilitando a la incipiente izquierda quintanarroense como nunca en su historia. Cómplice de semejante estropicio fue Chucho Ortega, socio de varios negocios con Sánchez.
Lo demás ya se sabe, el padre de Greg Sánchez fue investigado por la PGR y la Siedo por sus antecedentes como pollero en Chiapas, y Greg acusado de complicidad en trata de personas y delitos de malversación de fondos públicos (por los que más de la mitad de gobernantes deberían de ir a prisión).
La PGR, para variar, armó un expediente débil, al vapor; hizo las pesquisas a medias y gracias al apoyo de los patriarcas del PRD nacional, Greg salió libre y volvió al sureste para reinventarse como un héroe victimado por el sistema y salvado por Dios; aunque nadie en Cancún lo vea como tal.
Hace poco más de un mes, Greg Sánchez se reunió con AMLO y de allí se dirigió a una reunión con Ricardo Salinas Pliego, en TV Azteca. El acuerdo estaba hecho: iría en fórmula para el Senado de la República y, dicho por una testigo, Greg aseguró que tiene controlado el voto de la zona norte de Quintana Roo gracias a sus huestes cristianas, a una parte del PRD que “le debe favores” y, por supuesto, a la familia Coldwell, por el momento enemistada con Félix González.
Así pues, la fórmula perfecta para ganar en todo el país en el 2012, implica imponer candidatos ajenos a la ideología y los principios del partido, con buenas alianzas entre tirios y troyanos, dispuestos a cualquier cosa por obtener poder y fuero constitucional para seguir haciendo tropelías.
Atrás, muy lejos, quedó la idea de que los partidos se fortalecieran localmente, que generaran liderazgos reales de largo plazo, que los movimientos reivindicativos surgieran de las propias comunidades que eligen quien les gobierne. Sí, parece obvio, pero es indispensable señalar a los responsables del debilitamiento de la democracia electoral. No, no son las mafias, ni sólo los grandes empresarios vituperados por muchos; son los líderes de los partidos quienes por un lado tejen alianzas sociales y por otro ignoran la opinión de sus huestes. Entonces ¿por qué vota la gente por ellos? Porque son lo que hay, son las migajas que los líderes políticos más poderosos le ofrecen a la sociedad, son las estructuras añejas que se resisten a caer, porque sus líderes hace tiempo que dejaron de valorar los verdaderos movimientos sociales y comunitarios. Porque los analistas nos siguen vendiendo el discurso maltrecho de que hay que votar para salvar a la democracia; cuando en realidad se hacen cómplices de salvar a un sistema obsoleto, uno que desintegra impulsos, que impone verticalmente, que ignora a sus electores, que reproduce la misma basura que critica.
Por eso tenemos gobernantes del PRD homofóbicos, que nunca defenderán los derechos de las mujeres, ni la igualdad. Por eso tenemos ecologistas que impulsan el ecocidio y el homicidio; priístas que se dicen socialdemócratas que celebran las desapariciones forzadas o el asesinato como instrumentos justicieros, y que avalan el diario sacrificio de los derechos humanos como pérdida colateral. Por lo mismo tenemos petistas que en lugar de defender los derechos de las y los trabajadores defienden los intereses empresariales de sus inversionistas electorales y se construyen mansiones de estilo cardenalicio.
Mientras sigamos diciendo que esto es lo que hay y habrá que conformarse, seremos cómplices de un sistema endogámico, inútil, destructivo, cada vez más autoritario, ya sea de derecha, izquierda o centro.
No, no creo que haya que destruir a las instituciones, sino rescatarlas de sus secuestradores. Quitándoles el voto, haciendo resistencia civil ante sus imposiciones, denunciando sus tropelías, evidenciando sus acuerdos por debajo de la mesa. Hasta que algún día ya no puedan seguir traicionando lo que para millones de ciudadanos y ciudadanas son principios y valores no negociables. Y sí, nos tardaremos, y sí, será difícil, pero seguir siendo cómplices de esta farsa en los treinta y dos estados de la República es inaceptable. Habrá que rehusarse a someterse a la amenaza del voto útil para evitar volver al pasado: quienes habitamos en el interior del país, vivimos en el pasado desde ya.
¿Por qué habremos de responder a un llamado a la responsabilidad pro-democrática ante líderes que son todo menos democráticos?
Twitter: @lydiacachosi
No hay comentarios.:
Publicar un comentario