Ricardo Raphael
Mienten aquellos que prometen que nuestra economía saldrá ilesa de la recesión internacional. Por un asunto de salud pública (literalmente) debería estar prohibido visitar al médico que la vez anterior diagnosticó sólo un catarrito. Fuera de nuestras fronteras una fuerte neumonía recorre los continentes. Del otro lado del Atlántico se padece ya una grave sequía en las inversiones.
Mientras en la Unión Europea quepa la posibilidad para que cada país conduzca con irresponsabilidad su respectiva política fiscal, tal como lo hizo el gobierno griego, una exagerada cautela continuará gobernando los mercados. En el Viejo Mundo no será tarea fácil resolver el problema: si los Estados europeos tardaron más de dos décadas en lograr alinear las políticas cambiaria y monetaria de sus países, no puede esperarse ahora que logren armonizar la política fiscal en un lapso breve. Es de esperarse que la incertidumbre rondará por un tiempo más aquel horizonte. Estados Unidos no se encuentra en mejor situación.
La suya es una economía que respira muy cerca de las grandes potencias y por tanto el riesgo de contagio es inminente. A esta circunstancia se suma otra tanto más grave: la polarizada relación que hoy ocurre entre republicanos y demócratas. La desconfianza política que prevalece al norte de nuestra frontera no se solucionará hasta después de las elecciones presidenciales de noviembre del año próximo. Así las cosas, los mexicanos tenemos de qué preocuparnos.
Ya se experimentó con fuerza la crisis internacional de 2008-2009 dentro de nuestro territorio. Entonces también dijeron que estábamos “blindados”, sin embargo, fuimos la economía más golpeada de Latinoamérica. No obstante, desde el gobierno se insiste otra vez con que estamos protegidos: que la estabilidad de los principales indicadores macroeconómicos y las reservas que posee el Banco de México nos aseguran salud eterna. Todavía más, se especula que la inestabilidad de los mercados internacionales terminará beneficiando a México ya que vamos a atraer inversiones importantes hacia el país.
Es por esta razón que se proyecta para el año próximo una tasa de crecimiento que sería del doble con respecto a la que hemos sostenido, en promedio, durante la última década. La experiencia previa es argumento suficiente para la duda. No se prevé que la inversión fija vaya a crecer en nuestro país, sino el monto de los capitales especulativos, es decir, de aquellas inversiones “golondrinas” que, huyendo del Viejo Continente y de otras regiones en caos, pudieran venir a México mientras las cosas mejoran en casa o se topan con otros mercados aún más estables y mejor “blindados”. Un día tendríamos que abandonar el engaño: mientras la inversión fija mexicana sea tan mediocre seremos vulnerables.
Nuestro gasto en activos fijos (fábricas, maquinaria, equipos, vivienda, inventarios, infraestructura) es alarmantemente bajo. Nos encontramos en el lugar 74 de 149 países; estamos por debajo de Kenia, Camerún, Camboya, Burundi, Gambia o el Congo (ver CIA World Factbook). El dato es sorprendente si se considera que, a pesar de ello, México es supuestamente la economía número 13 del mundo. Si nuestro país no se encuentra clasificado como un BRIC, ello se debe a la baja tasa de crecimiento que hemos sostenido durante las tres últimas décadas y, a su vez, ésta se deriva de un gasto fijo muy precario.
La talla de nuestro territorio y también la de nuestra población dan como para ser considerados dentro de ese selecto grupo, pero seguiremos condenados a la mediocridad mientras mantengamos una tasa anual de crecimiento del PIB de alrededor de 1.7. Ahora que el exterior deja de ser tierra prometida para nuestras exportaciones nos llegó la hora de apostar por el mercado interno. Así lo dicen los empresarios importantes del país, como Carlos Slim Helú, y también los precandidatos presidenciales que contenderán el año próximo.
Dicho en términos populares: tendremos esta vez que sacar nosotros mismos al buey de la barranca. No obstante, colocar el motor para el desarrollo en el mercado interno va a implicar una transformación radical de nuestro paradigma económico. Será por un lado imprescindible apostar al crecimiento de la inversión fija y, por el otro, incrementar el poder adquisitivo de los consumidores mexicanos. ¿Seremos capaces de hacer virar la nave hacia esa otra dirección? No hay todavía respuesta a esta preocupación porque la política ha dejado de servir, aquí también, para alcanzar acuerdos amplios. Estamos, como en Europa y Estados Unidos, sufriendo la era de la desconfianza y la inacción de la clase política.
Analista político
Mienten aquellos que prometen que nuestra economía saldrá ilesa de la recesión internacional. Por un asunto de salud pública (literalmente) debería estar prohibido visitar al médico que la vez anterior diagnosticó sólo un catarrito. Fuera de nuestras fronteras una fuerte neumonía recorre los continentes. Del otro lado del Atlántico se padece ya una grave sequía en las inversiones.
Mientras en la Unión Europea quepa la posibilidad para que cada país conduzca con irresponsabilidad su respectiva política fiscal, tal como lo hizo el gobierno griego, una exagerada cautela continuará gobernando los mercados. En el Viejo Mundo no será tarea fácil resolver el problema: si los Estados europeos tardaron más de dos décadas en lograr alinear las políticas cambiaria y monetaria de sus países, no puede esperarse ahora que logren armonizar la política fiscal en un lapso breve. Es de esperarse que la incertidumbre rondará por un tiempo más aquel horizonte. Estados Unidos no se encuentra en mejor situación.
La suya es una economía que respira muy cerca de las grandes potencias y por tanto el riesgo de contagio es inminente. A esta circunstancia se suma otra tanto más grave: la polarizada relación que hoy ocurre entre republicanos y demócratas. La desconfianza política que prevalece al norte de nuestra frontera no se solucionará hasta después de las elecciones presidenciales de noviembre del año próximo. Así las cosas, los mexicanos tenemos de qué preocuparnos.
Ya se experimentó con fuerza la crisis internacional de 2008-2009 dentro de nuestro territorio. Entonces también dijeron que estábamos “blindados”, sin embargo, fuimos la economía más golpeada de Latinoamérica. No obstante, desde el gobierno se insiste otra vez con que estamos protegidos: que la estabilidad de los principales indicadores macroeconómicos y las reservas que posee el Banco de México nos aseguran salud eterna. Todavía más, se especula que la inestabilidad de los mercados internacionales terminará beneficiando a México ya que vamos a atraer inversiones importantes hacia el país.
Es por esta razón que se proyecta para el año próximo una tasa de crecimiento que sería del doble con respecto a la que hemos sostenido, en promedio, durante la última década. La experiencia previa es argumento suficiente para la duda. No se prevé que la inversión fija vaya a crecer en nuestro país, sino el monto de los capitales especulativos, es decir, de aquellas inversiones “golondrinas” que, huyendo del Viejo Continente y de otras regiones en caos, pudieran venir a México mientras las cosas mejoran en casa o se topan con otros mercados aún más estables y mejor “blindados”. Un día tendríamos que abandonar el engaño: mientras la inversión fija mexicana sea tan mediocre seremos vulnerables.
Nuestro gasto en activos fijos (fábricas, maquinaria, equipos, vivienda, inventarios, infraestructura) es alarmantemente bajo. Nos encontramos en el lugar 74 de 149 países; estamos por debajo de Kenia, Camerún, Camboya, Burundi, Gambia o el Congo (ver CIA World Factbook). El dato es sorprendente si se considera que, a pesar de ello, México es supuestamente la economía número 13 del mundo. Si nuestro país no se encuentra clasificado como un BRIC, ello se debe a la baja tasa de crecimiento que hemos sostenido durante las tres últimas décadas y, a su vez, ésta se deriva de un gasto fijo muy precario.
La talla de nuestro territorio y también la de nuestra población dan como para ser considerados dentro de ese selecto grupo, pero seguiremos condenados a la mediocridad mientras mantengamos una tasa anual de crecimiento del PIB de alrededor de 1.7. Ahora que el exterior deja de ser tierra prometida para nuestras exportaciones nos llegó la hora de apostar por el mercado interno. Así lo dicen los empresarios importantes del país, como Carlos Slim Helú, y también los precandidatos presidenciales que contenderán el año próximo.
Dicho en términos populares: tendremos esta vez que sacar nosotros mismos al buey de la barranca. No obstante, colocar el motor para el desarrollo en el mercado interno va a implicar una transformación radical de nuestro paradigma económico. Será por un lado imprescindible apostar al crecimiento de la inversión fija y, por el otro, incrementar el poder adquisitivo de los consumidores mexicanos. ¿Seremos capaces de hacer virar la nave hacia esa otra dirección? No hay todavía respuesta a esta preocupación porque la política ha dejado de servir, aquí también, para alcanzar acuerdos amplios. Estamos, como en Europa y Estados Unidos, sufriendo la era de la desconfianza y la inacción de la clase política.
Analista político
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