Es innegable que uno de los principales atributos de un estadista es su cabal conocimiento de la realidad. La toma de decisiones que le competen exige tal conocimiento, a efecto de que sean las idóneas y tengan los resultados que se esperan. Sin conocer la realidad es impensable contar con diagnósticos correctos que permitan enfrentar los problemas, esto es lo que sucede actualmente en México, pues resulta por demás obvio que Felipe Calderón desconoce absolutamente la realidad de nuestro país, como lo patentiza su estilo personal de “gobernar”.
En cinco años no conoció lo que es nuestra nación, no obstante los múltiples recorridos por su territorio. Es claro entonces que sólo se dedicó, en el mejor de los casos, a vigilar que los negocios de sus patrocinadores caminaran con vientos favorables. Es válido tal argumento porque cada vez que hay algún problema que lo rebasa y que es dado a conocer en el extranjero, como el de que la DEA ha estado “lavando” dinero del narcotráfico desde hace varios lustros, aclaran él y sus voceros que desconocían tal situación denunciada. Lo mismo ocurrió cuando el caso de la introducción ilegal de armas a México, mediante el operativo de una agencia de seguridad estadounidense, que se denominó “Rápido y furioso”.
Si de veras desconocía esos asuntos lesivos a lo poco que queda de la soberanía nacional, qué lamentable, porque estaría demostrando la incapacidad de su “gobierno” para ejercer tareas básicas de seguridad nacional. Lo mismo en el caso de que aun sabiéndolo no haya querido actuar, o no haya podido hacerlo, en defensa de los intereses patrios. Alejandra Sota, vocera presidencial, entrevistada por el programa “Al Punto” de la cadena Univisión en Washington, negó que el gobierno mexicano tuviera conocimiento de la operación de “lavado” de dólares por agentes de la DEA, en cambio si lo supo el periódico “The New York Times” y lo dio a conocer en un amplio reportaje.
Según la señora Sota, “definitivamente es algo que se tiene que investigar”. Es obvio, cabría concluir, que las indagatorias a ese respecto se alargarán el resto del malhadado sexenio más triste y vergonzoso de la historia contemporánea de México. No habrá nada definitivo, y si acaso hay conclusión será una nota del “gobierno” mexicano pidiendo perdón a la Casa Blanca por las molestias que se le ocasionan, como así lo ha hecho la Secretaría de Relaciones Exteriores en ocasiones anteriores. No hay en el subcontinente latinoamericano otro ejemplo más claro de indignidad y servilismo ante el gobierno de Washington.
Es oportuno señalar que defender los intereses nacionales no implica estar peleando con la Casa Blanca, sino actuar con estricto apego al derecho internacional, como durante décadas lo estuvieron haciendo los gobiernos priístas, hasta el sexenio de Gustavo Díaz Ordaz, cuando la política exterior mexicana dejó de ser vista como ejemplar y como un paradigma a seguir por las naciones en vías de desarrollo. En su proverbial pragmatismo, la clase política estadounidense actúa conforme a las circunstancias que encuentra en el mundo. Si hay condiciones para entrar hasta la cocina en los países que le interesan, se mete. No lo hace si las condiciones no son propicias, sino hasta que lo son, ya sea porque la CIA las crea o porque los políticos criollos se prestan a colaborar mediante arreglos muy concretos.
Los arreglos que dejará Calderón con el gobierno de Obama, tendrán que ser muy bien revisados y anulados con apego a nuestro derecho de nación soberana. ¿Cuándo se ha visto que la Casa Blanca pretenda meterse en los asuntos que sólo competen al gobierno canadiense? No lo hacen porque éste se da a respetar, independientemente de la cuestión étnica o de los vínculos comerciales. Cuba misma es un señero ejemplo de dignidad y firmeza para defender principios, el cual debería seguirse en México, no desde luego por la extrema derecha en el poder actualmente, sino cuando sea recobrada la soberanía del pueblo sobre las instituciones.
El PRI le está apostando a la continuidad de los arreglos de Calderón con la Casa Blanca, y confía en esto para regresar a Los Pinos. Con todo, vale decir que es una mala apuesta, pues ni a la clase política estadounidense le conviene la instauración del fascismo en México. No, porque se crearía un estado de cosas que afectaría de manera irreparable la gobernabilidad, y se daría entrada a un sistema muy peligroso para el planeta, debido a la importancia geoestratégica de la república mexicana. Y es obvio que las condiciones del mundo “no están para bollos”, con graves focos rojos en varias partes, agravados por el Apocalipsis de la economía mundial.
De ahí que cada día se compruebe más lo riesgoso que sería que Enrique Peña Nieto llegara a Los Pinos, pues su “proyecto” no es otro que el mismo de Calderón, aunque se le hagan todo tipo de maquillajes. Lo que urge, es que México avance en la conformación de una democracia real, pues así se evitarían los estadounidenses un foco rojo más al sur de su extensa frontera con nuestro país.
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