Otramérica
La caravana de madres centroamericanas en busca de sus hijos migrantes
desaparecidos en México está en sus últimos días. Esta es una crónica
sentida, cercana y emocionante de la digna lucha, de la imprescindible
búsqueda de las mujeres de Liberando la Esperanza.
Pocos
días en el camino compartiendo esta ruta pero la impresión no cambia.
Ni el pensamiento. Estas mujeres son de fuego, ese mismo que te abraza,
te da calor y rebasa los límites de la fuerza. ¿Qué de quiénes hablo?
de las 38 madres centroamericanas que llevan algo más de 15 días viajando desde sus países de origen para recorrer gran parte de México con el objetivo de buscar a sus hijas e hijos y demandar a las autoridades un mayor compromiso en el rastreo para localizarlos.
Un par de ellas asisten a esta caravana por segunda ocasión, pero para la mayoría es la primera en la que participan; incluso para casi todas es la primera ocasión que salen de sus comunidades y de sus países de origen. El objetivo: respirar con mayor tranquilidad y vivir el día a día con mayor alegría, para que el hueco que existe en su corazón logré paz y descanso encontrando a las personas que están ausentes pero sólo de manera física, no de sus memorias y recuerdos.
Desde la Centroamérica empobrecida y violentada suman sus esfuerzos, encuentran sus miradas con otras madres, pues saben que también son portadoras de las voces de muchas otras que se encuentran en la misma situación, y es que bien dicen varias en sus testimonios: “Aunque tenga 14 hijos, el hueco que deja uno no lo logra llenar ninguno”, frase que sólo una madre en una situación similar puede sentir como ninguna otra por más empatía que se intente tener. ¿Pero que pasa para que haya tantas personas desaparecidas [la cifra desde las 24.000 documentadas a las 70.000 estimadas por el Movimiento Migrante Mesoamericano (MMM)]? Para empezar la pregunta es más profunda, parte desde las raíces mismas y hay demasiados factores y actores involucrados para esta realidad que sobrepasa cualquier imaginación, más allá de una novela de horror y que enmudece al saber que no está escrita sólo en hojas sino que es parte del cotidiano que se entremezcla con una necesidad profunda de sobrevivir.
Nicaragua, Honduras, El Salvador y Guatemala son los cuatro contingentes que integran esta caravana que se autodenomina Liberando la Esperanza y que bajo la coordinación del MMM han andado haciendo camino en un plan de ruta al interior de México con una agenda de veinte días en el que pisan, manifiestan, denuncian, se encuentran con colectivos, organizaciones sociales y civiles y autoridades para exigir lo que toda madre que tiene un familiar o hijo desaparecido hace o haría: la presentación con vida del mismo. Lo hacen en chanclas, sin calcetines (incluso en climas fríos), con sus “trapos sencillos pa’ cubrirse”, porque su mera presencia narra lo que su contexto más cercano implica: pobreza, marginación, humildad. Marta, María, Mercedes son tan solo algunas de las que vienen con la esperanza de encontrar en cada rostro que miran a su hija o hijo, de escuchar alguna pista que les permita seguir manteniendo la fe; una idea que manifiestan a cada momento, “sin esta no se podría seguir”.
Unas llevan más de 15 o 20 años sin saber de sus ausentes, sin recibir una carta, un mensaje o una foto. El inmenso espacio del tiempo hace interminable la vida, pueden pasar más años pero ellas, todas, tienen los recuerdos sumamente frescos. Recuerdan las razones por las que sus hijos/as marcharon, qué les gustaba, cómo reían; saben que la pobreza no es normal, su reflexión es que las autoridades deben cumplir con la obligación de apoyarlas y ejercer lo que por cargo les corresponde: justicia y castigo a quienes atentaron en caso de secuestro contra sus seres queridos. En algunos de los traslados más cortos charlan entre ellas, ya llevan tanto en común en la vida, se conocen desde hace tiempo pero en otros casos se encuentran con que desde otras partes de Centroamérica también viajan otras madres y que esta vivencia no tiene fronteras pero sí un espacio geográfico al que se remite, un sitio: México.
Blanca, Elmer, José, Óscar, son los nombres de los hijos que salieron de sus comunidades para buscar un mejor porvenir, una vida digna para ellas y los otros, para los otros y para ellos, cargados de sueños, de temores y deseos; con unos cuantos pesos emprendieron un camino que no sabían hacia donde les llevaría; sin embargo, inconcluso, porque algo o alguien no se lo permitieron. En varios de los eventos que se organizan en torno a su visita, la declaración es frecuente, principalmente para quienes han entregado su corazón, su alma, su lucha y hermanan esfuerzos, Marta Sánchez Soler, representante del Movimiento Migrante Mesoamericano dice: “México es un gran cementerio, las personas migrantes en estos últimos años ni siquiera forman parte de los “daños colaterales”, también quieren invisibilizarlos en estas listas interminables y hablamos de sesenta mil personas”.
Otra integrante del movimiento, Elvira Arellano, acompaña el paso de las madres en cada marcha y grita “¡los inmigrantes no son ilegales, somos trabajadores internacionales!”, “¡vivos se vinieron vivos los queremos!”. Figura representativa de la defensa de los migrantes centroamericanos, Elvira de tamaño pequeño y ojos rasgados toma el megáfono y grita las consignas que musicalizan las acciones, comenta en la plaza central de Tlaxcala el pasado martes 24 de octubre: “Nosotros como sociedad civil en los últimos años hemos logrado que se reencuentren varias personas, siguiendo pistas diferentes, con nuestros escasos recursos por el contrario las autoridades si tuvieran mayor disposición política lograrían grandes cambios, nosotros en 8 años hemos encontrado a 67 personas que se encontraban desaparecidas”.
Ana, de Honduras, recuerda cómo insistió para que su hijo Óscar no se fuera: “Le decía que me pidiera lo que quisiera con tal de que no se fuera, el es mi amor, mi único hijo”. Ella como madre llegó a medidas más contundentes y al ver que su esposo no respondía ni acompañaba su desesperada búsqueda y sí en cambio le anulaba las posibilidades, decidió separarse de él y desde eso no deja ni un solo día de ver la forma en que pueda dar con Óscar, el último contacto que tuvo fue en Jalisco y él le comentó que se iría a Puerto Vallarta porque ahí las cosas estaban mejor, no supo más de él.
Cada una de las historias de estas madres conmueven, duelen, enchinan la piel y crean una sensación de vacío, de que las cosas no van bien, que se están saliendo realmente fuera de control y que la justicia esta muy lejos de ser una palabra fiel a su significado. En algunos de los espacios en donde se topan con jóvenes que intentan seguir transitando por el país, algunas de ellas se acercan, les sugieren que se cuiden, que se comuniquen con sus familias, les aconsejan que no tiene sentido irse, una de ellas bendice a uno junto a las vías minutos antes de que marche hacia el siguiente punto. Él hombre llora, la abraza, lleva su frente al rostro de ella y solloza, Carmen lo bendice y ella llora, le recuerda a su hijo.
Tierra Blanca quedó atrás después de un glorioso encuentro de María Teodora Ñaméndiz con su hijo Francisco Cordero Ñaméndiz. A la señora Teodora se le llama de forma cariñosa en la caravana “Doña Teo”, tenían 32 años de no verse y 27 de haber perdido el contacto, con tan sólo mirarse ambos comenzaron a llorar y se abrazaron por un largo rato, ella se retiró el retrato que colgaba de su cuello, lo había encontrado. Estos reencuentros entristecen por un momento al resto de las madres, porque cada una quisiera ser ella, sin embargo trae más esperanzas y eso las mantiene vivas, les da fuerza y energía para seguir luchando porque saben que el día de mañana también pueden ser ellas.
La caravana sigue dejando un halo de esperanza en cada lugar, en cada corazón de cada madre que vive en carne propia lo que es tener una hija o un hijo desaparecido, ausente y es que la carga de no saber en donde se está, que simplemente se desvaneció no es una respuesta que ofrezca certezas, pero si muchos dolores, incertidumbres, tristezas, una familia rota, una comunidad disminuida porque sus integrantes se van y algunos no regresan, otros sencillamente desaparecen sin dejar rastro, sin dejar huella. ¿Acaso nos recuerda algo similar?, ¿es una memoria colectiva de muchos países que componen este continente americano y que no encuentra un lugar llamado vergüenza?, ¿desaparición, secuestro, extorsión, asesinato? Aunque suene crudo, fuerte, no hay más palabras para mencionarlos, viene manchada de sangre y no termina ni promete hacerlo.
¿De quién depende?, ¿cómo frenarlo?, son algunas de las preguntas que rondan frente a cada injusticia. Lo que bien es cierto es que son cientos de vidas humanas a diario que emprenden este largo viaje que no solo debería relacionarse con la Bestia, porque esta es terrible pero el escenario es escalofriante con demonios que solían llamarse personas; sin embargo no todo es oscuridad también existen aquéllos seres humanos que nos recuerdan que no todo esta perdido y que como cita la canción de la Negra Sosa, vienen a ofrecer su corazón: Elvira, Marta, Rúben, Irineo, Fray Tomás, estás valerosas madres entre muchos más también son dignos de reconocerse pues con ellos debemos de inspirarnos nosotros para creer que este mundo si puede cambiar y que merece la apuesta y la vida en ello.
Fuente: http://otramerica.com/radar/madres-centroamerica-buscan-sus-hijos-mexico-caravana/2546
Un par de ellas asisten a esta caravana por segunda ocasión, pero para la mayoría es la primera en la que participan; incluso para casi todas es la primera ocasión que salen de sus comunidades y de sus países de origen. El objetivo: respirar con mayor tranquilidad y vivir el día a día con mayor alegría, para que el hueco que existe en su corazón logré paz y descanso encontrando a las personas que están ausentes pero sólo de manera física, no de sus memorias y recuerdos.
Desde la Centroamérica empobrecida y violentada suman sus esfuerzos, encuentran sus miradas con otras madres, pues saben que también son portadoras de las voces de muchas otras que se encuentran en la misma situación, y es que bien dicen varias en sus testimonios: “Aunque tenga 14 hijos, el hueco que deja uno no lo logra llenar ninguno”, frase que sólo una madre en una situación similar puede sentir como ninguna otra por más empatía que se intente tener. ¿Pero que pasa para que haya tantas personas desaparecidas [la cifra desde las 24.000 documentadas a las 70.000 estimadas por el Movimiento Migrante Mesoamericano (MMM)]? Para empezar la pregunta es más profunda, parte desde las raíces mismas y hay demasiados factores y actores involucrados para esta realidad que sobrepasa cualquier imaginación, más allá de una novela de horror y que enmudece al saber que no está escrita sólo en hojas sino que es parte del cotidiano que se entremezcla con una necesidad profunda de sobrevivir.
Nicaragua, Honduras, El Salvador y Guatemala son los cuatro contingentes que integran esta caravana que se autodenomina Liberando la Esperanza y que bajo la coordinación del MMM han andado haciendo camino en un plan de ruta al interior de México con una agenda de veinte días en el que pisan, manifiestan, denuncian, se encuentran con colectivos, organizaciones sociales y civiles y autoridades para exigir lo que toda madre que tiene un familiar o hijo desaparecido hace o haría: la presentación con vida del mismo. Lo hacen en chanclas, sin calcetines (incluso en climas fríos), con sus “trapos sencillos pa’ cubrirse”, porque su mera presencia narra lo que su contexto más cercano implica: pobreza, marginación, humildad. Marta, María, Mercedes son tan solo algunas de las que vienen con la esperanza de encontrar en cada rostro que miran a su hija o hijo, de escuchar alguna pista que les permita seguir manteniendo la fe; una idea que manifiestan a cada momento, “sin esta no se podría seguir”.
Unas llevan más de 15 o 20 años sin saber de sus ausentes, sin recibir una carta, un mensaje o una foto. El inmenso espacio del tiempo hace interminable la vida, pueden pasar más años pero ellas, todas, tienen los recuerdos sumamente frescos. Recuerdan las razones por las que sus hijos/as marcharon, qué les gustaba, cómo reían; saben que la pobreza no es normal, su reflexión es que las autoridades deben cumplir con la obligación de apoyarlas y ejercer lo que por cargo les corresponde: justicia y castigo a quienes atentaron en caso de secuestro contra sus seres queridos. En algunos de los traslados más cortos charlan entre ellas, ya llevan tanto en común en la vida, se conocen desde hace tiempo pero en otros casos se encuentran con que desde otras partes de Centroamérica también viajan otras madres y que esta vivencia no tiene fronteras pero sí un espacio geográfico al que se remite, un sitio: México.
Blanca, Elmer, José, Óscar, son los nombres de los hijos que salieron de sus comunidades para buscar un mejor porvenir, una vida digna para ellas y los otros, para los otros y para ellos, cargados de sueños, de temores y deseos; con unos cuantos pesos emprendieron un camino que no sabían hacia donde les llevaría; sin embargo, inconcluso, porque algo o alguien no se lo permitieron. En varios de los eventos que se organizan en torno a su visita, la declaración es frecuente, principalmente para quienes han entregado su corazón, su alma, su lucha y hermanan esfuerzos, Marta Sánchez Soler, representante del Movimiento Migrante Mesoamericano dice: “México es un gran cementerio, las personas migrantes en estos últimos años ni siquiera forman parte de los “daños colaterales”, también quieren invisibilizarlos en estas listas interminables y hablamos de sesenta mil personas”.
Otra integrante del movimiento, Elvira Arellano, acompaña el paso de las madres en cada marcha y grita “¡los inmigrantes no son ilegales, somos trabajadores internacionales!”, “¡vivos se vinieron vivos los queremos!”. Figura representativa de la defensa de los migrantes centroamericanos, Elvira de tamaño pequeño y ojos rasgados toma el megáfono y grita las consignas que musicalizan las acciones, comenta en la plaza central de Tlaxcala el pasado martes 24 de octubre: “Nosotros como sociedad civil en los últimos años hemos logrado que se reencuentren varias personas, siguiendo pistas diferentes, con nuestros escasos recursos por el contrario las autoridades si tuvieran mayor disposición política lograrían grandes cambios, nosotros en 8 años hemos encontrado a 67 personas que se encontraban desaparecidas”.
Ana, de Honduras, recuerda cómo insistió para que su hijo Óscar no se fuera: “Le decía que me pidiera lo que quisiera con tal de que no se fuera, el es mi amor, mi único hijo”. Ella como madre llegó a medidas más contundentes y al ver que su esposo no respondía ni acompañaba su desesperada búsqueda y sí en cambio le anulaba las posibilidades, decidió separarse de él y desde eso no deja ni un solo día de ver la forma en que pueda dar con Óscar, el último contacto que tuvo fue en Jalisco y él le comentó que se iría a Puerto Vallarta porque ahí las cosas estaban mejor, no supo más de él.
Cada una de las historias de estas madres conmueven, duelen, enchinan la piel y crean una sensación de vacío, de que las cosas no van bien, que se están saliendo realmente fuera de control y que la justicia esta muy lejos de ser una palabra fiel a su significado. En algunos de los espacios en donde se topan con jóvenes que intentan seguir transitando por el país, algunas de ellas se acercan, les sugieren que se cuiden, que se comuniquen con sus familias, les aconsejan que no tiene sentido irse, una de ellas bendice a uno junto a las vías minutos antes de que marche hacia el siguiente punto. Él hombre llora, la abraza, lleva su frente al rostro de ella y solloza, Carmen lo bendice y ella llora, le recuerda a su hijo.
Tierra Blanca quedó atrás después de un glorioso encuentro de María Teodora Ñaméndiz con su hijo Francisco Cordero Ñaméndiz. A la señora Teodora se le llama de forma cariñosa en la caravana “Doña Teo”, tenían 32 años de no verse y 27 de haber perdido el contacto, con tan sólo mirarse ambos comenzaron a llorar y se abrazaron por un largo rato, ella se retiró el retrato que colgaba de su cuello, lo había encontrado. Estos reencuentros entristecen por un momento al resto de las madres, porque cada una quisiera ser ella, sin embargo trae más esperanzas y eso las mantiene vivas, les da fuerza y energía para seguir luchando porque saben que el día de mañana también pueden ser ellas.
La caravana sigue dejando un halo de esperanza en cada lugar, en cada corazón de cada madre que vive en carne propia lo que es tener una hija o un hijo desaparecido, ausente y es que la carga de no saber en donde se está, que simplemente se desvaneció no es una respuesta que ofrezca certezas, pero si muchos dolores, incertidumbres, tristezas, una familia rota, una comunidad disminuida porque sus integrantes se van y algunos no regresan, otros sencillamente desaparecen sin dejar rastro, sin dejar huella. ¿Acaso nos recuerda algo similar?, ¿es una memoria colectiva de muchos países que componen este continente americano y que no encuentra un lugar llamado vergüenza?, ¿desaparición, secuestro, extorsión, asesinato? Aunque suene crudo, fuerte, no hay más palabras para mencionarlos, viene manchada de sangre y no termina ni promete hacerlo.
¿De quién depende?, ¿cómo frenarlo?, son algunas de las preguntas que rondan frente a cada injusticia. Lo que bien es cierto es que son cientos de vidas humanas a diario que emprenden este largo viaje que no solo debería relacionarse con la Bestia, porque esta es terrible pero el escenario es escalofriante con demonios que solían llamarse personas; sin embargo no todo es oscuridad también existen aquéllos seres humanos que nos recuerdan que no todo esta perdido y que como cita la canción de la Negra Sosa, vienen a ofrecer su corazón: Elvira, Marta, Rúben, Irineo, Fray Tomás, estás valerosas madres entre muchos más también son dignos de reconocerse pues con ellos debemos de inspirarnos nosotros para creer que este mundo si puede cambiar y que merece la apuesta y la vida en ello.
Fuente: http://otramerica.com/radar/madres-centroamerica-buscan-sus-hijos-mexico-caravana/2546
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