Detrás de la noticia
Ya
es ineludible el clamor popular e intelectual en contra del adefesio
urbano representado por la estatua de Heydar Aliyev, a quien muchos
aclaman en Azerbaiyán como el fundador de esa nueva república antes
soviética y ahora una próspera nación petrolera. Aunque para otros se
trate de un libertador devenido en tirano peliculesco, una versión
caucásica del Sultán de Brunei —ése al que sus súbditos le regalan cada
año su peso en oro y piedras preciosas— con sus propios y ridículos
excesos en materia de culto a la personalidad. Un héroe convertido en
sátrapa, que ha pisoteado los derechos humanos y acallado a los medios
de comunicación so pretexto de una estabilidad impuesta desde el poder
y las armas. Y que, para que no quede la menor duda, se ha visto en la
imperiosa necesidad de sacrificarse e imponer a su hijo en el gobierno.
Es
probable que, a estas alturas, algunos de ustedes se pregunten o más
bien me pregunten ¿a nosotros qué rayos nos interesa la polémica sobre
una estatua de un señor extraño cuya república esta al otro lado del
mundo, a unos 12 mil kilómetros de distancia? Y, pues sí, tendrían
razón: salvo por el hecho de que la mentada —en todos sentidos— estatua
está aquí en plena ciudad de México, y para mayor abundamiento, en la
más bella y señorial de nuestras avenidas que es Reforma, y en la zona
más exclusiva del bosque de Chapultepec. ¿Cómo la ven? Digo, si es que
la han visto. Nada más para que se den una idea, está todavía más mal
hecha que la de mi querido e inolvidable Luis Donaldo Colosio. En
Reforma y Tolstoi, por si lo dudan tantito.
Pero
el asunto no termina ahí. Lo que pasa es que ahora se han ido corriendo
los velos del misterio de por qué el gobierno del DF decidió colocar
ahí tan absurdo, pesado y ajeno mamotreto. Pues resulta que el nuevo
rico gobierno de Azerbaiyán le hizo un donativo de mas de 60 millones
de pesos para rehabilitar ese pedazo de bosque y colocar el recuerdo
pétreo de su dictador, nada más durante 95 añitos, según reza el
contrato. En pocas palabras: ¡la ciudad en remate y al mejor postor! De
cualquier modo el daño está hecho. Pero no es irreparable. Por ello el
clamor cuasi unánime para el todavía jefe Ebrard: “Marcelo, tira eso”.
Y
para que la cosa sea pareja, también habría que decir: “Enrique, tumba
esa porquería”, refiriéndonos a la infamia llamada burlonamente Estela
de Luz. Ese monumento a la corrupción, a la ignominia y a la voracidad
de los gobiernos contra sus gobernados. Yo digo que, ya encarrerados,
debiéramos emplear el mismo equipo de demolición para los dos
esperpentos. Y estoy seguro de que Enrique Peña Nieto tendrá un enorme
reconocimiento de todos los capitalinos si ordena la desaparición de
esa gran estafa que debía haber costado 497 millones de pesos y terminó
chupándose mil 35 millones de pesos que jamás podrán justificarse. La
misma que nunca estuvo a tiempo para lo que se la construyó, el
Bicentenario, y que de tan vergonzante fue inaugurada por Felipe
Calderón prácticamente a escondidas un sábado por la noche.
Sé
que algunos dirán que es un disparate proponer su derrumbe precisamente
por el dinero que ya se gastó en ella. A cambio, tengo varias
preguntas: ¿alguien podría decirme de qué le sirve a la ciudad y a sus
habitantes esa bazofia? ¿Es justo que siga provocándonos entripados a
los cientos de miles que estamos obligados a verla todos los días? ¿Se
trata de recordar a fuerza los dos gobiernos de la docena trágica? ¿Por
qué nos quieren restregar cada día que nos vieron la cara de ya saben
qué? ¿Qué pecado colectivo cometimos los defeños para merecer tal
castigo?
Además,
estéticamente es una piltrafa: si se le ve con el fondo de la Torre
Mayor parece un palillo ridículo; si, desde la perspectiva del Ángel,
un poste sin ton ni son y descuadrado. Recuerdo que en París los
constructores del Arco de la Defensa, a las afueras, tuvieron que
comprar terrenos adicionales para ubicarlo en isóptica perfecta con el
Arco del Triunfo, a pesar de los kilómetros de distancia. Ojalá en
estos dos casos —si Marcelo no se decide— Miguel Ángel y Enrique nos
hagan sentir que, en este país, las cosas pueden ser diferentes.
RicardoRocha_Mx
Periodista
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