Al aparecer el término Wonderland
en los espectaculares del Museo de Arte Moderno (MAM), pensé que se
trataba de otra exposición, no la de las mujeres surrealistas en México
y Estados Unidos iniciada en Los Ángeles y posteriormente en Quebec, de
la que teníamos noticias. Ese título me parece un desatino y lo digo
con todo respeto a las dos principales curadoras: Ilene Susan Frost
(LACMA) y Tere Arcq (MAM). Por taquillero que sea, no viene al caso
traer a colación al dean de Christ Church: Charles Lutwidge
Dodgson (Lewis Carroll), como piedra de toque analogando el contenido a
las aventuras ensoñadas de su heroína inspiradora Alice Liddell, pues
el imaginario de Alicia tanto in Wonderland, como en a través del espejo configura en sí una iconografía específica que podría dar lugar una vez más a una muestra ex profeso.
Las piezas reunidas para esta exposición pueden tener uno que otro
rasgo de Carroll, como sucede con el mediano y muy consabido cuadro The Tea Party, de
Sylvia Fein, que contrasta con la excelencia de otras piezas tanto de
México como de Estados Unidos, entre las que están las de Dorotea
Tanning, Kay Sage y Lee Miller, que son las artistas del país vecino
más conocidas entre nosotros dentro de la vena surrealista,
equiparables a estrellas como Remedios Varo, Leonora Carrington, Kati
Horna y María Izquierdo, y por supuesto Frida Kahlo, todas bien
representadas.Volverlas a ver esta vez juntas es una experiencia no sólo
de género, sino también hermenéutica que nadie debería perderse. Sorprende que la más publicitada sea Rosa Rolanda, la esposa del Chamaco Covarrubias, cuya inclusión puede sorprender en este contexto, salvo por el hecho de que practicó la fotografía sin cámara.
Referirse a Lewis Carroll involucraría cuestiones lingüísticas, lógicas, matemáticas, nominalistas y fotográficas influyentes en muchos campos, hasta en Wittgenstein o James Joyce, por ejemplo.
La exposición es no sólo atractiva sino elucidadora, sobre todo en el terreno de la fotografía, rubro que causa no pocas sorpresas y que contiene, creo, piezas que guardan una relevancia absoluta en cualquier contexto, sobre todo si tenemos en cuenta que la época que corresponde al grueso de la selección, no ofrece una frontera precisa entre lo que se hacía bajo inspiración surreal y lo que ocurría en otros contextos. Consideremos v.gr. que Lee Miller, mujer bellísima quien fue modelo de Vogue, estudió con Man Ray, y más tarde se casó con Roland Penrose, crítico de arte y artista británico que, como ella, asiduamente ilustró a Picasso.
De
Miller es una de las tomas más sencillas a primera vista: sobre una
mesa de bistro con dos platos correctamente colocados sobre sendos
individuales de tela, aparecen con sus cubiertos elegantemente
dispuestos
cual debe ser. Los platos contienen lo que se percibe como filetes estofados. Escena común y corriente captada con delicia fotográfica y hasta culinaria. Al leer la ficha sobreviene la sorpresa y la tónica de horror caníbal. Lo que hay en los platos es dos senos amputados, debido a una mastectomía radical, que Miller conservó (a saber mediante que procedimiento) y luego cuidadosamente montó. La cédula da cuenta de eso, el espectador se acerca a la fotografía porque la encuentra deleitosa, perfectamente iluminada y encuadrada. El surrealismo está en la explicación de Miller que se proporciona.
A Kati Horna, una de las más importantes fotógrafas republicanas de
la Guerra Civil española nos la apropiamos totalmente y le deparamos
veneración, por cierto que desde mi punto de vista ella influyó en
Leonora Carrington y hasta en Remedios Varo, pero independientemente de
eso, como artista y maestra es una de las grandes figuras en cualquier
medio. Los ejemplares exhibidos de una de sus series se analogan en
1936 a tomas de su colega Ruth Bernhardt, también con el tema de las
muñecas, esos simulacros filiales con los que jugamos las niñas de
tiempos anteriores a Barbie, y puedo decir que efectivamente
podían producir terror, sobre todo si se contaba con alguna de
porcelana heredada de nuestras abuelas. La muñeca puede ser tema de
horror, como lo mostró Hoffman en su cuento El arenero y lo reiteró Carlos Fuentes.
La pieza fotográfica que quizá llama más la atención, bella y ambigua, es impactante: se titula En la caja
y es de Bernhardt. En una caja de cartón, como las de zapatos, pero muy
alargada, yace una mujer desnuda con ambas piernas flexionadas para
caber en ella. Su brazo visible que rodea su cabeza, al salir fuera de
ese contenedor, al abrazar la caja, le confiere vida. Pero igual es
iremisiblemente una especie de ataúd. Desata asociaciones que van desde
las mujeres victimadas en Juárez y otros sitios, hasta el Cristo de
Holbein. Otras piezas fotográficas elegidas e inolvidables son las de
Lola Álvarez Bravo.
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