Jazz
Antonio Malacara
Yo
tenía que dar una plática el mediodía del lunes en algún salón de Expo
Guadalajara (gigantescas instalaciones donde año tras año se celebra la
Feria Internacional del Libro), pero desde la mañana del domingo 4 me
lancé a hurgar en el Encuentro Internacional de Jazz en Jalisco y nomás
no me di abasto. Eran demasiadas actividades simultáneas, era demasiada
la terquedad del tiempo y tenías que elegir dónde estacionarte.
Entre la resignación y el morbo, me metí al Salón Eugenio Toussaint para ver qué decían en la mesa Gestión cultural desde la función pública.
La Secretaría de Cultura de Jalisco (patrocinadora central del evento)
mandó en su representación a un cantinfleante Diego Escobar, quien
descubrió que
hay que establecer mecanismos, asegurando que
mucha gente sólo se acerca para pedir dinero; minutos después un chavo del público le decía:
¿Sólo queremos que nos des dinero? Ni que fuera tuyo. Otro panelista, el diputado Luis Armando Córdoba, recobró la sensatez afirmando que las políticas culturales ya no deben establecerse desde un escritorio, que se necesita dialogar con la comunidad para poder construirlas.
Abajo, hubo quien ofrecía un museo ambulante del mariachi, alguien
más confesaba que no sabía cómo presentar un proyecto y pedía ayuda,
desde atrás una voz llamaba a la unión y la solidaridad de los
jazzistas de Guadalajara y de todo el país. Finalmente, Arturo Saucedo,
asesor parlamentario, dio esperanzas y datos duros a los asistentes,
apuntando que el ejercicio artístico y cultural produce el 8% del
producto interno bruto en el país, que estaban trabajando para
apuntalar estos quehaceres y que los resultados se iban a multiplicar.
A las siete de la tarde iniciaron los conciertos en una amplia
explanada de Expo Guadalajara. Willy Zavala, pianista tapatío que
recién había girado en Rusia con un espectáculo de música mexicana,
abrió el maratón jazzeando e improvisando a placer, aunque la ovación
más fuerte de sus paisanos llegó cuando desde el teclado arrancó tres o
cuatro compases de la Balada para Adelina.
Llegó entonces A Love Electric, un hito, uno de los grupos más
importantes y propositivos de los últimos tiempos en este país, aunque
la propuesta inicial haya sido engendrada por el guitarrista Todd
Clouser, cuando decidió mudarse de Minneápolis a Los Cabos. Ya en
México, se armó un cuarteto base con Aarón Cruz (bajo), Hernán Hecht
(batería) y Mark Aanderud (piano), además de un sinnúmero de invitados
itinerantes para los alientos.
Hoy
en día, A Love Electric es un trío de poder (ya sin Mark) que
incrementa su presencia en Europa y Norteamérica. Y así llegó a
Guadalajara: hilando las rolas una tras otra, en un ejercicio de jazz
rock –de jazz eléctrico y posrock–, sorprendiéndonos, pasmándonos,
lanzando sin tregua (y sin piedad) un sonido pesadísimo que contrastaba
–inteligente y obsesivo– con reiterados remansos de sicodelia sesentera.
Era un rosario de cuerdas que lo mismo abrevaban de las irreverentes
profundidades de Frank Zappa que de las neuronas electrificadas (como
toda buena neurona) de Jimi Hendrix, o se cubrían esporádicamente a la
sombra del primer Jimmy Page y el último Miles Davis. Una y otra vez,
las enardecidas atmósferas se serenaban de golpe, reposaban brevemente
en las luces y los ecos y la celebridad de Syd Barrett, pero sólo para
articular la siguiente detonación.
Y al lado de Clouser –de su guitarra y su indescifrable y sugestiva
voz–, la fuerza de las plataformas, el poder del bajo eléctrico y la
batería. Aarón Cruz y Hernán Hecht trascienden con naturalidad los
dichosos arbitrios del virtuosismo (de ese tamaño); son dos políglotas
que conocen y dominan cualquier cantidad de códigos y géneros
musicales. En esta ocasión, Hernán tunde los tambores con una seca
brillantez, amalgamándola a la perfección con el balaceo siempre
orgánico de Aarón, con esas tónicas luminosas que los convierten –a
ambos– en dos de los músicos mejor cotizados de la escena.
Las ondas expansivas de A Love Electric seguían golpeando los
cimientos de Expo Guadalajara y los recuerdos de este teclista
jornalero, cuando nos enteramos de que el espacio se había agotado, que
ya no podíamos hablar del concierto de Mole, de cómo este grupo se
reinventa a sí mismo en cada presentación, de los himnos rituales y los
sonidos pluricelulares y abstractos que nos recetaron esa noche. Pero
ya habrá tiempo.
Salud.
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