8/15/2013

Segunda vuelta electoral



 José Antonio Crespo

Probablemente uno de los temas más difíciles de acordar en la reforma político-electoral será el de la segunda vuelta, propuesta por los senadores tanto del PAN como del PRD. En realidad ha sido más una bandera panista desde hace mucho tiempo, en tanto que dentro del PRD prevalece el rechazo: ahí se piensa que si en la primera ronda electoral llegara a ganar el partido del sol azteca (algo que debió suceder hace tiempo pero alguien desde dentro se ha encargado de boicotear esa posibilidad), entonces el triunfo le sería arrebatado por el PRIAN. Los panistas, en cambio, consideran que en la segunda vuelta se le podría arrebatar un triunfo de primera ronda al PRI, congregando el voto de otras fuerzas. Y el PRI claramente se opone a esta figura porque calcula que en esa segunda ronda tendería a prevalecer un bloque antiPRI (como la que le ha arrebatado varias plazas a través de una coalición PAN–PRD).

Nada de eso puede darse por sentado; podría ocurrir cualquier escenario dependiendo de las condiciones coyunturales en cada caso. De hecho, hemos visto a través del “voto útil” una especie de segunda vuelta informal, tras eliminarse de la contienda a un tercer partido durante la campaña (el PRD en el 2000, el PRI en 2006, y el PAN en 2012). El voto útil favoreció a Fox, a Calderón y, curiosamente, a López Obrador en 2012 (a través del voto del Panal), al que sin embargo no le fue suficiente para ganar (le faltaron muchos votos independientes, indispensables para el triunfo).

Desde luego, la racionalidad institucional de la segunda vuelta no es a cuál partido le favorecería o le perjudicaría (aunque ese es el criterio que más pesa en los partidos para apoyar o rechazar dicha figura). Dicha racionalidad radica más bien, por un lado, en que presuntamente se ampliará la legitimidad del presidente electo por encima de lo conseguido en la primera ronda (cuando prevalece una mayoría relativa). Pero eso es bastante ficticio, como lo revela la debilidad de Salvador Allende en 1970, y recientemente la de Mohamed Mursi en Egipto, quien ganó en primera ronda 26 % del voto y después 51 % en la segunda vuelta. Pero eso no le dio una auténtica y firme base de apoyo entre la ciudadanía. Incluso, se ha dado el caso de que quien gana la segunda vuelta lo hace con una votación real menor a quien ganó en la primera ronda, si la participación electoral se reduce, como suele ocurrir.

Finalmente, cuando no hay segunda vuelta también en congresistas (a diferencia de lo que ocurre en Francia, por ejemplo) puede darse el caso —que no es raro— de que quien queda en segundo lugar en la primera ronda, gana la segunda, pero su partido queda con menor presencia en el Congreso. Así ocurrió en Ecuador en 1984, en donde el partido gobernante (cuyo candidato ganó la segunda ronda habiendo ocupado el segundo sitio en la primera) detentó solamente 13 % de los diputados, mientras que su más importante rival (y cuyo candidato ganó la primera ronda, pero perdió la segunda) obtuvo 34 % de las curules. También ocurrió en Guatemala en 1991; el partido ganador quedó con 16 % de las bancas en el Congreso (y su rival, con 35 %). Algo semejante ocurrió en Perú en 1990. Es evidente que dicha situación no es la mejor para garantizar la gobernabilidad y la cooperación entre Legislativo y Ejecutivo, lo que se supone es el principal propósito de la segunda vuelta. Para paliar esa posibilidad, se ha pensado que el Congreso sea electo en una sola ronda (pues la segunda vuelta en esa pista tiende a forjar un sistema bipartidista), pero que coincida con la segunda vuelta presidencial en lugar de con la primera. Pero eso mismo tendería también a afectar gravemente al partido que hubiera caído en tercer sitio en la primera vuelta; ¿estarían de acuerdo nuestros partidos en asumir ese riesgo, considerando que todos, en los últimos procesos, han ocupado el tercer sitio en algún momento?

No me parece, pues, tan convincente la figura de segunda vuelta para los propósitos que se supone persigue. En todo caso, se ve difícil que la propuesta correspondiente prospere, pues no sólo contará con el firme rechazo del PRI, como se dijo, sino que tampoco veo al PRD empujando seriamente en esa dirección. La pregunta es si el Partido Acción Nacional, principal promotor de la segunda vuelta, cederá en dicha pretensión y a cambio de qué, sin que eso suponga su retiro de las pláticas sobre reforma energética y fiscal.

cres5501@hotmail.com
Investigador del CIDE

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