Carlos Bonfil
La frontera infinita. La idea central de La jaula de oro, primer largometraje de ficción del cineasta español, radicado en México, Diego Quemada-Diez, es muy sugerente.
Con un excelente grupo de actores adolescentes, el director retoma
de modo inteligente y sensible el tema ya manido de la migración
clandestina y el azaroso itinerario de centroamericanos desde la
frontera sur en México hasta la frontera norte con destino final en la
ilusoria tierra prometida. Si bien es cierto que el viaje de los
inmigrantes clandestinos, invariablemente tratados como delincuentes o
como seres fácilmente explotables, está sembrado de trampas y escollos,
no lo han estado menos las ficciones fílmicas atentas al
sensacionalismo, el chantaje sentimental y la flamígera denuncia
retórica. Por fortuna, Quemada-Diez evita todas esas facilidades y
confiere a su relato la rara cualidad en nuestro medio de una sobriedad
artística.
Con una sutil división en tres partes, marcada por la imagen de
transición de copos de nieve en la noche (doble alusión a una lúdica
ilusión infantil y al inhóspito escenario del desenlace), La jaula de oro refiere las etapas emblemáticas de esa diáspora de la desesperación y el desarraigo.
Tres adolescentes abandonan Guatemala en busca de mejores
condiciones laborales en Estados Unidos; en el camino se les une,
empecinadamente, un joven indígena tzotzil que no habla una palabra de
español. Las estrategias se precisan: Sara (Karen Martínez), novia del
protagonista Juan (Brandon López), debe disfrazarse de hombre para
evitar la discriminación y los abusos sexuales; Samuel (Carlos Chajón)
advierte con dolida lucidez la inutilidad del esfuerzo luego de una
primera tentativa fallida, y abandona la empresa. El indígena Chauk
(Rodolfo Domínguez) demuestra tener, por su parte, un talento natural
para franquear más de un obstáculo. Y los escollos, de todos conocidos,
son los que habitualmente tolera o propicia la corrupción institucional
en México: racismo abierto contra centroamericanos indocumentados,
extorsiones de bandas criminales, trata de blancas y abusos de
militares ostentando una impunidad completa.
La frontera sur como espejo de las vejaciones infligidas en la
frontera norte y como barómetro de una política local servil, atenta
siempre a los intereses empresariales estadounidenses. La región por la
que atraviesa el tren llamado La Bestia, cargado de
indocumentados inermes y esperanzados, se vuelve el primer filtro de
los indocumentados indeseados, el lugar donde sin dignidad se le hace
el primer sucio trabajo de depuración étnica a las patrullas
fronterizas del norte.
Por
fortuna para los inmigrantes clandestinos, en su largo itinerario
surgen espontáneas muestras de solidaridad que contrastan con la
mezquindad moral de las autoridades locales. Quemada-Diez alude a
ellas, y a la labor de los albergues altruistas regados en el camino,
pero en lo esencial concentra ese tema en el muro de incomprensión que
levanta Juan, uno de los adolescentes guatemaltecos, frente al indígena
mexicano a quien percibe como una afrenta personal y potencial amenaza.
Esa desconfianza unilateral de quien tristemente se considera dueño de
privilegios, a la postre ilusorios, refleja una parte del racismo
nacional hacia los migrantes centroamericanos.
Una virtud cardinal de la cinta es explorar esa confusión de
sensaciones incómodas o de actitudes prepotentes sin recurrir a la
trivialización sentimental. También mostrar una vez más, pero de modo
más original que nunca, que
peor frontera que la geopolítica es la que divide y enfrenta a las personas, según señala en su análisis del notable documental La frontera infinita (Juan Manuel Sepúlveda, 2007), el crítico Jorge Ayala Blanco en La ilusión del cine mexicano, Ed. Océano, 2012.
A las evidentes cualidades de la cinta en el tratamiento de su tema,
entre las que destacan además del manejo de actuaciones, su solvencia
narrativa y su manera de transitar ágilmente del registro humorístico a
una fuerte emotividad contenida, con elementos de thriller
fronterizo y un desenlace sorpresivo, cabe añadir la fotografía
estupenda de María Secco, y la variadísima y sugerente música de Jacobo
Lieberman y Leonardo Heiblum, con un diseño sonoro de Matías Barberis.
Tanto talento reunido le ha valido a La jaula de oro múltiples reconocimientos internacionales.
En el momento justo de su estreno en México, leemos que de las 101 películas nacionales estrenadas en 2013, sólo 2 películas (Nosotros los Nobles y No se aceptan devoluciones)
acapararon la atención de 73 por ciento del público. El resto de la
producción nacional, tan celebrada oficialmente como menospreciada en
el momento de su distribución, permanece en un umbral de indiferencia
oficial y colectiva apenas distinto del que con justeza describe el
director Quemada-Diez al hablar de los indocumentados clandestinos.
Twitter: CarlosBonfil1
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