Leonardo García Tsao
La Jornada
Ante las constantes
quejas de que realizar el Festival Internacional de Cine de Guadalajara
(FICG) en la Expo era enclaustrar a los acreditados en un gueto que no
se sentía como estar en la ciudad, la directiva tuvo la buena idea de
cambiar de sede para su edición 31 y regresar a la zona centro donde el
encuentro se llevó a cabo en los viejos tiempos en que era llamado
muestra. Es decir, la zona de la rectoría de la Universidad de
Guadalajara, sobre avenida Vallarta, con el Cineforo –ya restaurado con
equipo digital– el Paraninfo y el MUSA como sedes de las principales
actividades.
Pero, como el niño protagónico de la canción La merienda, de Cri-Cri,
los acreditados somos difíciles de complacer y ahora la queja era que
todo estaba muy disperso, en contraste con la concentración práctica que
implicaba la Expo. Las distancias han sido, desde siempre, el principal
enemigo del FICG y, nuevamente, uno debía desplazarse con dificultad en
una ciudad cuyo tráfico se ha vuelto casi tan malo como el de la Ciudad
de México. Por ejemplo, trasladarse de mi hotel al Cineforo tomaba un
promedio de media hora. A eso se sumaba el tiempo que uno tardaba en
conseguir un vehículo, cosa siempre complicada a pesar de la buena
voluntad de los encargados.
Por otra parte, el FICG continuó mostrando decisiones inexplicables
de programación (¿quién fue el bromista que seleccionó la película
infantil Heidi para la función inaugural?), así como una
voluntad de rendir cada vez más numerosos homenajes a figuras nacionales
e internacionales. Ahora incluso se inventó uno llamado Diva Icon
(¿quién piensa esos nombres?), dedicado a honrar a la ex presidiaria
Gloria Trevi, nada menos.
En fin, uno asiste al FICG en primera instancia para conocer lo nuevo
del cine mexicano. En ese sentido, la película más interesante fue La 4ª compañía, opera prima
de Amir Galván Cervera y Mitzi Vanessa Arreola. Se trata de un drama
carcelario situado en Santa Marta Acatitla en los años del sexenio de
López Portillo. Basada en hechos reales, la narrativa se centra en el
desempeño de los Perros, el equipo de futbol americano del penal, que
también sirve de grupo de choque frente a los demás reos y comete
fechorías fuera de la cárcel, para enriquecer un botín destinado al
infame general Durazo.
Dotada de buen ritmo y habilidad formal, La 4ª compañía recrea el mundo carcelario mexicano con una verosimilitud que no se había visto desde El apando
(Felipe Cazals, 1975). Aunque sobrecargada de viñetas que obstaculizan
la progresión dramática, la película es un importante recordatorio de un
sistema permeado por la corrupción de las autoridades. Al competir en
la sección iberoamericana, esta opera prima obtuvo el premio
especial del jurado, el premio al mejor actor (Adrián Ladrón), y
extraoficialmente el premio Guerrero de la Prensa.
No tuve oportunidad de ver Oscuro animal, la coproducción
internacional dirigida por el colombiano Felipe Guerrero, que obviamente
complació sobremanera al jurado de la competencia iberoamericana, al
llevarse los premios a mejor película, mejor director y mejor actuación
femenina. A ver si llega a estrenarse comercialmente en México.
Si habría que otorgar un premio a la producción mexicana más vergonzosa, este debería ser para Guatdefoc,
del tapatío Fernando Lebrija, exhibida en una función de gala. Con
fondos de la Comisión de Filmaciones de Jalisco, entre otras
aportaciones nacionales, la película es un remedo fiel de las comedias
hollywoodenses de los años 80, sobre jóvenes cachondos en busca de
satisfacción sexual. En este caso el escenario es Puerto Vallarta (hay
que lucir esa inversión jalisciense), donde mexicanos estereotipados al
modo gringo se ponen al servicio de sus idiotas protagonistas. Sólo
mentes descastadas son capaces de pensar que la película –hablada
totalmente en inglés, claro– aporta algo al cine mexicano. Guatdefoc, exactamente.
Twitter: @walyder
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