Teresa del Conde
La Jornada
La moción de visitar a fondo la exposición de Mónica Mayer, que se califica de
retrocolectiva, tiene que ver con el tema, pero también con el hecho de que tanto a ella como a Víctor Lerma los conozco hace décadas, les profeso afecto y estima y además ha habido ocasiones en las que hemos colaborado profesionalmente; de hecho durante mis iniciales semanas en la dirección del Museo de Arte Moderno (MAM) una de las primeras personas con quienes me topé fue con ella, debido a que Tomás Parra y yo organizamos una colectiva de mujeres mexicanas, la exposición
de las chavas, como la denominaban con cierto dejo de envidia sus colegas masculinos, debido a que la muestra que fue muy selectiva estaba dedicada única y exclusivamente al dibujo, disciplina
muy intelectual.
Compaginaba en tiempo con una itinerante de dibujo de artistas
estadunidenses contemporáneas (incluyendo, por ejemplo, a Georgia
O’Keefe y a Maria Elena Vieira da Silva. Entre las mexicanas estaban
Mónica, Magali Lara, Irma Palacios, Teresa Serrano y Carla Rippey, todas
todavía jóvenes o relativamente jóvenes. Creo percibir que hay piezas
de Mónica ahora exhibidas que entonces se
estrenaron, pues aquella exposición fue ex profeso, es decir, las participantes, todas invitadas, trabajaron para la misma y hubo selección estricta que en algunos casos produjo alguna incomodidad, pero puede afirmarse que la muestra atrajo bastante público y el contingente mexicano ofreció buen nivel, sobre todo, altamente profesional.
No pretendería hacer memoria de mis interlocuciones en ese sentido
con Mónica Mayer y Maris Bustamante, pero sí me nace rememorar una, que
reciclada o recreada, se encuentra hacia el final de la exposición: Justicia y democracia fue una instalación de archivo, con mensaje social, que formó parte de la muestra exclusivamente de instalaciones Fuego, masa y poder que
organizamos en el MAM en honor de Elias Canetti, en 1994. Los
materiales de Víctor y Mónica, que pertenecían al archivo de Pinto mi
raya, se exhibieron en un amplio zoclo pintado con hoja de oro y las
mamparas ostentaban grandes letreros, como si se tratara de propaganda
política; una pieza de museografía fue trasladada ahora aquí y
clausurada, de modo que al reciclarse se convirtió en
obra de arte.
Al final de la sección se lee
al fin de cuentas no nos importa ni la masa ni el poder, lo cual, tengo que decirlo ahora, me revela que los autores jamás leyeron completo Masa y poder ni La lengua absuelta, aunque sí conocen bien el ex Fonca, porque en la pieza última, la excelente foto del vaso de leche, se lee:
Con el Fonca y sin el Fonca hago siempre lo que quiero. Cerca se exhibió el video del
beso. Se convocó a una sesión de ósculos, pero como una pareja masculina procedió a ensayar, hubo quejas, tuvimos que intervenir y se resolvió que todo aquel o aquella que quisiera besarse con quien fuera podía hacerlo, pero sólo en la plataforma dorada de la instalación de Víctor y Mónica.
En el video grabado que ahora se exhibe tuve la nostálgica
experiencia de ver en muy primer término al coordinador de la entonces
llamada Semana Cultural Gay, José María Covarrubias (1948-2003), así
como en otras secciones encontré fotos de personas conocidas que ya no
nos acompañan por esos lares, por ejemplo, está el rostro de Beatriz de
la Fuente (guapísima) departiendo en una mesa, creo en el Museo de
Antropología. En esa misma sección admiré una foto de Mónica, por
supuesto tomada por Víctor Lerma, que me deleitó. Ella está semitendida
en el suelo, sonriente, con una mano empuñada que la sostiene apoyada en
el suelo; es una foto muy compensada.
Convertir documentos, hechos, recuerdos de performances,
conferencias, momentos de la vida cotidiana en una exposición de museo
no es nada fácil. Se logró con creces. Hay mucho humor y variedad y un
contingente perceptible de asistentes varones que hasta toman notas.
Como trabajos de Mónica destaco el que abre la muestra. El tendedero,
que contó con tres versiones y fue reciclado para que en esta ocasión
se convirtiera en obra interactiva dedicada a un tema por demás vigente:
el acoso, que involucra hasta crímenes aunque se dan también
situaciones que me parecieron hasta un poco cómicas, pues leí en uno de
los recados escritos que una jovencita que viajaba en transporte público
se quejaba de que un hombre le puso su pene (cubierto, pero bien
detectable) en el hombro, mientras un muchacho dice haber sido acosado
en Facebook.
Hay un tríptico que, denominado
tapiz, en realidad son pinturas al gouache. Cada pieza tiene una dedicatoria, la primera es
a un amigo; la segunda, que es la más atractiva, es
a un seductor, y la tercera
a un violador. Las tres son frágiles, están efectuadas en papel de china. Sin embargo, el trabajo más acabado, complejo y atractivo según mi gusto es Su lengua tibia, de la serie Los naufragios del cuerpo. Aquí el empleo de acuarelas, lápices de colores, grafito y transfer provoca la impresión de que el trabajo artesanal del corte, el pegote, la hechura, en una palabra, dieron como resultado la confección de un objeto delicado y muy acabado, tal vez una especie de homenaje a la propia madre de la autora que practicó también estas artes. Recomiendo ampliamente la lectura (no sólo la visión) del libro catálogo, con ensayos de Karen Cordero, Andrea Giunta (que me parece imprescindible para conocer el panor
ama feminista latinoamericano), Sol Henaro, et al.
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