Tres delitos tolerados socialmente.
lasillarota.com
El domingo 24 de enero de 2016, varios medios, el periódico Reforma y el sitio de Internet Revolución Tres Punto Cero
entre ellos, reportaron que en el estado de Veracruz las denuncias por
desaparición de mujeres aumentaron 5000 por ciento. En el período de
2006 a 2010 se registraron 32 casos de mujeres desaparecidas y de 2011 a
2015 la cifra fue de mil 647, sólo en 2014 se presentaron 594 casos.
De acuerdo con datos del Comité contra la Desaparición Forzada de la
Organización de las Naciones Unidas, 7 mil 185 mujeres están
desaparecidas en México, 52 por ciento de las cuales desapareció durante
el presente sexenio. Se calcula que casi la mitad de ellas no había
cumplido los 18 años.
En este caso, como en muchos otros, las cifras son una aproximación
al problema pues se ignora el número real de desapariciones. Lo que sí
se puede constatar es que el número de casos se multiplica. En lugares
como Ecatepec, Tecámac, Chimalhuacán y Nezahualcóyotl, municipios del
Estado de México, entidad del país donde más hechos violentos se
comenten en contra de las mujeres, desaparecieron 400 niñas y
adolescentes tan sólo el año pasado.
Desafortunadamente, Veracruz o el Estado de México no son las únicas
entidades donde se ha elevado la tasa de desapariciones, en Puebla en un
periodo de tres años el índice de mujeres desaparecidas por cada cien
mil habitantes creció un 616 por ciento, siendo que en los últimos dos
años se dispararon los números, de 56 mujeres no localizadas, en 2012, se pasó a 208 en 2014.
El desfile de cifras, estado por estado, podría continuar sólo para
constatar que, de manera alarmante, el fenómeno de la desaparición de
mujeres en México, en especial de aquellas que tienen entre 12 y 17
años, va en aumento. Pero, como el objetivo de esta colaboración no es
sólo dar cifras, se prefiere ligar este grave problema con otro igual de
preocupante, la “trata de personas” que a la par del primero también
aumenta.
La “trata de personas” es definida, de acuerdo con la Organización
“Sin Trata”, como: “la extracción, el reclutamiento, transporte,
traslado, acogida o recepción de personas, bajo amenaza o por el uso de
la fuerza u otra forma de coerción, recibiendo un pago o beneficio para
conseguir que una persona tenga bajo su control a otra persona para el
propósito de explotación”. Es decir, la trata supone un beneficio
económico para quien obliga a una persona, bajo coacción física o
emocional, a hacer algo que en otras condiciones no haría. Es el caso de
la prostitución forzada, a la que miles de mujeres en México son
sometidas.
Igual que en el caso de las desapariciones, en lo que refiere a la
trata de personas, en general, y la trata sexual, en particular, tampoco
se tienen cifras exactas. Por ejemplo, el INEGI calcula que en México
777 mil mujeres son forzadas a la prostitución, mientras que una
organización australiana especializada en trata de personas calcula que
en el país existen 266 mil víctimas que sufren alguna forma de trata.
De acuerdo con estudios de la ONU, México es el segundo país que
mayor cantidad de víctimas de trata provee a Estados Unidos después de
Tailandia, además de ser uno de los cinco países con mayor incidencia de
prostitución en el mundo.
Pero ¿cuál es la relación entre la desaparición, la trata y la
explotación sexual de mujeres? Aunque la respuesta parezca sencilla no
lo es. A primera vista, se puede afirmar que existe una relación directa
entre las desapariciones de mujeres y la explotación sexual de
personas, pues para un sector importante de la sociedad, aunque no se
diga por ser “políticamente incorrecto”, “en cada mujer existe una
prostituta en potencia”, por lo que lo más cómodo es pensar que quienes
se prostituyen lo hacen por propia iniciativa y porque “les gusta”, por
lo que no hay delito que perseguir.
Es esta concepción, la que convierte a las niñas, jovencitas y
adultas jóvenes y no tan jóvenes dedicadas a brindar “servicios
sexuales” en personas invisibles, cuya actividad no conlleva
responsabilidad alguna por parte de la sociedad que permite y justifica
la existencia del “oficio más antiguo del mundo”, sin cuestionarse sobre
las causas que le dan origen. No se toma en cuenta que, en una sociedad
con una cultura masculina, machista, misógina y sexista, las mujeres
son consideradas inferiores, seres de segunda, subordinadas a los deseos
masculinos y por añadidura “malas por naturaleza”, ideas todas que las
convierten en las víctimas “naturales” de los delitos relatados.
Un factor más se suma a esta problemática, la mayoría de las mujeres
desaparecidas, tratadas y obligadas a prostituirse son pobres o de clase
media baja, por lo que estos fenómenos pasan desapercibidos para
millones de personas en este país. La razón es que a la misoginia y al
sexismo se une una visión clasista, a partir de la cual las mujeres,
sobre todo las de escasos recursos, siguen siendo vistas como seres de
segunda a las que se puede engañar, amenazar, secuestrar, prostituir,
vender, intercambiar, violentar, violar, mutilar y, en muchos de los
casos, asesinar, sin que eso se traduzca en un movimiento social de
grandes magnitudes o en una exigencia colectiva para que las autoridades
correspondientes frenen y resuelvan los casos asociados a estos graves
abusos.
De esta forma, las mujeres víctimas de los delitos referidos sufren
de varias vulnerabilidades: primero, son mujeres y por tanto
consideradas y tratadas como “inferiores”, “de segunda” y “malas” como
ya se dijo; segundo, son pobres y su falta de recursos les impide tomar
las acciones necesarias para su protección y defensa por lo que, por
ejemplo, muchas de ellas salen solas desde muy pequeñas para ir a la
escuela o al trabajo; tercero, son niñas o jovencitas, por lo que su
corta edad y falta de experiencia las coloca en la posición propicia
para ser victimizadas; cuarto, la pertenencia a una familia llamada
“disfuncional” o la falta de acompañamiento afectivo las hace buscar
fuera de casa lo que en ella no encuentran, lo que las pone en la mira
de los tratantes; quinto, existe un alto grado de permisividad de la
sociedad y de los distintos gobiernos en torno a los delitos que se
comenten en contra de mujeres y niñas.
Hablar de “vulnerabilidades” supone, entonces, que nadie es vulnerable “per se”
sino que la organización social coloca a ciertos grupos de personas en
situaciones que las hacen vulnerables y la misma sociedad permite,
acepta y justifica que “ciertas” personas se conviertan en víctimas.
¿Cómo de otra manera se podría explicar que existan hombres que
busquen mujeres para tener relaciones sexuales sin importarles su edad,
su salud, su voluntad, su libertad, sus deseos, incluso su llanto y
solicitud de ayuda para salir de esa situación; que igualmente haya
hombres y también mujeres que faciliten las condiciones para que todo
eso ocurra; que las bandas del crimen organizado y sus cómplices en
diversos gobiernos hagan de la integridad física, sexual y emocional de
las mujeres el tercer negocio más lucrativo del mundo, todo, ante la
mirada encubridora o, en el mejor de los casos, indiferente de una
sociedad omisa?
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