Pedro Miguel
En su viaje a Cuba Barack Obama ha recurrido a los instrumentos diplomáticos de la simpatía, el desenfado y el buen humor. Atributos importantes, sin duda, porque después de medio siglo de hostilidad anticubana el aterrizaje del avión presidencial de Estados Unidos en el aeropuerto José Martí resultaba una operación particularmente crítica y riesgosa, y ojalá que los servicios de inteligencia no busquen más allá de la metáfora, porque ésta se refiere a los riesgos políticos, no a atentados terroristas.
La pista es estrecha: Obama tiene en Estados Unidos la siempre viva animadversión de republicanos y cubanoestadunidenses y en Cuba, el recuerdo y el recuento de la agresión sistemática de Washington en contra de la isla y sus efectos y consecuencias. Tal vez lo segundo no resulte muy visible porque ahora las expresiones de hospitalidad y simpatía resultan abrumadoras, tanto en la realidad como en la cancha mediática, pero eso no quiere decir que la herida histórica de cinco décadas de intentos de aniquilación pueda cicatrizar por efecto de una visita presidencial.
Tal vez por eso el habitante de la Casa Blanca ha procurado mantener en sus mensajes públicos una cuidadosa fórmula de 33 por ciento de respeto, 33 por ciento de injerencismo y 33 por ciento de buena onda.
En un punto el mandatario estadunidense ha ido más allá de ese equilibrio: en entrevista con ABC News transmitida ayer afirmó que Google expandirá el acceso a Internet en Cuba y que ello forma parte de los anuncios que realizará: que esa empresa
tiene un acuerdo para comenzar a establecer más acceso a WiFi y banda ancha en la isla. Google, por su parte, anunció en su blog un acuerdo con el Museo Orgánico de Romerillo para exhibir allí productos suyos como Cardboard y Chromebooks y agregó que la exhibición es
sólo un comienzopara “traer una variedad de servicios a Cuba –incluyendo potencialmente proveedores de Wi-Fi y banda ancha–” y para
aumentar y mejorar el acceso a Internet.
El presidente Raúl Castro, en la declaración conjunta, midió cuidadosamente sus palabras:
A partir de las decisiones adoptadas por el presidente Obama para modificar la aplicación de algunos aspectos del bloqueo, empresas cubanas y sus contrapartes estadunidenses trabajan en la identificación de posibles operaciones comerciales que se pudieran concretar en el marco aún restrictivo de las regulaciones en vigor. Algunas se han materializado, especialmente en el área de las telecomunicaciones, ámbito en el que nuestro país cuenta con un programa basado en sus prioridades de desarrollo y en la necesaria soberanía tecnológica que garantice el uso apropiado de éstas al servicio de los intereses nacionales.
Las operaciones de las que habló el mandatario cubano se refieren básicamente a telefonía, a la licencia estadunidense para telecomunicaciones desde terceros países hacia Cuba, la llegada a la isla de Netflix –que es meramente simbólica, dadas las restricciones de ancho de banda y las que afectan a los pagos internacionales–, y unos contratos de servicio entre Etecsa, la empresa estatal cubana de telecomunicaciones, con algunos proveedores de Estados Unidos.
Ya en enero del año pasado Raúl Castro se quejaba de que Obama liberalizaba a conveniencia el embargo económico aún vigente:
Podría utilizar con determinación sus amplias facultades ejecutivas para modificar sustancialmente la aplicación del bloqueo, lo que está en sus manos hacer, aun sin la decisión del Congreso. Pudiera permitir en otros sectores de la economía todo lo que ha autorizado en el ámbito de las telecomunicaciones con evidentes objetivos de influencia política en Cuba.
Más de un año después, Obama adelanta en forma unilateral un supuesto acuerdo –su existencia no ha sido confirmada por el gobierno cubano– para que Google (o Alphabet) ofrezca acceso a Internet en la isla cuando lo único en firme, por ahora, es una exposición. Se trata claramente de una forma de presión para lograr la apertura cubana en un terreno particularmente sensible y estratégico.
En la precariedad de su infraestructura internética Cuba ha encontrado una de las pocas virtudes de la pobreza: ha conseguido escapar al aparato de vigilancia gubernamental y corporativo que permite a funcionarios y empresarios estadunidenses espiar a cientos de millones de personas y entidades en buena parte del planeta. La exclusión es una fortaleza de la soberanía y la seguridad nacional. ¿Significa eso que los cubanos deban seguir siendo usuarios marginales de las redes? No, por supuesto. Tal vez sean capaces de concebir y desarrollar redes que no estén al servicio prioritario de inversionistas y de oficinas de inteligencia extranjeras. No sería la primera vez que el país caribeño mostrara al mundo un camino nuevo.
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